Beatriz, con su bondad y generosidad desbordante, se entregó y abrió su mente y corazón a los amigos y al prójimo que siempre tuvo un lugar de privilegio en ella.
Una hermana puede no ser una amiga, pero una amiga será siempre una hermana.
La frase de Benjamin Franklin, originalmente escrita en masculino, la adapto para describir lo que fue mi relación con Beatriz Restrepo Gallego. Una hermandad que se extendió siempre a mis hijas y mi esposa que la quisieron y admiraron tanto como lo hice yo. Beatriz, con su bondad y generosidad desbordante, se entregó y abrió su mente y corazón a los amigos y al prójimo que siempre tuvo un lugar de privilegio en ella.
Ahora, ante su irreparable pérdida, se ha anidado en mi mente el hermoso poema del gran poeta peruano, César Vallejo:
“Hermano, hoy estoy en el poyo de la casa.
Donde nos haces una falta sin fondo!
Me acuerdo que jugábamos a esta hora, y que mamá
nos acariciaba: “Pero, hijos...”
Ahora yo me escondo,
como antes, todas estas oraciones
vespertinas, y espero que tú no des conmigo.
Por la sala, el zaguán, los corredores.
Después, te ocultas tú, y yo no doy contigo.
Me acuerdo que nos hacíamos llorar,
hermano, en aquel juego.
Miguel, tú te escondiste
una noche de agosto, al alborear;
pero, en vez de ocultarte riendo, estabas triste.
Y tu gemelo corazón de esas tardes
extintas se ha aburrido de no encontrarte. Y ya
cae sombra en el alma.
Oye, hermano, no tardes
en salir. Bueno? Puede inquietarse mamá.”
A Beatriz, la conocí en la Universidad de Antioquia, no fui su alumno formal, fuimos colegas como profesores e inicialmente integramos el Comité Universidad, Valores y Vida, dedicado a que la ética y los valores, más allá de las clases, fuera tema de diálogo, reflexión y deliberación en la Universidad; allí nació nuestra amistad. Ese comité dio origen, posteriormente, a la Comisión de Ética. Beatriz, que ya estaba jubilada, me impulsó y apoyó muchísimo como uno de los creadores de esa comisión; ella decía que la función de la comisión era “crear un clima ético en la Universidad”. Cuando tuve la idea de crear la Cátedra Héctor Abad en la Universidad y con la Corporación Héctor Abad Gómez, fue mi guía y orientadora y una de las primeras conferencistas. La formación ciudadana y política fue una de sus grandes preocupaciones y por ella trabajó incansablemente.
Sobre la educación, a la que dedicó toda su vida, dejó está gran reflexión: “Quiero preservar el carácter moral del acto educativo, necesariamente ligado a los principios de autodeterminación y autodesarrollo por parte del estudiante, y a condiciones de simetría y reciprocidad por parte del maestro y del estudiante". En educación estuve siempre siguiendo sus pasos. Beatriz fue inmenso faro moral y mi gran maestra de vida.
Esta inmensa soledad en la que hoy quedamos, queda magníficamente plasmada en el poema de León De Greiff, Señora muerte y dedicado a “los amigos muertos”:
“Señora Muerte que se va llevando
todo lo bueno que en nosotros topa!...
Solos —en un rincón— vamos quedando
los demás... ¡gente mísera de tropa!
Los egoístas fatuos y perversos
de alma de trapo y corazón de estopa...;
manufactores de fugaces versos;
poetas de cuadrícula y balanza,
a toda pena, a todo amor adversos..:
los que gimen patética romanza;
lacrimosos que exhiben su película;
versistas de salón y contradanza;
cantores de la tórrida canícula;
del polo frío, del canoso invierno...
líricos de alma exánime y ridícula!
Bardos que prostituyen el eterno
jardín, y que florecen madrigales
de un olor soporífero y externo...
Vates ultra-sensibles y banales
que ningún vaho de verdad anima.
Gramáticos solemnes y letales...
Malabaristas de estudiada esgrima!
¡Oh tristeza perenne de las cosas
que no tienen sabor, —hechas a lima!
...En un rincón quedamos las tediosas
gentes sin emoción, huecas y vanas...
¡Lléguense las nocturnas mariposas
fúnebres, y que lloren las campanas...!
Este fastidio que me está matando...
¿dónde las almas íntimas, hermanas...?
¡Señora Muerte se las va llevando!”