Bello nos necesita a todos, a los medios y a las autoridades, a la sociedad civil que no se puede acostumbrar ni allá ni en Medellín ni en ningún lugar a pensar que la tasa de homicidios se refiere a una estadística.
Hay que decirlo claramente: lo que pasa en Bello no es nuevo, pero sí muy preocupante. Como todo el Valle de Aburrá, y el país, esa población conurbada con Medellín ha despedido en las últimas décadas a miles de sus ciudadanos, la mayoría jóvenes, víctimas de esa violencia que auspició el narcotráfico y de la que muchos prefieren no hablar.
Para ponerlo en cifras, vale recordar que en el primer trimestre de 2015 se encendieron las alarmas porque los homicidios allí llegaban a 24; una cifra que prácticamente alcanzamos en dos meses de este 2019. Sin embargo, solo hasta la semana pasada se volvió un tema de conversación pública porque el país se quedó pasmado ante los videos ciudadanos que saturaron las redes sociales y que evidenciaban batallas abiertas en sectores como Niquía, Pachelly o el Mirador.
Cuando el tema se volvió nacional, se anunciaron acciones oficiales como la prohibición de parrilleros de cualquier sexo, mayores de 14 años; el cierre más temprano del comercio nocturno durante un mes; y el aumento en el pie de fuerza con un grupo motorizado especial de la policía, tres tropas del ejército y más patrullajes y operativos en toda la jurisdicción. Pero como los anuncios no silencian las balas, mientras las autoridades adelantaban un Consejo de Seguridad, las bandas seguían enfrentadas y los asesinatos no paran. En uno de los casos más sonados, secuestraron a un menor de edad que fue testigo del asesinato de un pariente.
Con más dudas que certezas, avanza la aplicación de las medidas de choque ante una realidad evidente y sonora; una guerra que las autoridades atribuyen a la disputa de territorios, vieja también. Como es vieja la llamada “mafia del ladrillo” que extorsiona a cualquiera que pretenda hacer una reforma en su casa, una ampliación o una construcción nueva. Sotto voce se dice, por ejemplo, que una gran urbanización detuvo obras porque los combos le exigían, ya no un apartamento sino una torre entera. Pero no es solo a la construcción, los pequeños negocios, los distribuidores de alimentos, los tenderos, los emprendedores y hasta quienes se dedican al rebusque, son víctimas de las extorsiones.
Ante los panfletos amenazantes que llaman a paros y toques de queda, algunas organizaciones sociales se unieron con la premisa de “Bello no para”, precisamente para invitar a la movilización y a mantener la actividad, como respuesta a las presiones. Una actitud valiente que demanda acompañamiento oficial y permanencia más allá de la coyuntura.
Según las estadísticas oficiales, Bello está entre las 15 ciudades más pobladas del país, por encima de muchas capitales de departamento, y su economía puede estar entre las 10 primeras. En Antioquia es la segunda más poblada, pero si se juzga por la infraestructura pública en la última década no parece que sea igual en las prioridades oficiales. Allí no pudo avanzar ni el Metroplús ni un sistema masivo propio de mediana capacidad, las grandes obras han quedado en el papel y la malla vial sigue siendo más o menos la misma. Peor aún, algunas vías parecen haberse privatizado a juzgar por el uso.
Aunque el triunfo del voto en blanco en octubre de 2011 se constituyó en un hecho político histórico porque nunca había pasado en el país, está lejos de ser un precedente digno de imitar. A pesar de que se le negó el triunfo a Germán Londoño, no solo ganó luego su equipo, sino que él, en condición de secretario de despacho fue varias veces alcalde encargado. La alianza ciudadana que cobró la victoria realmente no cambió nada, ni para sus líderes, ni para una ciudad que a pesar de la cercanía con la capital, de su tamaño y de sus posibilidades, pareciera condenada al olvido.
No basta con los anuncios ni con el reconocimiento oficial sobre las disputas de Trianas, Mesas o Pachellys; tampoco es suficiente que nos digan que el Eln o el Clan del Golfo o las multinacionales del crimen tienen la culpa de las afugias de hoy. Bello nos necesita a todos, a los medios y a las autoridades, a la sociedad civil que no se puede acostumbrar ni allá ni en Medellín ni en ningún lugar a pensar que la tasa de homicidios se refiere a una estadística. Tenemos que entender que cada vida que se pierde es una tragedia, son sueños truncados, dolores que se siembran, en los que perdemos todos. Ojalá no lo entendamos demasiado tarde.