Una mirada al Bicentenario, desde la ciudad de Pasto
Agradecimientos a:
Nelson cabrera y Nicolás Villarreal.
Nos encontramos conmemorando aún el año del Bicentenario de lo que hemos llamado “Nuestra Independencia” de España. Recordamos entonces que el mes de abril de 1822, a tres años entonces de la llamada Batalla de Boyacá (en agosto de 1819 que produjo el fin del poderío español sobre el virreinato de Santafé de Bogotá), para la realista Provincia de Pasto significó la defensa de su territorio no para sí, sino en beneficio de las armas de su lejanísimo rey Fernando VII, desconocedor absoluto de las calidades de vasallos que poseía en estas breñas andinas aquende la mar océano. En su casi totalidad los combatientes fueron milicias criollas; pocos, muy pocos, ejército regular, y menos, muchos menos, ejército de nativos españoles. Esa defensa ocurrió el 7 de abril de 1822 en lo que comúnmente se conoce como Batalla de Bomboná -para algunos, Batalla de Cariaco, porque se libró junto a ese arroyo o quebrada-, en una de las empinadas faldas del volcán Galeras, al occidente de ese macizo volcánico. A raíz del hasta ahora controvertido resultado de esa sangrienta batalla, ambos contendientes se retiraron en las primeras horas de la noche: Bolívar se devolvió al norte –al hoy municipio de Bolívar (Cauca)- y las milicias pastusas a su ciudad, de regreso a sus casas, a sus familias, según el historiador Sañudo. La idea que en varios historiadores se afianza hoy, sobre esa batalla, se asimila a un “empate”, si así se pudiera hablar cuando hubo cientos de muertos y heridos (muertos 800 patriotas y 18 realistas; heridos 1000 patriotas y 18 realistas, según el general José María Obando, realista payanejo converso a patriota en febrero de ese 1822; “[fue]…La batalla más sangrienta de la independencia”, según L. E. Nieto Caballero (citado en Sañudo, pág. 24 -cita1-).
Posterior al resultado de Bomboná (o Cariaco) y a raíz de la situación de Quito, al sur, que ya había caído en manos de Sucre (en la batalla de Pichincha, 24 de mayo de 1822), que Bolívar desconocía, en cambio el comandante español de Pasto, el Coronel Basilio García sí tenía pleno conocimiento, y temeroso el español de la muy segura probabilidad de verse atrapado por el sur y por el norte (con escapes sólo hacia las inhóspitas selvas amazónica por el oriente o a las del Océano Pacífico por el occidente y pudiendo ser interceptado su paso por Barbacoas hacia el mar), propuso la capitulación a Bolívar y éste la aceptó aún sin conocer el triunfo de Sucre en Pichincha, repito; ¿viveza del español o “desinteligencia” de Bolívar y sus fuerzas? Sólo así Su Excelencia El Libertador pudo pasar con sus tropas hacia Quito (con Te Deum incluido), a través del territorio sureño, dejando destacamentos fronterizos cercanos a la realista Provincia de Pasto. Una de las exigencias de Su Excelencia, fue que en la procesión y en el acto religioso del Te Deum, se le “cobijara” bajo el palio del Obispo de Popayán, Salvador Jiménez, que a la sazón se encontraba “fugitivo” en Pasto, por toma de los patriotas Popayán. Lo de ir bajo palio, al parecer, fue porque sabía que ningún pastuso procedería contra su integridad o su vida mientras estuviera ahí, por la religiosidad de nuestras gentes.
Pero esta capitulación García-Bolívar fue rota (de manera muy violenta –quizá desleal, aunque no sé si en esta guerra se pueda hablar de deslealtades, porque aún se hacía en varios territorios hispanoamericanos) por la milicia pastusa criolla y apoyada por gran parte de la ciudadanía civil, soliviantadas ambas por Benito Boves, un español sobrino del sanguinario José Tomás Boves, ambos de ingrata recordación. Para su cometido, Boves buscó al carismático estratega indígena Agustín Agualongo (con galones de coronel otorgados por los ejércitos del rey, ganados en batalla) y a otros jefes criollos realistas locales. En ese resto de 1822, hubo refriegas mutuas. El 23 de diciembre el ejército patriota rompe el cerco realista (batalla de Taindala) en cercanías del sur de Pasto y el 24 destroza la resistencia que se hacía ya en las afueras de la ciudad (cerca de la iglesia de Santiago). La milicia realista pastusa se vio acorralada en su propia ciudad. Las consecuencias de toda esta situación, para ese final de año, ha sido conocida como la “Navidad Negra”, ocurrida en Pasto el 23, 24 y 25 de diciembre de ese 1822: alrededor de 500 muertos, muchísimos asesinatos a sangre fría, entre milicias y civiles –adultos hombres y mujeres de variada edad y niños y niñas-, violaciones sin cuenta (hasta el punto de que el converso General José María Hernández, en sus Apuntamientos para la historia cuenta que hubo madres que salieron con sus hijas a las puertas para que las viole un blanco mejor que un negro), además de 1000 personas entre “desterrados” y reclutados para el ejército patriota, algunos de los cuales se suicidaron en el camino hacia Ibarra (hoy Ecuador). El epicentro de la masacre se tomó la iglesia de la colina occidental de Santiago (el apóstol a cuyo templo y manto protector devotamente se arroparon las piadosas gentes de Pasto) y la Calle El Colorado, que baja de esa plaza hacia el centro de la ciudad. Es tradición en Pasto que el nombre de esta empinada calle surgió entonces, desde esa fecha, y que se debe a la gran cantidad de sangre que corrió por allí en esos días y noches. Esta herida, que permaneció más o menos entre dormida y medio restañada, en el Pasto actual sigue abierta y quizá más profundamente hoy. En 2012 el escritor Evelio Rosero publicó la novela La carroza de Bolívar, ambientada entre esa masacre y el Carnaval de Blancos y Negros, que se celebra en Pasto y en todo el Departamento de Nariño. En 2018 este mismo carnaval comenzó con una actividad lúdico-artística en la calle El Colorado, ambientada en los mismos hechos. Aunque hay más actividades similares a las descritas.