Ahora le corresponde a la ciudadanía reconocer qué se está haciendo bien y comportarse con disciplina, individual y colectiva
Cuando se desató la pandemia, vino con ella una oleada de incertidumbre sobre el liderazgo para superarla. Los colombianos tendemos a ser exagerados sobre nuestras capacidades, pasando de un extremo al otro. Saltamos del “somos capaces de todo”, al “esto nos quedó grande”.
Esta vez la amenaza fue tan insólita y de magnitud tan colosal que no hubo tiempo para dudas. El ataque súbito apenas dejó tiempo para defendernos, trazar una estrategia a la carrera y atrincherarnos lo mejor posible. Lo primero fue ganar tiempo para robustecer el frágil sistema de salud y que no colapsara ante el primer embate.
Esta es una oportunidad para recordar que, ante los desafíos grandes, los colombianos respondemos de acuerdo con el tamaño de la amenaza. Esta es una particular condición de nuestra idiosincrasia: la adversidad nos infunde una increíble capacidad de superación. Lo experimentamos en todos los campos, hasta en el fútbol: la Selección Colombia juega unos partiditos desconcertantemente flojos cuando se enfrenta a un adversario débil y unos partidazos memorables contra los mejores seleccionados del mundo.
En esta ocasión, buena parte del pesimismo se enfocó en las autoridades que de antemano fueron descalificadas por apresurados comentarios de expertos en todo, que al final del día no saben nada, que no los creían capaces de “llevar a buen puerto la nave del Estado en estas aguas tormentosas”.
Decían que el presidente carecía de experiencia, que era demasiado académico y que no tendría la entereza, indispensable para manejar la crisis. Y a la alcaldesa de Bogotá la veían como una política ambiciosa que llegó al poder a punta de gritos.
Pero, para sorpresa de los críticos y alivio de los colombianos, utilizando palabras del poeta Rafael Pombo, resultó “flaca sobremanera toda humana previsión, pues en más de una ocasión sale lo que no se espera”.
El presidente logró integrar su gabinete alrededor de una estrategia seria y amplia para afrontar la pandemia, actuando con rapidez y firmeza, con un contacto directo que no deja dudas de quién está al mando. Dicta medidas enérgicas cuando se necesitan y flexibiliza otras, según las urgencias.
Por supuesto, hay mucha dificultad para ponerlas en práctica y es probable que algunos no estén un ciento por ciento de acuerdo con el ciento por ciento de lo hecho. Pero hay que reconocer que, gracias a los aciertos, se han logrado contener los desarrollos catastróficos que vemos en otros países.
Y en Bogotá, la alcaldesa viene procediendo con sensatez, lejos de la campaña vocinglera de la que prematuramente la acusaron. Recurrió a todos los medios para concientizar a la gente de la gravedad de permitir que la extensión de la pandemia le abra paso a una tragedia colectiva de abismales proporciones.
Ahora le corresponde a la ciudadanía reconocer qué se está haciendo bien y comportarse con disciplina, individual y colectiva, pues de poco valen las estrategias sensatas si las instrucciones no se obedecen.