Las decisiones tomadas por la parte débil a raíz de presiones provenientes de la parte fuerte no son plenamente libres.
“Acoso”, así se titula la última columna de Antonio Caballero en la Revista Semana. El columnista se va lanza en ristre en contra de la ola de indignación y denuncias por acoso y abuso sexual que se desató a raíz de las acusaciones que varias mujeres hicieron contra el productor Harvey Weinstein y que se ha extendido por todo el mundo, señalando que “hay que estar muy enfermo o hay que ser muy idiota para exaltarse así con estas cosas”. Para Caballero, se trata de exageraciones de “mujeres repentinamente quejosas” y “medios de comunicación populacheros”, que injustamente se escandalizan por unas “tocadas de culo” o “pellizcadas de teta”, que a juicio del autor son “grosería”, pero no acoso sexual. Caballero busca restarle importancia a la cosa preguntándose si es que las mujeres no saben “cómo no darlo”.
Ahí está el problema principal de su argumento: Caballero asume que para las mujeres la decisión de “darlo” o “no darlo” es completamente voluntaria, un acto puro de libertad. Ese es el ideal, por supuesto, y no solo para las mujeres. El problema es que las cosas no siempre funcionan así: cuando una relación entre dos personas es de naturaleza jerárquica, una parte tiene poder sobre la otra. En términos prácticos, eso significa que la parte débil de la relación ve disminuida su libertad, pues tiene incentivos para hacer caso a lo que le pida la parte fuerte. Y en contextos así, “no darlo” puede no ser tan fácil.
Un ejemplo típico son las relaciones laborales. Si un jefe hombre le coquetea a una empleada mujer, ¿es ella completamente libre de rechazarlo? Difícilmente, pues su trabajo –y en consecuencia su sustento económico– depende de él. Otro ejemplo son las relaciones entre un profesor y una estudiante. El profesor es la parte fuerte de la relación, pues tiene control sobre las notas de la estudiante. Si el profesor invita a salir a la estudiante, ¿está ella en completa libertad para declinar la invitación? Me parece difícil concluir que sí. Claro, existen mecanismos legales para frenar este tipo de conductas. Pero una cosa es el derecho en los libros y otra el derecho en acción, por lo que es ingenuo asumir que el derecho puede por sí solo equilibrar el desbalance de poder existente entre la parte fuerte y la parte débil de una relación jerárquica.
En casos como estos, la esfera de libertad de la parte débil se ve reducida frente al poder de la parte fuerte. Como consecuencia de lo anterior, las decisiones tomadas por la parte débil a raíz de presiones provenientes de la parte fuerte no son plenamente libres. Este es el escenario típico del acoso sexual: no hay constreñimientos físicos, pero sí coacciones más sutiles, por decirlo de alguna manera. Cabe señalar que en muchas relaciones asimétricas la parte fuerte es una mujer y la parte débil un hombre, y allí el acoso también puede ocurrir. Sin embargo, aquí quiero referirme al escenario que Caballero banaliza, el de las “mujeres repentinamente quejosas”, que piden que se respete su libertad de decidir.
En relaciones asimétricas en las que las mujeres están subordinadas a los hombres, no es que estas no sepan “cómo no darlo”, sino que no pueden hacerlo sin poner en riesgo algo sumamente importante para ellas, como su estabilidad laboral o su futuro profesional. Caballero afirmó que “hay que ser muy idiota para exaltarse así con estas cosas”. No lo creo, lo que hay que ser es lo suficientemente sensible como para ponerse en los zapatos de los demás. Lo normal no debe ser el acoso sexual, lo normal debe ser rechazarlo.