Quienes hoy representan la mayor derrota en la historia del Partido Liberal no pueden tener más que una salida, y es su renuncia colectiva y definitiva.
La estrepitosa derrota del Partido Liberal, el pasado domingo, me está dando la razón. La falta de coherencia de sus “representantes”, la ausencia de cohesión, la traición a la ideología y el apoyo a un gobierno deslegitimado que ha defraudado como él solo al pueblo colombiano, le pasaron cuenta de cobro. Como decía Shakespeare: “Lo que mal empieza mal termina”. O, en palabras de nuestro Nobel García Márquez: “Crónica de una muerte anunciada”.
Un partido de 170 años de fundado no merecía retroceder hasta la suerte de dictadura de quien ha pretendido ser el “César”, olvidando todo principio de democracia y libertad. Y hoy, como dicen los memes, ¡el Partido Liberal está siendo enterrado en la Funeraria Gaviria!
Gaviria y de la Calle, en su tozudez y despotismo, tienen que responder por haber llevado al Partido Liberal a la absoluta bancarrota económica y electoral: 2% de la votación para el que fuera el partido de la inmensa mayoría de los colombianos, y una deuda multimillonaria que congelará el accionar del partido en los próximos años y que ellos, si tienen algo de dignidad, deberían asumir.
Nunca reconocí la candidatura de De la Calle, pues, como he repetido desde el año pasado, esta fue fruto de una imposición antiliberal, a través de una consulta ilegítima (por impedir la inscripción de la mujer y de las víctimas), ilegal (por no respetar las disposiciones legales mínimas), obscena por los costos (42.000 millones, para escoger entre dos candidatos) y antidemocrática (por no permitir la participación, en toda la geografía nacional, de los campesinos, las víctimas y las minorías étnicas que, se supone, son el objeto de la acción del liberalismo).
De la Calle no sólo no dio la talla como candidato, sino que perdió, en el proceso de esta campaña, el poco capital político que le quedaba. Tras la decepción de mostrar que no pudo ser el garante de un acuerdo proporcional y democrático, pasó a ser el Gárgamel que acosaba a cualquier contradictor de su fallida negociación con las Farc, un energúmeno repartiendo insultos y ataques bastante primarios, sin ningún argumento. Para recuperar la imagen de ese registrador, magistrado, ministro, constituyente y vicepresidente de la República que alguna vez fuera liberal, a última hora improvisó propuestas para hacer parecer que todavía lo era. Entre ellas, la defensa del patrimonio público y del medio ambiente, el alivio de la canasta familiar, la atención a las víctimas y la equidad entre hombres y mujeres.
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Estas propuestas ulteriores son prueba de su oportunismo y ofenden especialmente a quienes sí hemos defendido con vehemencia esas banderas y, justamente por ello, hemos sido objeto de persecución por la facción del partido que apoyó a este gobierno y que, haciéndolo, se situó en la antípoda de cualquier iniciativa liberal.
De este fatídico escenario para el Partido Liberal, es necesario responsabilizar no solamente a Gaviria y a De la Calle, sino también a los dos ministros del Interior de este cuatrienio, Juan Fernando Cristo y Guillermo Rivera, y a sus colaboradores, que, para mantenerse en sus dignidades y conservar sus cuotas burocráticas y sus contratos, forzaron a las bancadas en Cámara y Senado a dar un apoyo al más impopular de los gobiernos que hayamos vivido los colombianos.
Quienes hoy representan la mayor derrota en la historia del Partido Liberal no pueden tener más que una salida, y es su renuncia colectiva y definitiva.
Su falta de valentía en la defensa de los principios de la mayoría de los liberales, su escasez de coherencia, su apetito burocrático y su irrespeto a la historia del partido y de sus grandes ideólogos llevaron a que el Partido Liberal perdiera su centro y fuera desplazado de su nicho natural por la coalición que hoy todo el mundo asimila como de centro y que, con más de cuatro millones y medio de votos, estuvo a punto de pasar a la segunda vuelta.
No sé si el partido logre revivir de este golpe mortal y revivir el deseo de tantos liberales de recuperar su senda. Pero lo que sí sé es que, en la contienda presidencial actual, sí hay una opción que dignifica y que hará valer los principios liberales: la de Iván Duque.
Duque no solo es hijo de uno de los más meritorios dirigentes liberales de Antioquia, Iván Duque Escobar, sino que, en su ejercicio académico, social y parlamentario ha defendido y desarrollado propuestas del más puro corte liberal, esas que, a última hora, pretendió enarbolar De la Calle. De ello he sido testigo, a lo largo de cuatro años.
Doy fe de su defensa del patrimonio público, del medio ambiente, de un sistema tributario más justo, de su defensa de los derechos de las víctimas y de los campesinos y de su visión de buscar la transición de un país productor extractor y de espaldas al campo, a un país productor y propulsor de su desarrollo.
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Por ello, invito a todos los liberales de bien que, a causa del manejo arbitrario al que nos hemos referido, han emigrado a otras colectividades, y a todos los ciudadanos desilusionados de los partidos a apoyar esta alternativa realmente liberal.