El Cristo no vino al mundo a hacer alianzas con los déspotas, ni con los que persiguen, ni con los que dejan sin pan a los desfavorecidos, ni con los cómplices de delitos y malas prácticas gubernamentales
El nuestro se está convirtiendo lenta pero muy seguramente en un país de terror, en el que la opinión es condenada, salvo que vaya en pro de las acciones de los que mandan en el ámbito judicial, económico o político. Es peligroso defender al de abajo o protestar por un crimen contra defensores de los derechos humanos o contra un líder social. Reclamar del Gobierno acciones para defender los sectores vulnerables, perfilarse como un buen prospecto para dirigir el país, no estar de acuerdo con el ministro de Hacienda o ver la serie Matarife, son acciones dignas de ser condenadas y penadas por el régimen.
Por si a alguien se le olvida, el mandamiento que signa todo el pensamiento y la praxis cristianos es el del amor. Pero no es el amor por el dinero, ni por los puestos de honor en el banquete del erario, ni por la impunidad. Es ese amor que nos conduce a la paz y que coincide con el pensamiento liberal del respeto por los derechos ajenos, como piedra angular de la sociedad y de la convivencia pacífica. El Cristo no vino al mundo a hacer alianzas con los déspotas, ni con los que persiguen, ni con los que dejan sin pan a los desfavorecidos, ni con los cómplices de delitos y malas prácticas gubernamentales.
Por mucho que a muchos les duela, monseñor Darío Monsalve tiene razón. A todos los que nos decimos cristianos debería dolernos el estado de cosas que suceden en nuestra tierra, deberíamos estar condenando el contubernio con las fuerzas oscuras de algunos dirigentes, las campañas sucias de personajes sucios contra quienes no piensan como ellos o les ganan las elecciones; deberíamos protestar por el hecho de que los jefes de los organismos de control e investigación salgan del gabinete del presidente; deberíamos estar organizándonos para que el próximo presidente no se parezca al actual.
Su eminencia el Arzobispo de Cali a lo mejor usó un término un tanto fuerte, pero por crudo que sea no deja de contener una verdad protuberante. No solo se mata hundiendo el cuchillo o disparando un arma de fuego, pues quien viendo el delito mira para otro lado también esta delinquiendo; mata el que pudiendo evitar la mala acción contra el otro, no solo no lo hace, sino que niega el crimen y lo solapa. Es cierto que la Iglesia ha permitido muchas injusticias a lo largo de su historia, que ha asesinado en nombre de Dios, pero siempre sale un sacerdote que defiende el pensamiento de Jesús, que protege a los más vulnerables.
En estos momentos de incertidumbre, de miedos, de inseguridad jurídica y de incompetencias presidenciales, la voz del Pastor es un bálsamo que nos ayuda a pensar que su protesta es una nueva epifanía, que hay corazones que laten de nuestro lado y por nuestros intereses. Ojalá la Conferencia Episcopal Colombiana, siga el ejemplo de mgr. Monsalve, que ponga sus recursos al servicio de esta pueblo peregrino, que se aleje de la tentación de apoyar a los poderosos, sobre todo si estos no comulgan con la idea de garantizarnos a todos el derecho a la vida, a la libertad, a la Justicia.