Líderes que no sólo tengan buenos propósitos, sino que realmente sean seres humanos superiores, con auténtica vocación de servir a los demás, humanitarios y sociales, con nuevas ideas.
Ahora que estamos en el país y en el mundo entero, en una de las crisis más difíciles e incomprensibles que haya vivido la humanidad, se hace indispensable que quienes ejercen o aspiren ejercer el compromiso de orientar los destinos nacionales, de la comunidad, empiecen a proyectar su pensamiento- liderazgo y, especialmente, a mostrar sus propuestas para que la ciudadanía tenga la oportunidad de saber con certeza a quiénes habrá de entregarse tan serio e ineludible reto, tan inaplazable y seria tarea, en una nación tan convulsionada y llena de sorpresas como la nuestra.
Para esa misión se requieren verdaderos líderes. Hombres y mujeres realmente comprometidos con el cambio y con la asunción de nuevas proyecciones que le permitan al ciudadano; esto es, a los administrados, recobrar la confianza en su dirigencia a sabiendas de los procesos gubernativos- planes, programas, tareas y misiones que habrá de desarrollarse para materializar con certeza las transformaciones requeridas. Mujeres y hombres que tengan una profunda visión y comprensión de las potencialidades, como también de las falencias y reales necesidades del pueblo, de las comunidades, que una vez asuman el comando de las acciones que le son propias a los gobernantes, no olviden o desconozcan –como suele suceder- los retos, promesas y propuestas, dedicándose a trabajar de lleno en procura de satisfacer las expectativas y anhelos que se han generado en sus electores y comunidad en general.
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Las inmensas dificultades por las que atraviesa el país e, inclusive, el mundo entero, requieren del liderazgo de los mejores para poner en marcha los procesos sociales que es indispensable emprender, para empezar a salir de las muchas dificultades que hemos estado padeciendo social e institucionalmente; muchas de ellas –indudablemente- por la falta de compromiso social, sentido de pertenencia, valor civil y espíritu de lucha frente a todos estos novedosos desafíos que nos ha traído el avance de la ciencia, la tecnología y el mismo mercado. Hemos entrado inevitablemente en la era del consumismo y, con él, en el bajo mundo de la corrupción y todo tipo de delincuencias que amenazan con destruir y apropiarse –como en efecto está sucediendo- de todo lo que encuentran a su paso. Para combatir exitosamente estos temibles monstruos se requiere no solo de buenas intenciones, sino también gran valor civil e inquebrantables grandeza ética y moral; de lo contrario, será fácil sucumbir frente al embate de tan poderosos enemigos.
Se requieren líderes que no sólo tengan nobles propósitos, sino que realmente sean seres humanos superiores, con auténtica vocación de servir a los demás, humanitarios y sociales, con nuevas ideas y emprendimientos, con un amplio conocimiento de la real problemática social y de las distintas herramientas, estrategias, métodos y la preparación que es necesario poner en práctica en consonancia con las exigencias impuestas por las circunstancias que les toca afrontar en ejercicio de la difícil tarea de gobernar con los nuevos conflictos y complejidades que nos ha traído el nuevo siglo.
Colombia, al igual que la más humilde de las comunidades que habita este país, requieren líderes comprometidos que tengan el sentido de pertenecía que se requiere para deponer todo tipo de intereses individuales y/o partidismos, que no actúen egoístamente, sino que tengan también la inteligencia y grandeza espiritual suficientes para trabajar, juiciosa y mancomunadamente, buscando sólo el bienestar y mejoramiento de las necesidades colectivas; sin tener en cuenta consideraciones distintas a las de hacer que de una vez por todas empecemos a recorrer el sendero de tolerancia y el diálogo que nos permitan los consensos que son indispensables para obtener paz, más o mejor justicia social, equidad e igualdad entre todos los colombianos cualquiera sea su condición económica, social, creencias políticas y/o religiosas.
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Necesitamos líderes que no cambien una vez asuman la posición que la democracia les otorgue, que no se crean los amos y señores de todo lo existente, sino que asuman con inquebrantable sentido de compromiso social y responsabilidad ética, el ejercicio de su tarea gubernamental y dirigencial; olvidando las consideraciones de tipo partidísta que les otorgue dicho trabajo y se dediquen –imparcial y objetivamente, a aplicar lo mejor de sí mismos en favor de los intereses del pueblo, a resolver sus angustias y necesidades.
Necesitamos líderes que sean unos verdaderos apóstoles que trabajen por la comunidad, inspirados –como debe ser- siempre en hacer el bien con humildad, inteligencia y creatividad. Sólo así podrán empezarse a ver reales cambios. De lo Contrario, como dicen nuestros mayores: “apague y vámonos”, pues todo seguiría siendo igual o peor.