El centro del mundo es cualquier sitio del planeta, donde los seres humanos hayan empezado a reorganizar su entorno natural, para mantener y desarrollar una existencia personal y colectivamente estructurada dentro de su propia cosmovisión.
Animado por mi buen amigo el escritor Ramiro Montoya llegué al libro de Charles C. Mann titulado “1491, Una nueva historia de las Américas antes de Colón”, que me cayó como anillo al dedo para seguir con el ensayo que inicié con mi anterior columna titulada “Eurocentrismo y América Latina”.
El libro de Mann plantea cuatro hipótesis, a saber: 1). La población de los nativos americanos fue probablemente mayor de lo que generalmente se ha creído en la comunidad científica, mucho más cercana a las cifras de los estimados "altos", y que las enfermedades infecciosas introducidas por los europeos redujo esa cifra en un 95%. 2). Los humanos probablemente llegaron a América mucho más temprano de lo que se cree, en varias oleadas que se distribuyeron a lo largo del tiempo y no solamente desde el estrecho de Bering. 3). El nivel de avance cultural y de sedentarismo del indio americano fue mucho mayor de lo que se ha sostenido y 4). El Nuevo Mundo no era la naturaleza virgen que los europeos creyeron cuando tomaron contacto con estos territorios, sino un ámbito natural que había sido modificado por los aborígenes, con su trabajo a lo largo de miles de años.
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Mann en el referido libro empieza por controvertir la tesis que quisieron imponer los conquistadores de América, en el sentido de que los indios eran pueblos sin historia que en muy poco habían intervenido los ecosistemas, una naturaleza que se conservaba prácticamente intacta hasta la llegada de Colón, lo que sirvió para crear el mito del “buen salvaje” que se aprovechó para afirmar la pereza de los nativos y sus condición inferior en relación con el hombre blanco. Bartolomé de las Casas, en su “Apologética Historia Sumaria” llegó a sostener que los indios estaban esperando la providencial llegada de la religión cristiana para su redención.
Todavía en nuestros tiempos se sostiene que los indios al no impactar los ecosistemas nunca evolucionaron y que siempre se habían conservado fieles a sus estado salvaje original, casi de igual manera como los animales, lo que se interpretó no como inocencia sino como pereza física y mental. Bajo esta premisa, era lógico concluir que el territorio americano estaba vacío de toda humanidad y de sus obras, contrario a lo se tenía en Europa, Asia y África, donde la especie humana nunca había dejado de evolucionar formando comunidades y fundado cimientos de civilización y cultura. Los europeos, según se creía, llegaron a sembrar civilización y cultura en estas remotas tierras, donde antes sólo existía un mundo salvaje.
Sólo en el Siglo XX, con las nuevas disciplinas y tecnologías como la demografía, la climatología, la botánica, la palinología, la biología molecular y evolutiva y en especial mediante las técnicas de datación con Carbono 14, se abrieron las puertas para nuevas formas de examinar el pasado y desmontar la creencia de que los seres humanos que habían ocupado en solitario durante millares de años un tercio de la superficie del planeta, apenas en poco o en nada habían intervenido el entorno natural.
Hasta hace unas décadas se tenía por cierto que el hombre había llegado a América sólo por el estrecho de Bering, lo que ocurrió durante la última glaciación hace unos 11.000 años y que desde allí inició su expansión hasta alcanzar los territorios más australes del continente. Pero en el año 1997, en Chile se descubrió una cultura datada en 12.000 años de antigüedad, obviamente no relacionada con la inmigración por el estrecho de Bering, lo que confirma que los indios americanos salieron del continente euroasiático antes de la Revolución Neolítica, cuando hace 11.000 años en el Oriente Medio se desarrollaron la agricultura, la ganadería y se empezó a utilizar la rueda y a fabricar utensilios y herramientas metálicas. En esta misma región, los sumerios, 3.000 años antes de nuestra era, crearon la escritura y la primera verdadera gran civilización conocida en la historia humana.
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Los investigadores ahora saben muy bien que en Mesoamérica se produjo una segunda Revolución Neolítica, independiente de la asiática. El momento exacto en que esta revolución tuvo lugar es aún incierto, pero los arqueólogos la sitúan cada vez más y más atrás hasta llegar a fijarla en más o menos hace diez mil años, esto es, no mucho después de la Revolución Neolítica del Oriente Próximo. Adicionalmente, en 2003 los arqueólogos descubrieron semillas de calabazas cultivadas en la zona costera de Ecuador, que bien podrían ser más antiguas que cualquier otro resto agrícola en toda Mesoamérica, lo cual significaría que en Suramérica también tuvo lugar una Tercera Revolución Neolítica. Esta Tercera Revolución Neolítica probablemente coincidió con el comienzo de la cultura Beni, localizada en las llanuras orientales de Bolivia.
Los americanos que abandonaron Asia antes que se iniciara la agricultura tuvieron que ingeniárselas para desarrollar estas prácticas por sí mismos, lo que significa que en nuestro continente tuvimos nuestra propia Revolución Neolítica hace unos 10.000 años. En el año 1.800 a. de C los olmecas en Mesoamérica (civilización anterior a los mayas) ya vivían en ciudades y poblados construidos sobre montículos, comunicados entre sí y con otros pueblos vecinos con amplias redes comerciales; por otro aspecto disponían de, por lo menos, una docena de diferentes sistemas de escritura, habían inventado el número cero, el mayor logro matemático hasta ese momento, y registrada las orbitas de los planetas mediante lo cual dispusieron de un calendario de 365 días, más preciso que el de los europeos. Para no alargarnos más, en 1492 los incas habían conformado el imperio más extenso de la tierra, con un sistema de caminos empedrados de más de 40.000 kilómetros de longitud y tenían su propia lengua, el Runa Sumi (más tarde denominado quechua) estructurada en código binario, similar al de la actual informática; los monumentos arquitectónicos y templos incas todavía nos asombran con su majestuosidad. Nuestros antepasados muiscas con su orfebrería, así como los quimbayas y zenués con su cerámica e ingeniosos sistemas de siembra tampoco se quedaron por fuera de la Revolución Neolítica americana.
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Todo lo anterior y mucho más derrumba el supuesto que idearon los europeos para justificar la dominación y el exterminio de los indios americanos, que como infrahumanos no merecían ninguna consideración que siquiera los equipara con la condición de los siervos del medioevo europeo. Su desaparición como fuerza gratuita de trabajo en nada, como en efecto sucedió, iba a afectar la economía colonial que para eso estaban los esclavos africanos.
En conclusión el libro del antropólogo e historiador norteamericano Charles C. Mann, que comentamos, echa por tierra los esquemas eurocentristas que aprendimos en las aulas y demuestra que el centro del mundo es cualquier sitio del planeta, donde los seres humanos hayan empezado a reorganizar su entorno natural, para mantener y desarrollar una existencia personal y colectivamente estructurada dentro de su propio imaginario, su cosmovisión.
P.S. Existe otro libro de Mann intitulado “1493, Una nueva historia del mundo después de Colón”, que más adelante espero trabajar y comentar en este mismo espacio