¿Qué tanto desorden se necesita para la consolidación del orden?
Ayer por casualidad escuché a una pareja de estudiantes discutiendo sobre la realidad social colombiana, uno de ellos decía con gran contundencia que nuestra sociedad era anómica. Sus comentarios me dejaron pensando un buen rato y me movieron a construir estos apuntes. Espero que estas notas inconclusas “por arte de magia” lleguen a esos contertulios.
El concepto de anomia surge en la obra del sociólogo francés Émile Durkheim en 1893, con este término designó al tipo de suicidio anómico que presentaba la particularidad de que aquellos que lo cometían carecían de una estructura normativa sólida y clara; “la anomia es, pues, en nuestras sociedades modernas, un factor regular y especifico de suicidios; una de sus fuentes” (Durkheim, 2004). Se evidenció que las sociedades anómicas se caracterizan por una alta tasa de conductas desviadas y de prácticas autodestructivas, donde se incluye el suicidio. De acuerdo con esta perspectiva, es una patología del sistema normativo colectivo. Sin embargo, Durkheim le da un tratamiento distinto al concepto en otro de sus textos: “si la división del trabajo no produce la solidaridad, es porque las relaciones de los órganos no están reglamentadas, es porque están en estado de anomia” (Durkheim, 1973). Empero, no es una palabra que Durkheim use frecuentemente en su vocabulario sociológico.
La Real Academia Española define la palabra anomia como “ausencia de ley” (en su primera acepción) y como un “conjunto de situaciones que derivan de la carencia de normas sociales o de su degradación” (en su segunda acepción) (Real Academia Española, 2015).
Por su parte Ralf Dahrendorf en su obra La ley y el orden (1998) considera que la anomia es “una situación social en la cual las normas que regulan el comportamiento de la gente han perdido su validez (…) Allí donde prevalece la impunidad, la efectividad de las normas está amenazada. En este sentido, anomia describe un estado de cosas en el que la violación de las normas queda impune” (Dahrendorf, 1998, pág. 40). El citado autor, analizaba el problema especialmente para el caso europeo y para períodos muy breves y transitorios. A manera de ejemplo, trae el asunto de la llegada del ejército ruso a los territorios de ocupación alemana al término de la Segunda Guerra Mundial. En dicho texto se menciona la experiencia de la anomia –como una excepcionalidad–, que podría hacer regresar al hombre al “estado de naturaleza”, en su versión Hobbesiana, donde el hombre vive en un estado de guerra permanente. Donde la vida es “solitaria, pobre, asquerosa, brutal, y corta”.
Dahrendorf (1998) menciona primero los casos de desorden y caos, donde la población actuaba por fuera de cualquier orden jurídico y social, generando principalmente malestar y dolor. Posteriormente, señala también un caso de altruismo espontáneo. El autor menciona a un oficial ruso que al ver a una anciana llorando en la acera porque le han robado una bicicleta, sin pensarlo, se baja de su caballo y se lo entrega como regalo, la anciana pertenece al bando derrotado y opuesto al del oficial, sin embargo, “el ruso desmontó, le tendió las riendas y suavemente le dijo que se quedara con el caballo a cambio. La guerra de todos contra todos era también un estado de solidaridad espontánea. Y, por supuesto, ninguno de ambos duró” (Dahrendorf, 1998). Caos, destrucción, desorden… pero también altruismo espontáneo.
¿Qué tanto desorden se necesita para la consolidación del orden?