Alimento sin sustituto

Autor: Manuel Manrique Castro
8 agosto de 2018 - 12:10 AM

El motivo más poderoso del decaimiento de la lactancia materna viene siendo la agresividad comercial de las empresas productoras de fórmulas infantiles

Cada agosto los elogios justificados a la leche materna se multiplican y mientras pasan los años crecen las razones avalando su práctica. Una lata con fórmula será siempre la misma hasta descomponerse. La madre, en cambio, como parte de uno de los tantos procesos casi mágicos de la naturaleza, da lugar a un líquido adaptado a las necesidades del recién nacido que, progresivamente, va acompañando su crecimiento al generar la combinación de los nutrientes necesarios. 
La falta de información sobre los atributos del amamantamiento entre la población más amplia y las modas oscilantes asumidas especialmente por las clases más pudientes, han causado también, aunque en menor proporción, su abandono.  Pero un motivo poderoso, el más poderoso, lleno de recursos detrás de su constante decaimiento viene siendo la acción de las empresas productoras de fórmulas infantiles, ahora repotenciadas por el uso de redes sociales. 

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En 1998 el negocio de las fórmulas infantiles tenía un valor de 12,500 millones de dólares, en 2014 de 36,500 millones de dólares, en 2016 de 44.800 millones de dólares y se estima que en 2019 llegará a 70.600 millones de dólares. Negocio además donde predominan empresas de Estados Unidos, dueñas de la mayor parte del ramo y razón poderosa del fiel respaldo oficial estadounidense al sector.  Según Save the Children los productores de leche artificial gastan al año 5,600 millones de euros en publicidad. En otras palabras, 40 euros por cada infante nacido ese año. 
Premunidas del gran hallazgo de las leches artificiales posterior a la II Guerra Mundial, la industria encontró una inagotable veta comercial sustentada en la reproducción humana porque cada nacimiento significaba un potencial cliente.  O la madre optaba por la lactancia natural o sucumbía ante los artificios comerciales de conglomerados hábiles en conquistar instituciones por medio de regalos y familias con el anzuelo de leches artificiales entregadas a la salida del hospital o repartidas a domicilio.  
Fue en 1974 cuando la Asamblea Mundial de la Salud (AMS) alertó sobre el descenso de la lactancia y pidió a sus Estados miembros atención a la propaganda comercial de alimentos para lactantes, cuyo uso es recomendable sólo en algunos casos. Era necesario frenar la agresividad comercial de los manufactureros de fórmulas buscando normas éticas capaces de preservar la lactancia natural que, de ser universal, ahorraría 823 mil muertes infantiles cada año.
Después de mucha discusión la AMS aprobó, en 1981, el Código Internacional de Sucedáneos de la Leche Materna por 118 votos a favor, 3 abstenciones y un solo voto en contra: el de Estados Unidos. Eran tiempos de Ronald Reagan. 

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Las normas aprobadas en la Asamblea del 81 son sólo un conjunto de recomendaciones, sin carácter obligatorio, para proteger la lactancia natural y regular las prácticas antiéticas e invasivas de las empresas productoras de fórmula. Entre otros aspectos, prohíbe la publicidad de fórmula dirigida al público o las entidades de salud; la entrega de obsequios para las madres, el regalo de muestras gratuitas a mujeres gestantes o madres de bebés pequeños e intenta frenar el financiamiento para actividades académicas o científicas del personal de salud. Desde luego y con gran frecuencia el Código es letra muerta sino cómo se explica el vertiginoso crecimiento del negocio: se ha quintuplicado en 20 años. 
Serán necesarios nuevos agostos y una dedicación constante a la divulgación de las ventajas del amamantamiento. Las grandes corporaciones como Nestlé, Abbott o Mead Johnson y otras, siguen activas aprovechando cualquier rendija para hacer crecer su negocio. Cuentan con el apoyo de la Casa Blanca que, como hace 37 años, intentó bloquear, sin éxito, un proyecto de resolución a favor de la lactancia natural en la Asamblea Mundial de la salud realizada en mayo pasado.  Se trata de una disputa permanente entre la vida y el lucro de las empresas productoras. 

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