Asumir el daño que hemos causado implica hacernos responsables de exigir la construcción y el cumplimiento de políticas contundentes que impacten al sistema y a los individuos
Por Aura María Sánchez Parra[1]
"No quiero que tengas esperanza, quiero que entres en pánico.
Quiero que sientas el miedo que siento todos los días y luego quiero que actúes".
Greta Thunberg
La joven sueca Greta Thunberg, de tan solo 16 años, ha sido nominada en los últimos días al premio Nobel de Paz por su trabajo como activista ambiental. Su pasión, constancia y transparencia han influido sobre miles de jóvenes que se ausentan de sus aulas cada viernes para demandar medidas drásticas en favor del medio ambiente ante los organismos de toma de decisión de sus respectivos países. Entretanto, los días en Medellín transcurren en medio de una oscura neblina que le da una apariencia lúgubre y enfermiza a la ciudad. El aire negro ha ocasionado la declaratoria de emergencia ambiental con las subsecuentes advertencias sobre las afectaciones a la salud que puede provocar la putrefacción que respiramos.
No obstante, he percibido una notoria ausencia de ciudadanos inclinados a exigir disposiciones para un espacio vital libre de contaminación en nuestro territorio. Al tocar el tema del medio ambiente, aparece cierta incomodidad precedida por miradas de tedio y/o hastío, típicas de quien no quiere escuchar una verdad irreparable; al parecer nos resulta agradable continuar con fatiga, tos y flemas, por mencionar el mejor de los casos. Hemos decidido obviar las consecuencias que tienen nuestras decisiones y omisiones. Hemos apostado por nuestra pasiva comodidad. Hemos quedado cautivados por la individualidad que promueve nuestro sistema económico. Hemos ignorado la noción básica que ha sustentado la evolución humana, la supervivencia.
¿Cómo explicar que apremia la acción? Las medidas para transformar nuestra realidad han tardado en ser implementadas, y no lo dice una fanática ambientalista, lo asegura el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC por sus siglas en inglés), al argumentar que los efectos ambientales que padecemos pueden sostenerse por cientos de años a pesar de que se reduzcan tajantemente nuestras emisiones de gases de efecto invernadero.
Dicha entidad ha demostrado que las concentraciones de CO2 han tenido un aumento vertiginoso desde la segunda mitad del siglo XX y, específicamente, en lo transcurrido del siglo XXI, por lo que se proyecta que las olas de calor y las precipitaciones se harán cada vez más extensas y frecuentes. Para el IPCC, la conclusión es irrebatible: las dificultades climáticas que afrontamos tiene origen en la actividad humana.
Asumir el daño que hemos causado implica hacernos responsables de exigir la construcción y el cumplimiento de políticas contundentes que impacten al sistema y a los individuos; no es suficiente la crítica humorística que se promueve por redes sociales. Para este fin, resulta preciso que los ciudadanos entendamos, tal como han señalado el IPCC y el Movimiento por la Justicia Climática, que afrontar la problemática implica aceptar niveles diferenciados en las afecciones, la vulnerabilidad y la responsabilidad que se tiene al respecto, dado que los grupos sociales menos responsables cargamos con las consecuencias más intensas de las emisiones de gases de efecto invernadero, al tiempo que no logramos recibir los beneficios económicos que amasan los sectores productivos que han causado semejante desastre. Esto no es un asunto azaroso, sino que guarda una conexión ineludible con el funcionamiento del sistema y la protección de las empresas que mueven la economía mundial, cuestión que se aúna a la intensificación de la crisis social y ecológica que se presenta en la actualidad.
En este sentido, el Acuerdo de París ha tenido un enfoque diferencial por medio del cual se ha establecido que las naciones desarrolladas deben ser las primeras en realizar reducciones significativas en sus emisiones de gases, mientras el resto de estados firmantes, concentran sus esfuerzos en cimentar la infraestructura política, institucional y tecnológica necesaria para mitigar el problema. Los ciudadanos estamos compelidos a exigir el cumplimiento y desarrollo de los Acuerdos de Paris como medida que puede contribuir al mejoramiento de la crisis social y ecológica que se presenta en la actualidad. Es hora de retomar la fuerza, resistencia y contundencia del Movimiento por la Justicia Climática, es hora de repetir incansablemente: cambiemos el sistema, no el clima.
*Politóloga. Estudiante de la maestría en Ciencia Política, Universidad de Antioquia