Los problemas públicos son claramente inabarcables, por ello el afianzamiento de la democracia y el fortalecimiento de las capacidades colectivas, más que mostrarse como la solución, resultan ser el camino a transitar
Por Álvaro Pérez Molina*
Nos enfrentamos a nuevas formas de vivir la cotidianidad, lo que implicará cambios en los paradigmas de nuestra sociedad, incluso, generando ajustes progresivos y adaptativos por parte de los gobiernos, las empresas y los ciudadanos, previo a cualquier desenlace definitivo. Por algún tiempo indeterminado la nueva normalidad no será estática sino dinámica.
En la actualidad nadie por sí solo comprende la envergadura de la crisis, ningún dirigente público, ni ninguna empresa tiene la capacidad de gestión absoluta, nadie sabe lo suficiente, y nadie es capaz de mover todos los hilos a su conveniencia. Los problemas públicos son claramente inabarcables, por ello el afianzamiento de la democracia y el fortalecimiento de las capacidades colectivas, más que mostrarse como la solución, resultan ser el camino a transitar en los próximos años.
Las simplificaciones de la realidad y las soluciones totalizantes carecerán de credibilidad. Como bien se dice, en las grandes inundaciones lo primero que escasea es el agua potable. Durante el periodo de rehabilitación socioeconómica surgirán muchísimas posturas políticas, ideológicas y religiosas, sobre el deber ser de las nuevas formas de comportamiento social, nuevos esquemas de estructuración y planificación de la economía, nuevas condiciones para relacionarnos entre nosotros mismos y con el medio ambiente, motivo por el cual se hace fundamental afianzar las bases sobre las cuales se soportan los cambios.
La piedra angular para lograr un crecimiento económico que reduzca las brechas de desigualdad social y propicie condiciones para la protección del medio ambiente, debe ser el fortalecimiento del sistema democrático, como garantía de respeto al estado de derecho, las libertades individuales y la igualdad de oportunidades. Si bien la democracia pareciera agotarse para enfrentar los grandes problemas de nuestro país, resulta oportuna la reflexión de Daniel Innerarity para entender que la democracia, cuanto más se acerca a su ideal, más compleja se torna, pues existen más actores con más intereses en juego.
Como ciudadanos nos vemos tentados a promover cambios políticos y económicos revolucionarios como reflejo de la desesperanza, la indignación y el inconformismo, la historia ha demostrado que no resultan ser una salida sensata y responsable, pues los cambios erigidos sobre ideales utópicos nos pueden llevar a abismos aún mayores.
Por un lado, las circunstancias que enfrentaremos durante la nueva normalidad demandan gobernantes reformistas que se caracterizan por tener un talante respetuoso de las libertades, que promuevan ajustes adaptativos a partir de la igualdad de oportunidades y transformaciones sociales pragmáticas, graduales y asimilables; por otro lado, son tiempos que requieren asumir mayores responsabilidades individuales, en donde los ciudadanos sepan poner en equilibrio sus derechos y sus deberes cívicos. En este sentido, las mejores soluciones a los retos que como sociedad enfrentaremos serán las más democráticas, para lo que se requiere fortalecer la cooperación mediante el incremento de las capacidades colectivas.
*Director Gestión de Proyectos, fundación Socya