Yo diría con Cristian Vázquez (1978), ese extraordinario escritor y periodista argentino, que el enigma de la relectura habría que encontrarlo, entonces, en el propio lector. Es decir, “el cambio más significativo no se produce en el texto, sino en la manera de leer. Y esto último se produce porque inevitablemente el hombre cambia, y con él su mirada”.
El pasado jueves 23 de abril, celebramos el Día del idioma. Aunque -debo decirlo- suena un poquito pretencioso eso de “celebramos”, porque no vi a nuestras autoridades educativas (del Ministerio para abajo), celebrando o invitando a su celebración. Lo cierto fue que, al menos, entre amigos, lo celebramos a gusto, al compartirnos textos bellísimos, poemas, artículos, y vehementes provocaciones a leer algunos autores nuevos, y otros no tan nuevos, que en realidad se constituyen en lo más delicioso del ejercicio de la lectura: la relectura.
Ya lo había sentenciado Borges: “Lo mejor de la lectura, es la relectura”. En alguna ocasión, en una de esas conferencias magistrales que conforman su bellísimo libro Siete noches (El libro recoge siete conferencias, cuidadosamente corregidas, que Borges dictó en un teatro de Buenos Aires, en 1977), el Borges mítico, el Borges profundo, el Borges amante de las paradojas, había dicho: “He tratado más de releer que de leer. Creo que releer es más importante que leer, salvo que para releer se necesita haber leído”. Es, sin duda, una suerte de acertijo de una profundidad y un desafío rotundo. Si nos detenemos a pensar -mediados por nuestro oficio de lectores, más que de escritores-, hallamos que el autor de El Aleph, haciendo aparente oposición al viejo Heráclito (su filósofo de cabecera), para quien “nadie se baña dos veces en el mismo río”, da a entender que esa misteriosa alquimia obedece a que ¡ningún libro es leído dos veces por los mismos ojos! He aquí el placer y la importancia capital de la relectura.
Yo diría con Cristian Vázquez (1978), ese extraordinario escritor y periodista argentino, que el enigma de la relectura habría que encontrarlo, entonces, en el propio lector. Es decir, “el cambio más significativo no se produce en el texto, sino en la manera de leer. Y esto último se produce porque inevitablemente el hombre cambia, y con él su mirada. Releer también es dejar que los libros nos lean a nosotros y nos cuenten cómo hemos cambiado. Algo que vale incluso para los libros que uno mismo ha escrito: Quiero insistir en la conveniencia de todo escritor de releerse a sí mismo –aconsejó Luis Goytisolo–, pues sólo entonces descubres muchas cosas de tus libros y de ti mismo”. En esto último era especialista el Nobel José Saramago, cuando, en Cuadernos de Lanzarote, escribió: "Somos la memoria que tenemos y la responsabilidad que asumimos, sin memoria no existimos y sin responsabilidad quizá no merezcamos existir”.
Por su parte, Alberto Manguel, en un texto brillante, erudito, necesario, El elogio de la lectura (Buenos Aires, 1978): diría, a propósito: “El placer de la lectura, que es fundamento de toda nuestra historia literaria, se muestra variado y múltiple. Quienes descubrimos que somos lectores, descubrimos que lo somos cada uno de manera individual y distinta”. Subrayo: Individual y distinta, en cada lectura.
No quise celebrar esta siempre renovada fiesta, centrándome en cosas históricas y eruditas sobre nuestro amado idioma español; eso ya lo hizo con más amor y sapiencia que yo, mi siempre admirada y amiga doña Lucila González de Chaves, en su artículo Valoremos la historia de nuestra lengua y los albores de su literatura, publicado el miércoles 22 abril de 2020, en este Diario. Quise celebrarlo al impulso amoroso de mis amigos escritores y lectores, para quienes la relectura es lo mejor de la lectura, tal y como nos lo advirtió Borges, entregándonos así la clave para una vida feliz y productiva, si de escribir y pensar se trata.
El idioma español es el primero en belleza (¡no me pidan que lo justifique!) y el tercero en prestancia e impacto, después del inglés y el mandarín; goza de excelente salud y cuenta con 500 millones de usuarios en todo el mundo. En España dicen que los colombianos somos quienes mejor lo hablamos; sin embargo, a las autoridades educativas de este país, no parece importarles mucho.