Hay una consideración gruesa adicional: toda la estrategia se ha centrado en deslegitimar a la Corte Suprema.
Que el senador Álvaro Uribe haya sido citado a indagatoria por parte de la Corte Suprema de Justicia, ha desencadenado una serie de acontecimientos cuyo desarrollo y consecuencias son francamente impredecibles hoy.
Independientemente de los artilugios desplegados por el citado y sus abogados defensores (recusaciones, surgimiento inesperado de nuevos testigos, ruedas de “prensa” que ponen en evidencia la pobreza y postración de nuestro periodismo, renuncias y des-renuncias) hay una consideración gruesa adicional: toda la estrategia se ha centrado en deslegitimar a la Corte Suprema.
Una firma investigadora se puso en la tarea de indagar cuál era la posición de la ciudadanía frente a lo que estaba ocurriendo y medirle el pulso a la credibilidad de la Corte. Hizo en las principales ciudades del país dos preguntas:
1.- ¿Usted entiende el problema del expresidente Álvaro Uribe con la Corte Suprema de Justicia?
El 64.3% de los entrevistados dijo que lo entendía y el 34.3% dijo no entenderlo.
2.- ¿Quién cree usted que tiene la razón: El expresidente Álvaro Uribe o la Corte Suprema
de Justicia?
El 50.3% consideró que la Corte y el 28.7% que Álvaro Uribe.
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Ciertamente hay en Colombia una posición mayoritaria de respeto a la legitimidad de esta instancia judicial, posición mayoritaria que no se refleja en los resultados de la misma encuesta en Medellín. Aquí solo el 26% de los entrevistados le da la razón a la Corte y un mayoritario 42% le da la razón a Álvaro Uribe.
Es un porcentaje que no sorprende a nadie. Antioquia en general y Medellín en particular son lo que se ha denominado un “fortín” del senador. Sus ideas, su estilo, su talante, dialogan con los ideales de eso que se llama “la antioqueñidad”.
Puede afirmarse que, en términos conceptuales y filosóficos, la Antioquia de hoy piensa con la misma lógica de la sociedad rural que ha sido desde el siglo XVIII: patriarcal, religiosa, sectaria. El sociólogo Luis Julián Salas expresa que en esa Antioquia rural “no había una ética civil sino una fuerte moral católica”. Las preguntas recurrentes de “quiénes son tus papás, vos de dónde sos, qué apellido tenés", son recurrentes aún hoy para definir si una persona es “buena o es mala”, sin descartar desde luego “qué tan blanca tenés la piel”.
Salas dice que es una sociedad que define al “padre como objeto de respeto reverencial por la vía del temor y no del afecto; la madre como objeto de exaltación afectiva por su modelo de abnegación y sacrificio; los hijos y las hijas como sujetos de propiedad absoluta de sus padres”. Y concluye: “El paternalismo, derivado de la familia patriarcal, impregnaba las relaciones y la convivencia con la servidumbre y con quienes se consideraba inferiores socialmente”.
Esta fotografía no cambia aún hoy y es caldo de cultivo para el discurso, tono, virulencia y prácticas patriarcales del senador Uribe.
Agregue a lo anterior el significado profundo de lo que se ha dado en llamar “la espiral del silencio”, un concepto expuesto en 1977 por la politóloga Elisabeth Noelle - Neuman y que explica el fenómeno de la presión social que se desencadena a partir de esos relatos mayoritarios, los relatos dominantes. “En una sociedad en la que las ideas contrarias son sistemáticamente silenciadas por los medios de comunicación, son los propios individuos - al no ver reflejados sus pensamientos y sentimientos en ellos- quienes optan por no compartirlos en público, para evitar el rechazo social”. Es lo que se llama “un miedo innato al aislamiento”.
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La muy antioqueña fórmula según la cual, “la ropa sucia se lava en casa” cierra el “círculo virtuoso” que desencadena estos resultados. Aquí somos felices, todo funciona a la perfección. De hecho, al margen de quién sea o qué tan perverso sea, siempre tendremos el mejor gobernador y el mejor alcalde del mundo, en consecuencia, Uribe, que es antioqueño, ha sido y será eternamente el mejor presidente del mundo.
Estamos condenados sin remedio, a la felicidad eterna.