Lo que Thoreau plantea es la responsabilidad de hacerse humano y luego ciudadano
La desobediencia civil es un texto de Henry David Thoreau cuya obra y pensamiento se recuerda en estos días con entusiasmo en todo el mundo. Ese texto fue, supuestamente, la biblia para las revueltas estudiantiles, los movimientos jipis de los años sesenta. Revuelta que fue derivando rápidamente a nivel de los estudiantes hacia la insustancialidad, hacia otro conformismo por ausencia de razones de peso y porque nada hay más devastador que el paso de los años ya que los jóvenes de la droga, de la vida en las comunas envejecieron y, como decía un amigo, nada más patético que ver a un jipi anciano. ¿Revolución o simple y superflua trifulca para que después las cosas volvieran a su sitio? O sea que lo que Thoreau planteaba como rechazo del individuo ante un Estado injusto, frente a deberes como el tener que ir a una guerra a matar enemigos que no lo eran, finalmente se convirtió en la justificación de una juerga psicodélica que en los estratos pobres derivó hacia la delincuencia y en las clases altas a una disimulada manera de encubrir a unos hijos drogos disfrazándolos de gurús. La diferencia entre una trifulca de ociosos y una actitud de rebeldía crítica frente al estatus imperante, la estableció Marcusse el filósofo que alentó las ilusiones pero también señaló los peligros de lo que supone cuestionar a una sociedad sin proponer nuevos valores de vida. Recuerda que aquello que desatas te puede devorar un día si no lo racionalizas a tiempo o si no llevas hasta las últimas consecuencias lo que predicaste. Fue el lánguido regreso de los rebeldes sin causa de mayo del 68 en París a la normalidad burguesa que supuestamente iban a destruir para que “la imaginación llegara al poder”.
¿Desaliento, indiferencia, se preguntan algunos importantes medios de comunicación ante el hecho de que los colombianos no se hubieran lanzado a las calles a celebrar alborozadamente el acuerdo de Paz entre Santos y alias timochenko? La ceguera moral es del gobierno que olvida que este malestar se da hoy en todo el mundo como una actitud de rechazo a un Estado que desconoce al ciudadano en sus decisiones y ante algo que hace evidente la vida cotidiana de las gentes, la indiferencia ante las ceremonias oficiales y ante la verdad posmoderna de los medios de comunicación oficiales. “Necesito un amo tan inteligente como yo” sentenció astutamente Diógenes Laercio poniendo en juego una forma sutil de ironía ética como respuesta a la mediocridad de que, todo poder inevitablemente, se rodea. Recordemos esta definición: “La desobediencia civil es una expresión de responsabilidad personal por falta de justicia y refleja el compromiso de no trabajar ni rendirse a prácticas y normas injustas” Lo que Thoreau plantea es la responsabilidad de hacerse humano y luego ciudadano, y no el seguimiento pasional hacia ideologías oportunistas, bacanas, que no condenan la violencia, ni el agravio al inocente y conducen a la peor de las obediencias. El individuo toma decisiones por si mismo mientras que el gregario acata ciegamente las órdenes que se le dan. Por eso certeramente recuerda Thoureau: “Bajo un gobierno que encarcela a alguien injustamente, el lugar que debe ocupar el justo es igualmente la prisión”