Al calor de las redes

Autor: Henry Horacio Chaves
22 septiembre de 2017 - 12:09 AM

Cierta rivalidad es admisible como entretenida y en todo caso es respetable, a condición de que se manifieste desde el respeto

 

 

Cada vez son más frecuentes los enfrentamientos en las redes sociales. Parece que la posibilidad gratuita de expresar y de confrontar que ofrecen las diferentes plataformas potenciaran la necesidad de decir, de hacerse notar. Un colega se preguntaba esta semana ¿antes de Twitter y Facebook toda esa gente dónde decía tantas cosas? Tal vez no las decía o simplemente “conversaba” con la radio o con la tele, como seguimos haciendo muchos.

El afán de publicar y contradecir podría entenderse como una especie de democratización de la palabra y de la opinión. Nótese, por ejemplo, que en la línea de tiempo de una red como Twitter todos somos del mismo tamaño, sin importar ni la clase social ni el peso intelectual. Ni siquiera hace falta llamarse como aparece. Todo el mundo tiene el mismo número de caracteres para expresar sus ideas y para responder u opinar de las ajenas. Gente que jamás tendría ocasión de hablarle a un político, a un dirigente, a una actriz o incluso a un periodista, ahora hasta puede llevarle la contraria sin ponerse colorado, más aún, puede insultarlo, señalarlo, condenarlo, sin vergüenza ni asomo de recato.

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Recientemente un taxista me confesó sonriendo que le encanta pelear por Twitter. Argumentó que le divierten las ocurrencias de la gente y la rapidez. No mencionó sin embargo lo soeces que son algunos participantes de esas conversaciones virtuales, los señalamientos que se hacen al calor de las redes sin medir las consecuencias que pudieran tener esas aseveraciones. Expresiones  que pueden alterar la vida pública pero también la privada de una persona. En un país como el nuestro no es exagerado decir que incluso en ocasiones pueden ponerse en riesgo vidas por asociaciones temerarias de algún tuitero.

El taxista puede tener razón en que el ingenio de muchos para exponer una idea o contradecirla puede ser admirable. Cierta rivalidad es admisible como entretenida y en todo caso es respetable, a condición de que se manifieste desde el respeto. Pero ahí es donde más terreno hemos perdido. Bienvenidas la controversia y la defensa de ideas contrarias, pero sin agresión ni insultos. Ojalá en lo cotidiano, en el comedor de la casa, en la sala, en la alcoba y en las redes pudiéramos bajarle al tono y subirle a los argumentos. A veces no es fácil pero nunca es imposible.

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Lo primero es la convicción profunda de que respetar las ideas ajenas no constituye ninguna renuncia ni concesión alguna; el ejercicio de la tolerancia es un imperativo social que se sustenta en los derechos humanos que nos hablan de igualdad y dignidad. En esa dirección, en lugar de dejarnos tentar por los calenturientos y malhablados, el esfuerzo tendría que concentrase en el ingenio de una respuesta inteligente pero mesurada, una expresión que controvierta ideas y no personas, que señale faltas o yerros pero que no condene, que no solo exija respeto y audiencia sino que los conceda.

El arquitecto bogotano que en Twitter se llama @Andrstrece, nos dio un ejemplo de serenidad y respeto que vale la pena subrayar e imitar. Ante el señalamiento de la esposa de un congresista a su padre como guerrillero, por llevar en un avión una cachucha con una estrella, él no perdió la compostura y en cuestión de horas logró lo que otros solo han podido mediante las vías judiciales y algunos ni así: la señora se disculpó y se retractó porque entendió que se trataba de un maestro jubilado. Podríamos detenernos a debatir si los guerrilleros o paramilitares desmovilizados tienen que ser aislados, pero lo dejaremos para otra ocasión para no perder el norte.

El asunto está en que a pesar de que muchísimas personas insultaron a la esposa del congresista y la señalaron, el afectado nunca perdió la compostura ni se dejó tentar por la pelea. Defendió su verdad sin pisotear a la contraparte y ganó. Logró lo que quería y seguro la señora se sintió mal pero no humillada por él, porque el triunfo no necesita la dignidad del contrario. También quedaron mal decenas de personajes que tomaron partido en uno u otro sentido, pero recurriendo al insulto, a la estigmatización y a la agresión. Curioso, sobre todo porque es frecuente el vocabulario acalorado para imponer la paz en la que se cree o reclamar el perdón o la reconciliación como si se pudieran mandar por decreto. En todo caso don Andrés, demostró que su papá no solo no era guerrillero sino que fue un buen educador que se jubiló con la tarea bien hecha.

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