Bicentenario: causas del realismo de Pasto y del Sur de Colombia

Autor: Alejandro García Gómez
31 agosto de 2019 - 12:01 AM

Hoy mismo carecemos de ese proyecto regional y nacional; creo que de ahí se deriva la parte más sustancial de nuestra tragedia

Medellín

Alejandro García

Ahora que se conmemoran los 200 años de la Batalla de Boyacá –para unos historiadores- y para otros sólo el de un Combate en Boyacá, batalla o combate que se ha referenciado como punto de inicio del sello de nuestra independencia del reino español de Fernando VII, deseo expresar mi opinión sobre la causa del rechazo de nuestra región sureña a las ideas, actitudes y accionar del llamado Ejército Libertador, es decir, las causas del acentuado realismo de nuestra región sur, en ese entonces conocida como Provincia de Pasto, con su mínima capital –que llevaba ya el mismo nombre, adicionado al de su santo patrón, San Juan de Pasto-, nombre colonial que se ha buscado reeditar en estos últimos años, tanto allí como en otras capitales, hasta de la misma Santafé de Bogotá (¿cosas de la moda?). Al opinar sobre el Realismo Pastuso, no me pretendo historiador. Deseo que quede claro que sigo siendo un escritor de novelas, cuentos, poesía, ensayo y crónica, además de opinador columnista; los historiadores me merecen todo mi respeto. Aclaro también que estas notas siguientes, entrecomilladas, forman parte de mi reciente libro Sur, donde las rocas secretamente florecen. Crónicas, publicado por la Alcaldía Municipal de Pasto en 2018.

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Expreso también que me aparto de una de las principales tesis actuales de algunos (o quizá de varios) de nuestros historiadores nariñenses, la cual asegura que fuimos realistas porque buscábamos que se respetara nuestra voluntad en nuestro propio destino, la de nuestro propio proyecto de región, que son las palabras con las que, más o menos, he escuchado plantear esta tesis. Al contrario, pienso que nosotros, jamás -ni entonces ni hoy-, hemos llegado a formularnos como destino propio, como proyecto propio, como visión de conjunto humano con voluntad propia, y no es sólo nosotros como región; es todo nuestro país -al que llamamos ahora Colombia- el que jamás ha procedido así (y no sé si todos los países de nuestra Latinoamérica). Hasta hoy nuestros líderes o quienes han pretendido fungirlo, nuestras élites políticas, nacionales y regionales (y quizá latinoamericanas) o quienes han reclamado serlo, no se han preocupado de nuestros territorios y de nosotros como países, sino como de unas fincas particulares o grupales propias de ellos, a las que hay que defender o usurpar con una legislación y un ejército, para su beneficio particular propio o de sus familia o de sus grupos, pero jamás como proyecto nacional o de región (mucha razón lleva el escritor Héctor Abad Faciolince con su novela Angosta; recomiendo su lectura). Ejércitos que antes los conformaron con sus esclavos o con sus peones, hoy con soldados o con paramilitares o con organizaciones de delincuentes y hasta con guerrilleros (“si tenemos que sicariar con los Pelusos, sicariamos”, recordemos que fueron las palabras de un alto general del ejército, recientemente).

Hoy mismo carecemos de ese proyecto regional y nacional; creo que de ahí se deriva la parte más sustancial de nuestra tragedia (incluidas las razones de nuestra enorme inequidad), y no sé si de todas las adversidades e infortunios que hemos debido padecer.  En nuestro país, algunos gobiernos, fugazmente, han pretendido formular y ejecutar ese tipo de proyectos, pero han sido borrados de un plumazo por las élites. El ejemplo más claro –quizá no el único- es el primer período presidencial de Alfonso López Pumarejo (1934-1938) con sus leyes de modernización capitalista del Estado en cuanto a la tenencia y producción de la tierra, y a la reforma de los servicios de educación y salud. De haber dejado actuar esas leyes y esa visión “lopezpumarejista” de Estado -La Revolución en Marcha-, pienso que seríamos un país más equitativo, con una paz mucho más estable y duradera, y con mucho mejor y más justo desarrollo; nos habríamos ahorrado toda la violencia del Siglo XX y la del actual, además del azote del narcotráfico, consecuencia de la inequidad, la corrupción y la violencia. La clerecía católica y las élites aristocráticas de ambos partidos políticos lo borraron, tildando de comunista a López Pumarejo. A esto me he referido en varios artículos de mi columna Desde Nod.

Un paréntesis: quizá una excepción vivificante actual es el ejemplo de dos poblaciones antioqueñas ubicadas en su suroeste cafetero. Uno no se cansa de asombrarse de las diferencias entre las bellas poblaciones de Jardín y de Jericó en contraposición con las que las circundan (Andes, Venecia, etc.). Ambas nacidas de la llamada “Colonización Antioqueña”, cuando los habitantes de este territorio de la patria comenzaron a adaptar las tierras aún baldías, de su entonces Estado de Antioquia, con la promesa gubernamental de que serían de su propiedad, siempre y cuando las pusieran a producir. En alguna visita mía a esas poblaciones, al notar mi asombro, alguna persona me explicó que Jardín y Jericó nacieron con un “Plan territorial” –voy a usar esta acepción actual con su permiso- diferente a las del resto: en su nacimiento se contempló mucha equidad con miras hacia una mejor convivencia comunitaria, y así trata de ser hasta hoy. El espíritu cultural de estas poblaciones se lo siente, casi que se lo respira, porque así fue desde sus inicios. Pero precisamente ahora están entre la espada y la pared por culpa de unas compañías mineras que llegaron a esos territorios a acabar con su bien vivir y con su tranquilidad. No pierdo la esperanza de que así como Jardín y Jericó, habrá otras poblaciones en la geografía de nuestra patria, con similar historia humana, pero desconocida en las indiferentes esferas de gobierno en Bogotá. Dejo aquí porque todo esto daría para otro ensayo o crónica (fin del paréntesis).

Y ahora entremos al grano (y como dije arriba, todo el artículo que sigue hace parte de mi libro (2018) referenciado antes):

“Las causas del realismo pastuso podrían formularse de la siguiente manera, a mi modo de ver:

a.- Hay una causa que muy pocos historiadores mencionan quizá porque piensen que científica u objetivamente no pueda ser mensurable o porque, quizá también, poca importancia le han dado y talvez ni la habrán notado otros: el nariñense es un pueblo muy, pero muy leal. Al hacer esta afirmación, sé que me estoy arriesgando a que el posible lector de este texto lo cierre con una sonrisa cercana al desprecio por lo ingenuo del escritor sobre esto que los antropólogos llaman Determinismo.

“Sin embargo, otra de las causas del éxito del dictador mexicano Porfirio Díaz para los resultados de sus campañas y sus 35 años de tiranía sobre su país, se acepta que fue también por su conocimiento de la gente de la que se rodeaba y de aquella a la que se enfrentaba. Con su perfidia –término medio entre la lealtad y la traición y que la practicó toda su vida, como los políticos de hoy, principalmente los que desean perpetuarse-, Díaz tenía plena conciencia de que las virtudes de “sus indios” eran la lealtad y la verdad, que esa era una característica propia de ellos: “…Moralmente, el mestizo Díaz se daría cuenta de que la lealtad y la verdad –virtudes cardinales del indígena- conducen más fácilmente al sacrificio que al poder” (Enrique Krauze, Porfirio Díaz, Místico de la autoridad. 2002, pg. 76). ¿Genética o cultura o ambas? La población nariñense, y más para esos días, tenía un altísimo porcentaje de ascendencia marcadamente indígena. Este ha sido un tema que quizá no se ha estudiado satisfactoriamente.

b.- Ignorancia del común del pueblo, que era la casi totalidad de la población. Esta circunstancia había sido común y corriente en toda Hispanoamérica, argüirán algunos, y debo admitir como válido este argumento. Incluso la que podría llamarse la aristocracia “noble” pastusa no tenía -en la mayoría de sus cuadros más jóvenes- casi preparación académica, debido a la pragmática-sanción de Carlos III que, desde 1767 por recomendación de su ministro Campomanes, expulsó a los jesuitas de todo el territorio español y de sus colonias a causa del levantamiento popular conocido como “Motín de Esquilache”. Con los jesuitas desaparecieron también de Pasto el Colegio de la Compañía y su escuela de las primeras letras.

c.- Acentuada religiosidad, principalmente en el pueblo raso. Ésta ha sido más característica en nuestra región que en otras. La acentuada religiosidad, unida a la ignorancia, me parece que siempre han sido manipuladas, no sólo en nuestra región sino en cualquier esquina de la Historia. En nuestro país, recordemos quiénes la manosearon en las guerras civiles del siglo diecinueve –una vez eliminadas todas las cabezas de la terrible Hidra pastusa-.

“Cosa igual en los comienzos del siglo veinte y luego en tiempos de la llamada Violencia, muy entrado el pasado Siglo XX. Quienes la manipularon en tiempos de la naciente Independencia, tenían intereses creados para que el realismo continuara, porque temían perder sus privilegios si nacía un cambio de sistema de gobierno. Dicha manipulación fue ejercida por los terratenientes y la aristocracia pastusa, apoyados por casi todo el alto, mediano y bajo clero. Al comienzo de la lucha la aristocracia de Pasto dudó entre la lealtad a su lejano rey o a la nueva república que se fundaba. Se hizo la consulta al Obispo español de Popayán Salvador Jiménez, quien “pastoreaba” a Pasto: ¿las ideas de una república armonizaban con las de la Religión Católica? Él respondió que NO, y la voz del prelado, para el populus pastensis, fue la voz de Dios.

“Aquí detengámonos en un pequeño paréntesis:

En 1814 -cuando ya Pasto se aprestaba a combatir “la invasión” del General Antonio Nariño-, hay un cruce de comunicaciones entre el cabildo de la ciudad y el general, presidente del gobierno de Cundinamarca (Santafé) que le pedía rendirse y tomar las armas por su gobierno. El cabildo le responde a su comunicación del abril 6 (cita tomada de la de obra de Sergio Elías Ortiz -pg. 327, 1974-, “Agustín Agualongo y su tiempo”):

‘Como acaso será ésta la última vez que este cabildo tenga la bondad de hablar con usía, en contestación a su oficio del 6 que rige, ha creído de su deber asegurarle con la ingenuidad que constituye su carácter, que tiene firme en sus principios y cada día más adherido al sistema de gobierno que vivieron y murieron sus padres… etc’ (letra bastardilla y resaltado míos). ¿Por qué el Cabildo de Pasto se autocalifica de carácter ingenuo? ¿Sabría quizá que ya se rumoraba algo en relación con esto, con que se lo calificaba de ingenuo? De haber sido así, ¿quiénes podrían haber sido –y por qué- quienes propagaron esos rumores? ¿Tiene esto alguna relación con el posteriormente llamado Chiste Pastuso? (fin del paréntesis).

d.- Interés de la aristocracia pastusa de que la minúscula y dependiente ciudad de esos días, Pasto, tuviera las mejoras de una grande e independiente. Independiente en lo civil, en lo eclesiástico y en lo militar. Dejar de ser así la villa intermedia entre las grandes urbes como lo eran Popayán y Quito. Esto beneficiaría a las aristocracias civil, militar y eclesiástica porque serían ellos quienes tomarían sus riendas. Para lograrlo –pensaban- deberían hacer méritos, ¿y qué mejor que esta prueba de fidelidad al Rey? Sólo así tendrían la oportunidad de solicitar, ilusos, al lejano Rey Fernando VII, como en realidad lo solicitaron, los privilegios mencionados, con la correspondiente petición a los jefes más inmediatos, en poder y distancia, para que dieran cuenta al soberano de las calidades de súbditos que tenía en estas breñas de América, desconocidas para su majestad; esta petición siempre fue desdeñada o burlada, pero jamás tomada en serio.

“Concretamente Pasto deseaba tener un colegio real y seminario, siquiera con dos cátedras, Filosofía y Teología Moral, para empezar. Que se estableciera un centro de gobierno y que se la erigiese en sede episcopal. Estos eran los deseos desde el comienzo de la lucha. Ya más tarde (1816, por intermedio de Pablo Morillo) se agregaron otras solicitudes al Consejo de Indias: exención del pago de alcabalas, privilegio que había perdido la ciudad, porque curiosamente se perdieron las cédulas de esta prerrogativa. Abolir el estanco del aguardiente y del tabaco. Que a los indios se les exonerara totalmente del tributo o al menos de la mitad. Finalmente, que se condecorara tanto al ayuntamiento como al vecindario según grado de Su Majestad.

“Tardíamente, el Consejo de Indias concedió (20 de marzo de 1919):

1) eximir del pago de alcabala por 10 años a la ciudad;

2) que el virrey de Santa Fe de Bogotá se hiciera cargo del seminario de la manera menos gravosa;

3) NO a la solicitud de desestancar los estancos;

4) los indios serían exonerados de éste en la mitad y sólo por un tiempo definido, según lo estableciera el virrey;

5) en cuanto a las condecoraciones, esperar los informes para repartir los homenajes; eso sí, se guardó el privilegio de nombrar a algunos habitantes para éstos, entre ellos a doña María Manuela Vicuña, mujer del regidor de Quito y habitante de esa ciudad, don Pablo Guarderas, por una comunicación enviada al ayuntamiento de Pasto con remisión de ropas para gentes pobres y de reciente luto por causa de la guerra y un manto de terciopelo carmesí para la Virgen de las Mercedes, patrona de la ciudad.

“A mi parecer, la estrategia de los dirigentes pastusos era apoyar a la aristocracia española (demostrando fidelidad al Rey) detentora hasta el momento del mando político, militar y eclesiástico en América. Apoyarla contra los deseos de poder de la aristocracia criolla que en el momento peleaba ese poder encarnizadamente, sin dejar de observar el sometimiento al rey de España, como fue en un comienzo el cariz tomado por el confuso movimiento ‘independentista’ provocado por los linajudos criollos. Los aristócratas pastusos esperaban que la aristocracia española, “ayudada”, sería la mejor “cuña política” que tendrían para obtener los favores de Fernando VII. Esta ilusión se convirtió en otra frustración más.

“Como otro de innúmeros ejemplos, el Cabildo de Pasto recibió este homenaje: (que mueve a la sonrisa o a la ira) ‘… En virtud de las facultades que me tiene conferidas el rey nuestro señor, don Fernando VII, en sus reales instrucciones de 18 de noviembre de 1814, y atendiendo a la acendrada fidelidad y buenos servicios y adhesión a la causa del rey… he venido a conceder al dicho ayuntamiento reunido, los honores y tratamiento de mariscal de campo de los reales ejércitos… etc. Santa Fe de Bogotá, a 23 de septiembre de 1816. Pablo Morillo’ (Ortiz, 1974).

e.- Una causa que mucho más tarde aparece, después de los primeros excesos cometidos por las tropas patriotas en sus iniciales luchas y escaramuzas, y que debieron ser publicitados y manejados de manera proclive por los militares realistas y por la aristocracia pastusa, fue el deseo de retaliación ante hechos como el incendio de la población de Patía (actual sur del Cauca en la llamada carretera Panamericana) ejecutado por las tropas al mando del capitán patriota Eusebio Borrero, que sembró para siempre el rencor entre los habitantes de este inhóspito valle, hacia todo lo que tuviera que ver con el llamado Ejército Libertador.

f.- Por último, esta sí una causa verdaderamente tardía, debió de ser el deseo de sangre de venganza del común del pueblo contra los no sólo abusos sino crímenes por parte del ejército patriota, apoyados en forma activa o pasiva por el alto mando. Venganza contra los excesos del batallón Rifles(por órdenes de Sucre que a su vez dependían de las de Bolívar) al entrar a Pasto a sangre y fuego en la navidad de 1822, claro está que después del rompimiento por parte de los pastusos (instigados por el español Benito Boves, que huyó con los primeros reveses, sobrino de José Tomás Boves) de las capitulaciones firmadas entre Bolívar y Basilio García luego del revés de la batalla de Bomboná (07 de abril de 1822) sufrido por Su Excelencia El Libertador, reversado por esta causa hacia el norte, hacia El Trapiche (hoy Bolívar, Cauca). Cuando el español García firmó las capitulaciones, ya conocía el triunfo de Sucre en Pichincha (al sur, 24 de mayo de 1822) sobre su compatriota el general Melchor Aymerich, no así Bolívar. García temía sufrir un acorralamiento en Pasto desde el sur y desde el occidente –por el Océano Pacífico y Barbacoas- con ese revés de las armas realistas. Sólo le habrían quedado las selvas amazónicas del oriente para replegarse o huir.

Lea también: Departamento de Nariño: 111 años de fundado

“Venganza contra las exacciones que Bolívar ordenó luego de que Sucre destruyó a Pasto. Venganza contra las exacciones y desalojos de propiedades a los pastusos. Venganza contra los abusos de los generales que siguieron dando pábulo a su sevicia en Pasto, como el horrible crimen propiciado por el General Salom y ejecutado por el Teniente Coronel Cruz Paredes, que consistió en amarrar de espaldas, y en parejas, a 14 principales personajes pastusos y empujarlos vivos hacia los vórtices del río Guáitara…”

Espero que el anterior sea otro aporte de nuestra región a la conmemoración de estos 200 años de Boyacá.

 

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