Abrazar la finitud

Autor: Luis Fernando González Gaviria
18 julio de 2020 - 12:03 AM

La lógica que entraña la finitud nos desafía a una deconstrucción diaria, los que se encierran en principios definitivos jamás conocerán la grandeza de la humanidad que siempre atraviesa sendas insospechadas.

Medellín

El deleite del ser humano por llegar a ser divino lo ha hecho presa del absurdo existencial. En este sofisma de distracción, que sigue haciendo carrera en algunos discursos religiosos de este tiempo, se va diluyendo la posibilidad de estar reconciliados con lo que somos. La lucha mordaz que se ha establecido por superar nuestra condición nos está llevando a la vaciedad, a ser réplicas baratas.

Asumir es el principio de libertad, el primer paso de una reconciliación antropológica que implica la vida entera. La pelea con lo que somos nos ha hecho híbridos en una sociedad que vive de traumas existenciales. ¿Para qué seguir gastando la vida no aceptando nuestra condición finita? ¿Quién nos hizo creer que ser finitos es un problema? ¿Por qué seguir alimentando esta rabia contra lo que somos?

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Una respuesta que ha hecho carrera es la resignación, asumir esta postura es transitar por la deplorable y vergonzosa vía del apocamiento. Nada más bajo para un ser humano. En la finitud se nos está revelando la gran posibilidad de ser auténticos y asumir nuestra realidad cambiante. Lo finito no está fijado, no es conceptual, no es inmutable. Estas ideas metafísicas de otrora, son un lastre para una vida que grita por ser vivida auténticamente.

Los vestigios de una comprensión antropológica que dividía al ser humano en cuerpo y alma, desgraciadamente siguen estando presente en nuestra sociedad occidental. No hemos sido capaces de dar el paso a una antropología integral, en la cual es posible entender que la finitud es el gran don que nos ha sido dado. La lógica que entraña la finitud nos desafía a una deconstrucción diaria, los que se encierran en principios definitivos jamás conocerán la grandeza de la humanidad que siempre atraviesa sendas insospechadas.

En este momento histórico se ha desatado la furia contra nuestra realidad menesterosa, seguir captando la vida desde este ángulo es alimentar la frustración y la decadencia. La voz silenciosa que susurra dentro del mundo nos está llamando a tomar en serio lo que somos, a parar de una vez por todas con la queja melancólica de tener una vida frágil. El sueño infantil de ser “súper humanos” es el monumento a la decadencia absurda del que no se ha aceptado en su totalidad. Aquí está la razón de ser de las grandes multinacionales dedicadas a la belleza física: viven del trauma de incautos, son vampiros que se alimentan de las débiles mentes que se ven feos.

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Abrazar la finitud es hacer conciencia de que existo en plural, que mi vida está volcada hacia la mirada, el gesto y la palabra del otro que construye conmigo. La existencia para que sea verdadera se debe abrir a la relación, cualquiera que sea, pues en esta experiencia relacional estamos como nunca expuestos a la finitud. Dejando abierto el panorama para que cada uno abrace su finitud, como decía Goethe, en su obra Los sufrimientos del joven Werther: “Soy un caminante, un peregrino en la tierra. Y vosotros… ¿Sois algo más?    

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