Acompañar no abandonar: Valentía y sensatez

Autor: Carlos Alberto Gómez Fajardo
20 febrero de 2018 - 12:10 AM

Estimulan una actitud verdaderamente humana en el sentido del cuidado de quienes se encuentran en máximas condiciones de fragilidad

La amnesia del pensamiento utilitarista que parece prevalecer es asombrosa, en una sociedad obsesionada por los valores comerciales, las vacaciones, el consumo y la comodidad individual y egocéntrica, absolutos e inamovibles dogmas de quienes imaginan no ser dogmáticos. Eutanasia, aborto, eugenesia, prácticas hoy convertidas en conductas comunes y amparadas por la ley en países como Holanda y Bélgica, son un evidente retroceso hacia las prácticas nazis de los años 30. Los disfraces ideológicos contemporáneos, caracterizados por un “pensamiento débil” y emocional se reducen a manipulaciones habilidosas de conceptos como la compasión o el ejercicio del libre desarrollo de la personalidad, que no son sino caricaturas fatales de la libertad, el resultado de entenderla como algo arbitrario, subjetivo y desprovisto de  responsabilidad. Cada año se cuentan por miles los ancianos, enfermos y niños eliminados en aquellos países, paradigmas de civilización, de buenas condiciones materiales de vida, pero ansiosos por poner de nuevo en práctica los conceptos de campos de exterminio y de soluciones finales, con el aval mayoritario de parlamentos y muchedumbres que se consideran a sí mismas educadas y progresistas, pero que en realidad son sólo también dóciles y repetidas piezas de un sistema ideológico de intolerancia y de imposición de la voluntad del más fuerte.

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El escandaloso protocolo Groningen promueve el homicidio de los niños severamente discapacitados: de modo idéntico a lo que sucedió con el programa T-4. Es inaudito el silencio cómplice de muchos ante este aterrador panorama.
Lo que se necesita realmente es acompañamiento, no eutanasia, apoyo y solidaridad, no indiferencia disfrazada de falsa piedad.  Un mundo sometido al empeño utilitarista y hedonista  se encuentra con limitación para entender el significado humano –verdaderamente democrático y respetuoso- de la solidaridad que hemos de ejercer hacia el semejante en un ámbito verdaderamente humanista, promotor del hecho cierto de la igualdad fundamental entre todos los seres humanos, sin admisión de discriminación.
Hay en Colombia dos normas muy positivas, que requieren reconocimiento, difusión y estudio, pues estimulan una actitud verdaderamente humana  en el sentido del cuidado de quienes se encuentran en máximas condiciones de fragilidad. Se trata de  la Ley 1733 (Cuidados Paliativos) y la Resolución 2003-2014 (Atención Domiciliaria Integral). En ambos casos se promueve el uso proporcionado y eficaz de los recursos en la atención de  estas complejas situaciones humanas y familiares. La indefectible realidad de los límites de la naturaleza y la fisiología humanas tiene lugar sobre cada uno de nosotros, a quien  llegará aquel momento de necesidad de ayuda por parte de quienes tienen la misión del cuidado.  Uso  racional de tecnología médica, adecuado manejo de analgesia (control del dolor), paliación de síntomas, medidas básicas de apoyo, acompañamiento, aseo, alimentación, movilización. Algo para lo cual deben existir recursos, personas e instituciones técnicamente formadas y con un sólido fundamento antropológico orientado hacia la vocación efectiva del servicio. Por supuesto, con los  reales medios económicos y logísticos para que el sistema sea operativo.
El enfermo terminal requiere apoyo, acompañamiento, voluntad técnica de servicio, conocimientos y formación puestos en la dirección del bien total de la persona. No es eutanasia lo que se requiere: es humanidad, sensatez, inteligencia y buena memoria.
Debe llegar el momento en el que no suceda de nuevo la queja del paciente descrito genialmente por León Tolstoi en la “La muerte de Iván Ilich”, breve novela de 1886: “¡No hay explicación! Dolor, muerte, ¿para qué?”. Lo que Iván Ilich padecía, en realidad, más que una enfermedad que lo condujo al lecho final, era el aislamiento, el abandono, la incomunicación, la indiferencia, el engaño y la insolidaridad. Su clamor en realidad era por el apoyo y la presencia de quienes querían evitarlo.

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