Ello pone en “tela de juicio” la evidente incapacidad del gobierno para enderezar el rumbo o su deliberada intención de no querer hacerlo.
Algo en verdad extremadamente grave tiene que estar pasando en nuestro país, pues a pesar de los múltiples esfuerzos y el gran anhelo ciudadano porque ello no ocurra, siguen aconteciendo hechos tan nefastos y lamentables que ponen en contexto la grave situación a la que se ha llegado en muchos escenarios e instituciones de la vida nacional. Ello pone en “tala de juicio” la evidente incapacidad del gobierno para enderezar el rumbo o su deliberada intención de no querer hacerlo.
Como ha dicho Jorge Franco Ramos, gran escritor colombiano, autor entre otras obras de El Mundo de Afuera, ganadora del Premio Alfaguara 2014 y de Rosario Tijeras, trabajo por el que es reconocido universalmente, Colombia “es un semillero de historias que te confrontan, te sacuden cada día y te despiertan todo tipo de sentimientos”, aludiendo en su composición literaria a la terrible realidad de descomposición social y violencia política que ha vivido nuestro país.
Es tan dramática la situación que ya pareciera que se nos ha hecho normal que acontezcan ciertas cosas y que lo extraño fuera que no sucedan. Ello ha hecho inclusive que –increíblemente- hubiéramos desbordado nuestra capacidad de asombro frente a la fealdad o crueldad de las cosas que a diario ocurren en nuestra maltrecha patria, como la prueba más contundente del mal estado y la sorprendente degradación a la que ha llegado nuestro sistema democrático.
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Aquí no hemos pasado el susto, si es que todavía nos asustamos por algo, porque hasta eso hemos perdido, la capacidad de asombro, de afligirnos y sentir verdadera solidaridad y consternación por el dolor ajeno, cuando emergen -como por arte de magia- otros eventos o situaciones iguales o peores, mucho más impresionantes que los que antes llamaban nuestra atención. Es decir, ya nos acostumbramos a que un escándalo –por grave que sea el delito o la falta cometida- en vez de resolverse o redimirse como lo indica el orden jurídico, sea muy probable que se tape con otro insuceso de mayor gravedad o connotación. Es incomprensible, pero es la verdad, algo realmente grave y raro –a mi humilde juicio- está sucediendo y lo peor de todo es que ya nos hemos también acostumbrado a los falsos y/o mentirosos anuncios gubernamentales en el sentido de que ya muy pronto llegarán las soluciones, así éstas, en el estado en que nos encontramos, sean realmente imposibles de alcanzar dada la alteración infame que se ha dado a los principios y valores tutelares que rigen o deben regir el actuar de nuestra gobernanza institucional y social.
En los gobiernos mediáticos, aquellos expertos en usar los medios de comunicación para anunciar hasta el cansancio “la verdad, la bondad, la belleza y el bien”, la benevolencia de sus actos, en eso quedan -casi siempre-, en meros anuncios y teatrales espectáculos mediáticos; luego se van olvidando (las promesas, los anuncios, las investigaciones, los procesos, los proyectos, las masacres, los delitos, etc.), al paso de otras acciones similares y no menos deplorables escenas, sembrando –de esa manera- más incertidumbre y desesperanza en el alma de una nación ya agobiada por el paso inclemente de un acontecer gubernamental que no pareciera estar –como es su Deber Ser- para brindar soluciones reales y concretas a los problemas y clamores ciudadanos, la innovación, el cambio y trasformación de estos fenómenos, sino para mantenerlos, para velar por que ese anquilosado y paquidérmico establecimiento oficial (decadencia institucionalidad, violencia y corrupción), siga tal cual como está y –de contera- especialice y fortalezca su actuar depredador, no sólo del erario público, como ocurre periódicamente con la más indolente y cruel perversidad, sino también que –con ello- enajena la moral y conciencia de un pueblo que ya ante tales despropósitos se ha acostumbrado a darse cuenta de estas malas prácticas y sabe que a pesar de lo insidiosas y funestas que sean nunca tendrán real redención.
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En un país, como el nuestro, en donde ya la gente no denuncia por miedo o porque sabe que no pasa nada y si pasa no es precisamente lo más justo; en donde el que denuncia nada raro que sea el que resulte sancionado; en donde la gente quiere hacer justicia por magno propia por la inoperancia de las instituciones encargadas o porque sabe que las investigaciones no llegan a nada. En un país en donde matan a los líderes por el sólo hecho de serlo y la mayoría de esos delitos y autores quedan en la total impunidad, es porque algo muy delicado y aberrante tiene que estar pasando.
En una nación donde las comunidades salen a repeler a la autoridad por la captura de un “presunto sicario”; apedreando –casi que linchando- como ha sucedido en repetidas ocasiones- a los agentes del orden; en donde se hacen grandes procesiones y desfiles de “solidaridad y connivencia” social en el velorio y/o entierro de algunos “delincuentes”, es porque algo muy terriblemente grave está sucediendo.