Tenemos la obligación de elegir un alcalde que garantice el ejercicio de la autoridad con firmeza absoluta, sin temores y sin concesiones a los violentos.
En 1991 hubo en Medellín 6.349 homicidios. Fue nuestro momento más duro: 381 muertos por cada 100.000 habitantes, para una población de dos millones de personas. Esta cifra le puso a Medellín el INRI de la ciudad más violenta del mundo, una “chapa” que nos marcó ante el planeta entero y de la cual costó mucho desprenderse. En el año 2000 los homicidios fueron 3.158, en el 2001 fueron 3.480 las muertes violentas y en el 2002 la violencia arrastró 3.721 vidas humanas.
A partir del 2004, con los efectos de la desmovilización del bloque Cacique Nutibara, los homicidios empezaron a bajar: en el 2004 se presentaron 1.187 homicidios, en el 2005 hubo 782 muertes violentas y 709 en el 2006.
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Si la tendencia se hubiera mantenido, estaríamos en cero muertes violentas. Pero no es así: la ciudad acaba de registrar el homicidio número 500, es decir, estamos de regreso a las cifras violentas de 13 años atrás. Una vez más, las promesas electorales han sido incumplidas y un programa de gobierno ha fracasado.
El péndulo de la violencia debe ser detenido para que no regrese a épocas aciagas. Tampoco hay que recurrir a los “pactos de fusiles” que llenen los vacíos de autoridad para mostrar cifras engañosas en busca de aplausos. Medellín no necesita un “showman” que nos mantenga entretenidos 24 horas, 7 días a la semana, mientras el desangre avanza. Tampoco es posible esperar milagros ni fórmulas populistas que agravarán los problemas y nos harán más vulnerables ante las fuerzas criminales que hoy dominan el territorio.
Es un lugar común decir que cada elección marca un momento trascendental para decidir el futuro con el único mecanismo democrático que podemos utilizar los ciudadanos: el voto libre y responsable, porque los demás mecanismos de participación se quedaron congelados en la Constitución, ya que la reglamentación legal los volvió inalcanzables. Y esto es cierto. Los ciudadanos debemos asumir plenamente nuestra responsabilidad y a cambio de ofrecer esfuerzos y sacrificios en pro de un futuro mejor, tenemos la obligación de elegir un alcalde que garantice el ejercicio de la autoridad con firmeza absoluta, sin temores y sin concesiones a los violentos.
Los problemas de Medellín son recurrentes: pobreza, exclusión, desigualdad, desempleo, inseguridad, contaminación y predominio de la delincuencia. Estos problemas no se solucionan con fórmulas mágicas, todos ellos pueden enfrentarse con autoridad y firmeza.
La autoridad firme es necesaria para atacar las fuentes de ingresos de los grupos violentos con la obligatoria participación de la Fiscalía, la Superintendencia de Notariado y Registro, las cámaras de comercio, el sistema bancario y la comunidad.
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También se necesita autoridad y firmeza para enfrentar los factores contaminantes de la ciudad. El diagnóstico está claro hace muchos años, pero ha faltado autoridad para poner en cintura a los transportadores, volqueteros y algunas empresas irresponsables, que arrojan la mayor carga contaminante hasta llegar a los niveles de emergencia que registramos en los últimos años.
Y así podríamos seguir enumerando problemas conocidos, todos los cuales tienen el mismo camino de solución. La solución está en nuestras manos. No hay espacio para la demagogia ni el populismo. El voto responsable es el más útil.