Sales conmocionado de la sala de cine y no puedes menos que pensar en tu país, porque también aquí los corifeos de la guerra piensan que el derecho internacional no existe, manipulan, mienten
Los orientales que tienen tantas peculiaridades le dicen “ejemplo negativo” al mal ejemplo.
Existen casos abundantes al alcance de la mano. Pase usted por la Fiscalía colombiana, por ejemplo; atisbe las prácticas non santas de los carteles del papel higiénico y de los pañales, prácticas vergonzosas que han ejercido sin parpadear esas compañías que nos ponen como ejemplo; dese una pasada por la historia de Reficar o el escándalo de Odebrecht; husmee un poco en los pasillos del Congreso; indague qué hay detrás de la historia del paramilitarismo, en fin.
Pero como todo esto es tan cercano, como alude a tanto personaje conocido, como compromete intereses de tantas y tan diversas personalidades e instituciones, entonces las explicaciones, justificaciones, negaciones e interpretaciones abundan, para desfigurar la realidad de todas esas prácticas delincuenciales, de manera tal que en medio de la confusión, los responsables siempre posan y pasan de inocentes.
Entonces piensa uno que todo se entiende mejor cuando se mira un ejemplo más lejano y se mira además en la perspectiva del tiempo. Ese abordaje no solo toma una forma didáctica sino que genera resultados impecables.
Exactamente eso es lo que ocurre con la película El Vicepresidente, que se encuentra en cartelera por estos días y que narra las argucias, maldades, manipulaciones y perversidades desarrolladas por la presidencia de George W Bush y la manera como la evidente y probada ineptitud de ese mandatario fue aprovechada por Dick Cheney, su vicepresidente, quien lleva a cabo una poderosa operación orquestada por los halcones de la derecha de los Estados Unidos para perpetuarse en el poder, modificar las percepciones del americano medio y tomar la iniciativa en el reacomodamiento del pensamiento conservador en ese país.
El actor Christian Bale, que lo interpreta, respondía recientemente a una entrevista con una frase memorable que define esa historia: “Es una tragedia”.
La película refleja la manera como un personaje anodino, silencioso, arribista, medra en los pasillos del poder y se enquista en él, lo succiona, lo aprovecha, lo manipula, hasta llegar a las más altas posiciones, para ejercer desde allí y con mano de hierro, una retorcida estrategia orientada a derrocar a Hussein, llevar a cabo la Guerra de Irak, favorecer a la industria armamentista, violar toda norma de derecho internacional, empoderar a la derecha, inaugurar las más perversas prácticas de comunicación dirigida, manipular a la opinión pública interna y externa, orquestar la construcción de una poderosa red mediática a su incondicional servicio, manipular la Constitución de su país y entronizar la idea del exterminio.
Y entonces sales conmocionado de la sala de cine y no puedes menos que pensar en tu país, porque también aquí los corifeos de la guerra piensan que el derecho internacional no existe, manipulan, mienten, ejercen dudosas estrategias de comunicación en las que el engaño prima, son acomodaticios con la ley, tienen poderosas redes mediáticas a su servicio y construyen con cuidadosa premeditación la exacerbación del odio a unos niveles tan peligrosos, que ellos mismos corren riesgos.
Releyendo las Reflexiones sobre educación, ética y política de Beatriz Restrepo, aparece una respuesta posible tomada de Reyes Mate en La piedra desechada, en el sentido de concebir “una razón, una política o una ética, a la altura de los problemas que tenemos”. Ese es el reto urgente.