Aprender, ese es el punto, aprender aun cuando haya muchas dudas y pocas certezas, aprender cuando una de esas certezas es que el sentido de comunidad nunca había sido tan importante.
Es innegable, estamos ante uno de los más grandes sucesos de la historia. La pandemia de la covid-19 nos ha transformado cada aspecto de nuestras vidas y, al momento en que escribimos este artículo, la normalidad no parece estar cerca. Muchos son los avances que se han logrado para entender este virus, ante esta incertidumbre, cada paso que se da para lograr al menos un tratamiento es un paso más cerca de la tranquilidad. Claro, cada rasgo nuevo del virus nos da no solo más claridades, sino también más interrogantes, pero hoy, quisiera hablar de las lecciones que también nos viene dejando el tratar de entender la enfermedad, sobre todo, para entendernos como humanidad. Déjenme explicarles este último punto en las líneas siguientes.
Hasta ahora, se han encontrado 116 mutaciones del SARS-CoV-2 en las secuencias reportadas desde diciembre del 2019 hasta abril del 2020. Estas mutaciones representan cambios en el genoma del virus, y por lo tanto en la expresión de características que podrían afectar la gravedad y la propagación del patógeno. Las variaciones biológicas son innatas y esenciales en la evolución de cualquier especie, nosotros no estamos ajenos a esto; sin embargo, sucesos como la pandemia del covid-19 nos llaman a realizar cambios o variaciones en las formas en que pensamos, sentimos y accionamos con nuestra comunidad; empezando con lo más básico, pero lo más difícil, que es ser conscientes que pertenecemos a una comunidad y que necesitamos de forma urgente el desarrollo de valores y habilidades que nos permitan la construcción de tejido social solidario; esta circunstancia nos está dando la oportunidad de cambiar para dejar atrás las ideas que desencadenan acciones de beneficio individual, y de egoísmo con el resto de la sociedad.
Una vez empecemos a sentir que somos parte de una comunidad, que somos un gran nosotros, y que todas nuestras acciones afectan a las personas que pertenecen a ella, pero a todas en serio, no solo a nuestros circulo primario de afecto como la familia o los amigos, a todas; crear una cultura ciudadana alrededor de esta enfermedad no va a representar un reto. Habremos entendido, desde nuestra psique colectiva más profunda, que prácticas individuales como respetar el distanciamiento físico, decidir estar en cuarentena en caso de haber estado en contacto con lugares o personas potencialmente infectados, restringir las salidas a lo estrictamente necesario, usar mascarilla que cubra nariz y boca y lavarse con frecuencia las manos; nos protege a nosotros mismos y a nuestra comunidad.
Estas medidas están respaldadas por varias investigaciones científicas, entre estas, un estudio realizado en Universidades de Shanghái que mostró que si el valor R0, que representa el número promedio de personas que se contagiarán a partir de una persona infectada, se disminuye en un 25% y 50%, los casos estimados se podrían reducir de 1514 a 1081 y 758, respectivamente [3]. Todo esto indica que el cambio de nuestro sentir en comunidad y la distancia actual, sin lugar a duda, serán la mejor forma de juntarnos en el futuro.
Jamás habíamos enfrentado en nuestras vidas algo similar, un reto que afecta a cada persona en el mundo. Es cierto que desafía, que cuestiona, que preocupa y, en muchas ocasiones, angustia, pero la vida es eso, caerse tantas veces como sea necesario hasta aprender como caer y levantarse pronto. Aprender, ese es el punto, aprender aun cuando haya muchas dudas y pocas certezas, aprender cuando una de esas certezas es que el sentido de comunidad nunca había sido tan importante como hoy y, sobretodo, nunca había tenido un sentido tan amplio, porque esta comunidad tiene nombre, y es humanidad. Aprender para vivir, aprender para que cada adversidad valga la pena.
*En coautoría con Kaori Barrientos Urdinola, de la Universidad EIA