El andamiaje de la democracia, con sus tres poderes convencionales vigilándose entre sí sin que ninguno se extralimite desconociendo al resto, desapareció a favor del Presidente, quien lo controla todo.
Manifestación del 6 de abril en Caracas
La Venezuela actual desde la muerte de Chávez es el típico caso, tal vez hoy el más representativo del mundo, en que se alternan el avance y el retroceso, el flujo y el reflujo, el frío y el calor en la puja que por el poder sostienen la izquierda y la derecha, cuando esa puja, vista en perspectiva, no parece resolverse a favor de ninguno. Aclaro sin embargo que cuando hablo de izquierda o derecha no hay que tomarlo literalmente, como si se tratara de dos polos opuestos bien delineados, con el rigor geométrico que suele emplearse ahora para situar en la primera a los que se dicen progresistas y en la segunda, la derecha, a quienes pasan por retardatarios, hostiles a la equidad y al pensamiento libre, o son calificados de tales. Vaya un ejemplo: entre los enemigos del régimen bolivariano también hay fuerzas extrañas, como la que encabezaba Teodoro Petkoff, quien nunca renegó del socialismo, o sectores sindicales muy vigorosos que no abjuran de dicha ideología, independientemente de la coyuntura que según sea el momento determina las alineaciones políticas. Da análoga manera, aunque a la inversa, al lado de Maduro militan restos de la vieja burguesía que lograron escapar a las expropiaciones punitivas y que hoy, cómodamente confundidos con la llamada “boliburguesía”, a nadie se le ocurriría pensar que de corazón comulgan con el socialismo. Están ahí es porque así lo manda el bolsillo.
Cabría subrayar algo más: las elecciones en Venezuela no definen nada siendo como ahora son la consabida pantomima repetida. El andamiaje de la democracia, con sus tres poderes convencionales vigilándose entre sí sin que ninguno se extralimite desconociendo al resto, desapareció a favor del Presidente, quien lo controla todo, el Ejército, el presupuesto, las cortes y las relaciones internacionales. En consecuencia, el escenario donde respira la democracia cuando se la deja actuar ya no es el Parlamento ni unas cortes acatadas, autónomas, sino la plaza pública, donde rumban la violencia y el terror callejero aplicados al bando desarmado. Algo cuentan también, fuerza es admitirlo, el tamaño y vigor de las aglomeraciones y las marchas para mantener viva la moral de la oposición y para que el mundo se percate, en tiempo real, de lo que allá está pasando, gracias a los reporteros que logran registrar en sus cámaras, sin que se las decomisen, el actuar criminal de los paramilitares al servicio del régimen.
En los días que corren, tras la efervescencia del mes pasado, varias circunstancias juegan en pro de Maduro. Mencionemos solo una, por lo pronto: la solidaridad internacional alrededor de Guaidó, que nunca fue suficiente por cierto, ha decaído y tiende a apagarse. Ahora es más el silencio, la circunspección. Cierta fatiga o desánimo que ronda en el ambiente, o una actitud expectante, como esperando a ver qué ocurre, qué desenlace tendrán las cosas, sin comprometerse mucho de palabra, pero sobre todo de obra, en su gestación. El cerco diplomático promovido por Guaidó a ojos vistas está aflojándose de tanto esperar una reacción militar que no se dio adentro, o una intervención armada externa que en subsidio se preveía o añoraba, sin que tampoco llegara. Pero este tópico amerita, para luego, un comentario aparte.