Hoy la higiene pública todavía es planta escasa para millones de seres humanos que no cuentan con sistemas de alcantarillado y agua potable
En un hermoso trabajo, que no debería faltar en la biblioteca de un buen hedonista, Michel Serres se ha ocupado de los cinco sentidos, es la mirada de un intelecto cultivado, pero es también la de un empirista cabal. Algo nos debe. El olfato es nuestro más antiguo sentido, el que tenemos en común con los reptiles y los saurios, el más atosigado y mortificado en nuestras ciudades. La escalera de un edificio puede ser el descenso al infierno brincando en las cocinas de los vecinos y las comidas rápidas, en auge en tiempos de confinamiento, son la lápida para el placer de nuestras narices.
Tal vez no hay mejor mirada que la de la historia para entender la forma como se transforman a través de la historia y la cultura nuestros sentidos; observemos, por ejemplo, que la asepsia para nuestras manos, que intenta ahora como un aprendizaje colectivo la humanidad entera, no es tan antigua; ya Semmelweis, el mártir de la asepsia quirúrgica, hace apenas de un par de siglos, mostró el camino para la importancia de la limpieza de las manos. Lo tratamos como un caso emblemático en epistemología, pero es sobre todo un hito en la historia de la asepsia. Por ello no es tan difícil imaginar olfativamente, lo que fue el encuentro de dos mundos hace más de cinco siglos. Los habitantes del Caribe se sumergían varias veces al día en las frescas aguas que bajaban de las montañas rumbo al mar; los españoles por el contrario venían de sociedades que todavía no habían hecho ese aprendizaje del baño frecuente y cabal; sólo hasta hace relativamente poco los hoteles en Francia incluyen “el lujo” de un baño para cada habitación; el uso de jabones es apenas nuevo, cuando habitantes miembros de la monarquía se ufanaban de no haber tomado un solo baño en su vida. De allí el desarrollo de la perfumería y de otras artes del incienso y el fuego para camuflar el mal olor. Por esas mismas calendas del encuentro entre dos mundos Cervantes le dedica una obra a lo que en su momento pensaba que eran las “ilustres fregonas”, su intento de asistir al encuentro de dos mundos se frustró y las fregonas son ahora heroínas.
Las famosas carabelas, pestilentes naves que venían atestadas de indescriptibles semovientes, habían tenido que asistir a la putrefacción de las aguas almacenadas para el consumo oral y sería difícil imaginar a que podían oler esos navegantes después de 40 días de repugnantes e insoportables prácticas. Con razón se admiraron hasta el éxtasis de los acueductos y la limpieza de Tenochtitlan. Hoy la higiene pública todavía es planta escasa para millones de seres humanos que no cuentan con sistemas de alcantarillado y agua potable. Aún está entonces por extenderse la revolución del jabón y el lavado de manos por todo el planeta y cualquier americano lo sabe al cruzarse con europeos en el transporte público; cuando me ha pasado me he sentido agradecido de descender de esos espléndidos habitantes del Caribe y de nuestro Valle de Aburra, que hacían de la limpieza un arte inigualable y sea este un homenaje cabal a quienes han hecho duradera nuestra vida con las prácticas higiénicas. Que no lo olviden, no solamente les dimos papa, tomate y frutas exquisitas, también les enseñamos a limpiarse el culo con eficiencia y cuidado, que si no hubiera sido por Semmelweis y por nosotros todavía estarían muriéndose entre estertores y mugre con las uñas negras.