Nunca será lo mismo transmitir información a otorgarle a las personas herramientas para la vida. Esa es la base, de eso se trata esa diferencia entre formar y educar.
Ojo, muchos han dicho que la mejor manera de formar y de aprender es con el ejemplo. Yo me atrevería a decir que no es la mejor forma, ¡es la única! Mucho se ha dicho entre la diferencia entre formar y educar. Aunque parezca obvio, hemos defendido la idea de la educación como una herramienta para suministrar información y otorgar títulos, sin duda, este modelo educativo ha quebrado la dimensión social del conocimiento, ha deteriorado el mercado laboral y ha hecho obsolescente el proceso de enseñanza – aprendizaje. Nunca será lo mismo transmitir información a otorgarle a las personas herramientas para la vida. Esa es la base, de eso se trata esa diferencia entre formar y educar. Mi padre siempre me hablaba del arte de la talabartería y del hermoso oficio de trabajar con el cuero. El artesano, con mucho empeño tenía que curar el cuero, macerarlo hasta darle determinada forma y empezar a confeccionar un producto que fuera manejable después de un largo proceso. Dar forma es la razón fundamental de la formación. Damos forma a mejores ciudadanos, seres humanos viables para la sociedad y esto no solo lo hacemos con información, siempre hay que hacerlo con algo más.
Hace unos años conocí al Padre Carlos Quintero, quien en su momento era el encargado del departamento de comunicaciones del Celam. Un hombre dinámico, enamorado de los medios de comunicación, carismático y de un sentido del humor que realmente es lo que más recuerdo de él. El padre Quintero, hoy monseñor Carlos, obispo de Armenia, hace unas semanas quiso dar una lección a sus agentes de pastoral disfrazándose de habitante de la calle y llegando a una reunión que el mismo había convocado. Se puso entre los asistentes, se tropezó, dialogó con quien le prestó atención, estaba mal oliente, estaba puesto de manera incomoda como suelen estar los habitantes de la calle cuando no son visibilizados, reconocidos. Frente al rechazo de los asistentes, el obispo muestra su verdadera identidad y deja una lección no solo para quienes asistían a la reunión por él convocada, sino para quienes hemos visto la noticia con detenimiento (ver el video https://www.youtube.com/watch?v=HYBVcuYZbtc). Lo que pretendía era dar una lección a un grupo de personas que se están capacitando en pastoral social sobre la coherencia que existe entre ser educado para atender una problemática social y ser formado para lo mismo. Muchos conocimientos podemos recibir, pero muy pocas prácticas de vida podemos realmente compartir. No es lo mismo aprender de solidaridad a ser solidarios. No es lo mismo aprender mucho de derechos humanos a ser un agente promotor de los mismos. Es que la gente sigue reclamando coherencia, capacidad de hacer lo que se dice, de aplicar lo que se predica.
En estas semanas de protestas estudiantiles, de reclamos por las situaciones injustas y de poder hacer frente a la situación de los estudiantes de nuestro país, la denuncia del obispo es más que pertinente. Los colombianos sufrimos de un mal que nos sigue condenando socialmente: la indiferencia. Poco nos importa la situación de los demás, poco nos interesa el dolor, el sufrimiento, las desesperanzas, las situaciones injustas, los reclamos de las minorías por sus derechos, el sufrimiento de la mujer, la muerte de los líderes sociales, los abusos contra los niños, la situación hostil del empleo formal en el país, las condiciones de los maestros, el deterioro de las instituciones, la polarización política y la falsa información que en las redes sociales siguen enajenando las mentes de nuestros compatriotas. indiferentes frente a la corrupción, frente a la muerte, frente a la paz. Nuestro país está reclamando más presencia de la educación en los problemas reales de la sociedad. No podemos seguir con la triste consigna del siglo XX, la academia como la gran ausente al proceso político y social del país. No más indiferencia y aprendamos a aprender de otra manera.