Al-Assad se muestra tan confiado en la ayuda de Irán y la protección de Vladimir Putin que reta a un mundo hasta ahora impotente, desunido y hasta indiferente para contenerlo.
A través de dramáticos videos que han divulgado a través de sus redes sociales, médicos y activistas humanitarios de Siria le han mostrado al mundo los rostros de muchos de los 500 afectados y los cuerpos de buena parte de los 50 asesinados en un nuevo ataque con armas químicas, se teme que cloro y gas sarín, lanzado por Bashar al-Assad contra poblados donde resisten los opositores que reclaman el regreso de la democracia. En esta ocasión, el bombardeo del sábado, hecho desde un helicóptero, afectó la zona de Duma, en Guta, al oriente de Damasco.
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Este es, por lo menos, el tercer ataque masivo con armas químicas que al-Assad perpetra desde 2013. Como los anteriores, es una arrogante exhibición de fuerza que daña a los suyos, un pueblo por el que como buen déspota ha demostrado indiferencia, si no desprecio, para gritarle al mundo que se siente por encima de la diplomacia, la comunidad de naciones, los derechos humanos y los tratados internacionales, gracias a que goza del apoyo de Irán y la protección de Vladimir Putin.
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Hasta el cierre de esta edición, el ataque había merecido respuestas individuales de algunos líderes mundiales. El portavoz del secretario genera de la ONU lamentó la incapacidad de la Organización para verificar la veracidad de los hechos. Los voceros de la Unión Europea, por su parte, llamaron a Rusia e Irán a evitar nuevos ataques. El presidente Emmanuel Macron, que antes había ofrecido apoyo al pueblo kurdo, lo condenó previa convocatoria a reunión extraordinaria del Consejo de Seguridad de la ONU, a celebrarse este lunes. La del presidente francés es una eficiente respuesta que en Europa sólo encontró compañía en la firme condena del Papa Francisco, que reafirmó su rechazo a todas las guerras.
Con una reacción inmediata, Donald Trump anunció que al-Assad “va a pagar un alto precio” por este ataque y le reclamó al presidente ruso por su responsabilidad en los crímenes del sirio. Aunque no se ha pronunciado sobre su anuncio de retirar el apoyo militar a los grupos que buscan la democracia, que dijo ocurriría en mayo, con esta intervención da la razón a analistas que han señalado que Estados Unidos no puede retirarse de Siria dejando a los kurdos a merced de la fiereza del presidente turco y al país en riesgo de quedar a merced de Irán, y su capacidad de amenazar a Israel.
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El ataque pone en evidencia a la tibia burocracia de Bruselas y a los gobiernos europeos, que se sienten cumpliendo su parte con los sirios al recibir, a regañadientes, a los refugiados. En su grito de rechazo a la tibieza y las dudas para desplegar iniciativas que logren superar el obstáculo que representa el veto de Rusia en el Consejo de Seguridad, para imponer los estatutos internacionales y para contener al tirano sirio y a sus aliados, Rusia e Irán.
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La tríada que se presenta invencible en Siria busca imponerse, pero no sólo en ese país asiático. En Venezuela existen condiciones semejantes que justifican temer una tragedia comparable: un tirano aferrado al poder, que desprecia a su pueblo; la indiferencia internacional ante el quiebre de la democracia y las violaciones a los derechos humanos, y el interés de Rusia e Irán por consolidar a quien es déspota con su pueblo y servil a los intereses de sus “protectores”.