Los grandes temas de debate público exigen del periodismo compromiso intelectual, estético, estilístico y ético
Al iniciar las labores de este año, en buen momento, la dirección del periódico EL MUNDO ha enviado un sucinto y muy didáctico recordatorio sobre aspectos concretos del ejercicio periodístico de la columna. Estas consideraciones invitan a refrescar y a actualizar unas premisas que son siempre de utilidad y enriquecimiento para quienes nos encontramos en el empeño de querer compartir ideas con el lector, intentando aportar algunas, contrastar otras, aclarar cuestiones en las cuales las diferencias, las tonalidades y los claroscuros son inevitables, cuando, en fin, se hace el intento de forjar la maravillosa atmósfera del diálogo inteligente que nos facilita la tarea de vivir humanamente en una sociedad que precisa y se nutre de la inacabable formación de una conciencia crítica en tópicos de variedad y complejidad casi infinita: política, estética, artes, sociedad, creencias, economía, técnica. Cada quien, lector y autor, añade facetas y perspectivas a cada una de las cosas pensadas cuando es filtrada por el intercambio y el diálogo. A Borges le debemos bellas y acertadas observaciones sobre la alegría que supone y ofrece la lectura de buenas páginas.
Otro sagaz autor contemporáneo, Jaime Nubiola (La vida intelectual: pensar, leer, escribir), sobre este particular dice: “Escribir, leer, volver a leer y volver a escribir: son los recursos del pensar. Escribir es poner en limpio lo pensado, leer es comprender lo pensado por otro. Ese es el telar en el que se teje nuestra vida intelectual”.
Nos recuerda el periódico algunos hechos esenciales, relacionados con su vocación y con su orientación y finalidad, en lo periodístico y en lo democrático: libertad de opinión es responsabilidad. La veracidad, la solidez en las fuentes de documentación, la integridad en los procesos de argumentación, son garantía de buena calidad en el resultado final que es entregado al lector, la columna de opinión. Aspectos formales como redacción, ortografía, libertad en el estilo de los diferentes autores, son rigurosamente respetados por el proceso editorial. Muy ocasionalmente puede necesitarse la intervención de corrección en estos bordes, naturalmente de modo cuidadoso considerados por quien participa como columnista, pero como lo recordábamos hace unas semanas, no deja de hacer presencia el indeseable diablillo de la imprenta, aun en estos tiempos de correcciones automáticas y de misteriosos algoritmos que nos acechan detrás del silencioso pero omnipresente mundo de la informática y de la nube, impersonal pero implacable: el columnista continúa siendo un cuidadoso lector y corrector de sí mismo, y aun así, incurre involuntariamente en gazapos y errores.
Principios que guían la práctica del ejercicio de la columna, en lo filosófico y periodístico: libertad de expresión, libertad de prensa (indisolublemente correlacionada con el respeto a la verdad, a las personas e instituciones), conservando la obvia capacidad individual de expresar independencia de criterio y de la búsqueda incansable de la ideal coherencia entre el pensamiento que guía y las acciones concretas que se ejecutan y se viven. Respeto a la capacidad argumentativa, debidamente sustentada y razonada, abordando los diversos temas de interés local y global y las diversas perspectivas académicas e ideológicas con que nos aproximamos a la realidad. Todo ello con la sazón de la brevedad.
Los grandes temas de debate público exigen del periodismo compromiso intelectual, estético, estilístico y ético. Es bienvenido el pertinente recordatorio que invita al cuidado de nuestra tarea de columnistas, tarea que también tiene algo de la disciplina, amor y destreza del artesano orfebre que moldea joyas, quien al crear soporte para los diamantes y piedras preciosas logra que la dama que los porta sea otra verdadera –en términos pictóricos y literarios- La joven de la perla de Johannes Vermeer. Esta dama es la página periodística, digna, evocadora, inteligente, bella.