41 años sin Gonzaloarango

Autor: Redacción
15 octubre de 2017 - 02:00 PM

Memoria de Gonzaloarango, creador del nadaísmo, a través de preguntas que el autor nunca hizo al escritor y respuestas que el escritor dio en varias de sus entrevistas

Medellín, Antioquia

*Óscar Domínguez Giraldo

En un prosaico accidente de tránsito falleció hace 41 años Gonzalo Arango creador y descreador del nadaísmo. El almanaque Brístol marcaba el 25 de septiembre de 1976. Me lo encontré varias veces en Bogotá pero me faltó ropita y agallas para entrevistarlo. Entonces decidí hacerle una entrevista virtual en la que intercalo citas textuales suyas. Espero no haberlo calumniado…. demasiado

  • Don Gonzalo, poco poético morir en un accidente de tránsito…

El hombre propone y Dios dispone. Apagué mi propia luz en Gachancipá el 25 de septiembre de 1976. Tenía apenas 41 años y toda la munición literaria por gastar. Ese día me acompañaba Angelita quien me sobrevivió para perpetuar mi legado filosófico-literario-espiritual. Ella era 18 años menor que yo. Fue mi Lolita. Lo diré en letra de bolero: “Antes de conocernos nos adivinamos”. Fruto de su labor, y de la mía, es el libro Máximas de Gonzalo Arango que anda suelto por ahí estos días. No sé que tan máximas les parezcan pero ahí estoy pintado. El libro se lo debo a ella. Mejor dicho, nos lo debemos. De Angelita, mi ángel de la guarda suplente, es el insólito cuadro que acompaña esta entrevista. Es el rostro de García Márquez pintado con el párrafo de entrada de “Cien años de soledad”. La copia del cuadro al que hago referencia está colgado en las paredes de la oficina de un destacado abogado paisa que no voy a mencionar. Lo pueden bajar de pinta creyendo que es el original.

  • Eso en cuanto a la muerte: ¿Cómo fue lo de su nacimiento aquel 18 de enero?

En una época de mi vida habría dicho con César Vallejo que “yo nací un día que Dios estuvo enfermo”. Tuve tiempo de retractarme de esa herejía y le agradecí al Espíritu Santo la vida recibida. No vine a durar, como decía Mejía Vallejo, cuando se nos iba la mano en ron en algún bar del viejo Guayaquil, en Medellín. Vine a vivir. Lo demás es acabar ropa. Ya que no me lo pregunta, le recuerdo que “nací a temprana edad” en Andes, municipio del suroeste antioqueño (1931-1976). Aunque Ripley sí lo crea, mi mejor recuerdo fue haber nacido. Y mi peor recuerdo cuando supe que algún día iba a morir. A los 20 años soñaba ser aviador, hacer el amor. La vez que me preguntaron con quien me gustaría encontrarme en el cielo respondí: Con Gonzalo Arango. Por aquí nos hemos visto. Morir es atravesar el espejo para encontrarse con nosotros mismos, y perdón por esta metáfora de media petaca. Parece de Cobo Borda. O del terrible Harold Alvarado que no le perdona a Jotamario, mi biógrafo a regañadientes, los 100.000 petrodólares que le dieron en Venezuela por ser un as para hacer versos. Y tantos otros premios. También quise conocer a Dios. Aquí lo tengo, a mi diestra. Eso sí: daría todo por volver a vivir.

  • De los antioqueños, sus paisanos, dice una canción del río que citó alguna vez su amigo y colega el expresidente Betancur: “no son gente: son unos paisas”…

Desde que salí del terruño paisa he oído aquello de que antioqueño ni grande ni pequeño. Calumnias de la oposición. Me siento verdaderamente orgulloso de pertenecer a un pueblo como Antioquia que se desprecia y se admira a la vez, porque si es verdad que tienen un alma de fenicios comerciantes, la tienen también de griegos amantes de la belleza y el arte.

  • ¿Fue un hombre feliz?

La felicidad me dejaba siempre solo. En El maestro de Escuela, mi gurú, Fernando González, para desdeñar la gloria, pidió que el busto que le fueran a levantar, se lo dieran en plata. A mí también la felicidad me la pueden dar en efectivo. Siempre que me sonaba la flauta con un nuevo amor sentía algo parecido a la felicidad. Al último amor -que siempre es el primero-, solía susurrarle en la nuca: “Te quiero tanto que cuando estoy contigo, te recuerdo”. O: “Estando los dos, estamos todos”. Son tan bellas las metáforas que parecen mías.

  • ¿Hizo buenas migas con el horóscopo o prefería leer el horóscopo del vecino para curarse en salud?

La línea de mi vida fue una línea curva, difícil y conduce a la gloria. Tal vez si hubiese leído el horóscopo el día que me recogió el silencio y me atropelló el carro, otro gallo estaría cantando en la literatura colombiana. Fallé en el intento de que se inventara la inmortalidad antes de morirme… Cada quién es la pequeña porción de destino con que nace. Ese destino hay que llevarlo hasta la muerte como una gran cruz. Lo demás es soberbia.

  • ¿Alguna vez convirtió el amor en epístola de San Pablo?

Casarse es el destino fatal o maravilloso de las mujeres. Con Marx (Groucho, no el barbuchas del Karl) siento que el matrimonio es la principal causa del divorcio. Sólo por las mujeres valió la pena vivir. Y escribir. Después de que se cayó del caballo camino de Damasco, Pablo de Tarso, uno de mis poetas preferidos con Breton y Rimbaud, dijo: “Sin amor, nada vale”. A Dios se le salió el poeta que lo habita cuando dedujo a Eva de una costilla de Adán. En mi caso, cuando Dios no viene manda el muchachito: me dio dos grandes consejeras: Doña Magdalena Arias, mi mamá, y Angelita, la pintora y cantante inglesa que llegó a mi vida en 1979. Nunca me casé. Los santos no lo hacemos. Matrimonio: unión pegada con estampillas y dependencias de papel sellado.

  • ¿Cuándo se le abrió del parche a Dios?

Nunca me retiré de Él. Dios desertó de mí. Es otra de las licencias que de pronto se toma para notificar que tiene la sartén del mundo por el mango. Pero “Dios me perdonó, es su oficio”, diría con H. Heine. Alguna vez me preguntaron por qué rezaba si era ateo y respondí con una frase pirateada a Borges: Porque se lo prometí a mamá. Pongámonos serios. Siento que el hombre ha olvidado a Dios, que es el amor y el mundo. Rueda locamente al abismo. A mí me ha tocado vivir esa época de terror. Lo que diga como escritor es una respuesta a las imágenes brutales que ha mostrado el mundo.

  • A propósito de mamás. Uno lo veía a usted tan decidido a dinamitar el establecimiento que no se lo imagina escribiéndole tiernísimas cartas de amor a doña Magdalena a quien llama “adorada, amada y muy inolvidable”. Resuma, por favor, una de esas cartas.

No debería hacer resúmenes. ¿Para qué editó el libro la Oveja Negra? Cómprenlo antes de que me agote. Pero me agarró de buen genio y sintetizo algo que le digo a mi madre:

A) Si descontamos los “tragos” del 24 de diciembre, hace cuatro meses que no tomo una gota de licor… Actualmente, no siento ninguna necesidad de apelar a esos estados artificiosos con que uno enajena su organismo y que muchas veces se buscan por una evasión del mundo real hacia mundos de fantasía… Tengo la certidumbre de que esta intensa actividad creadora que ahora vivo, se debe en parte a que mi organismo no está intoxicado por esos venenos. (Claro, no le hablo a mi mamá de la maracachafa y yerbas afines que consumía porque le podía dar un patatús. Las abuelas paisas utilizan la marihuana solo para combatir la artritis).

B) En lo que respecta a mi vida sexual, te diré que estoy muy casto, sin que esto lo haga por una vocación de virtud, sino porque he llegado a la conclusión de que llevar una vida de prostitución es algo denigrante y que eso envilece mi vida moral, enajena mi vida anímica y crea una cierta perturbación en mis sentidos, muy deprimente, que me trae remordimientos, no de tipo religioso, sino porque eso es una traición a la naturaleza y un irrespeto a la dignidad humana.

C) Estudio y escribo casi hasta el amanecer. No me distraigo en nada que no tenga relación con mis actividades literarias… La soledad en que vivo me pone inexorablemente en el camino de la actividad artística, por lo que tengo que defender esta soledad de todos los peligros que la amenazan: la mundanidad y todas sus cretinas seducciones.

D) Todo lo mejor en el arte es lo que uno puede hacer con esfuerzo, con devoción y con amor por su oficio, y esta certidumbre es lo que me tiene escribiendo con gran vocación y con una seguridad muy aceptable… Tú debes comprender que para mí, escribir es vivir, que la literatura se confunde con mi vida. Lo que me separe de este criterio sobre mi existencia, significaría traicionarme. (En lo que no tuve rivales, modestia aparte, fue en el arte de la crónica y la entrevista. No es sino que lean los archivos de Cromos donde escribía con el alias de Aliosha. El libro lo editó mi Universidad, la U de A. Ahí les dejo el cuero).

E) Te pido, como un favor muy encarecido, que no destruyas mis cartas.

  • Perdone su persona, ¿el mundo no podría vivir sin escritores?

El escritor es como un médico que abre las vísceras y ve la enfermedad para después sanarla. El bisturí de uno es la pluma que trata de aliviar, de detener la agonía. Yo no puedo predicar que el mundo sufre si no conozco ese sufrimiento. Para escribir hoy no se puede mirar al cielo. El cielo sigue siendo limpio y azul. Hay que mirar a los hombres, mirar hacia abajo. No se puede engañar a la humanidad escribiendo lo que no se ha visto. La honestidad es la vida del escritor. Ya no escribo, revelo. Escucho la voz del silencio comunicante y la transmito.

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  • ¿Qué esperaba del nadaísmo?

Con Baudelaire diría que en la declaración de los derechos del hombre ha debido consagrarse el derecho a la contradicción. Vivir es contradecirse. “No se puede pensar lo mismo en todas las estaciones”, decía bellamente Antonioni. A mis pupilos les dije desde un principio, antes de dejarlos en la soledad de ellos en compañía: “En el nadaísmo nadie es jefe, ni siquiera Gonzalo Arango. Cada uno de ustedes es el jefe del nadaísmo y nadie lo es. No esperen nada de mí, no se hagan ilusiones, el nadaísmo no los va a redimir. Pierdan la fe. El nadaísmo lo único que promete es la locura. El nadaísmo es un honor que mata, no les propone soluciones, sino dudas; no les ofrece la felicidad, sino la desesperación. ¿Hasta dónde llegaremos? Eso no importa desde el punto de vista de la vida, porque no llegar es también el cumplimiento de un destino”.

  • ¿Cómo hizo para publicar libros después de muerto?

Se refiere usted a Adangelios. Allí me gradué de Cid Campeador de la imaginación. Seguí ganando batallas literarias después de muerto, cuando ya estaba curado de vanidades. Mi amada Angelita, mi propia Yoko Ono, solía decir que Adangelios es el Nuevo Testamento. Coqueta forma de graduarme de evangelista. Un título que le hace sombra al de profeta que adopté cuando ejercía de lúcido panfletario. Inmodestia aparte es un libro fulgurante y demoledor. Angelita, quien aportó los dibujos para el libro, comentó en su oportunidad, a propósito de ese legado, que “el espíritu de Gonzalo es el espíritu de amar, de ayudar; espíritu que para siempre vivirá”. No seré yo quien la rectifique.

  • ¿Recuérdenos algunas definiciones y greguerías que incluyó…

Cassius Clay: “ganzúa de Alá”. Mao Tse Tung: “Té para todos”. Le hice un mínimo homenaje a mi gurú, Fernando González, el verdadero fundador del nadaísmo: “Su obra fue la realización de su vida, no en busca de la inmortalidad sino de trascendencia humana”. (… estuve en Medellín en el entierro del Maestro, tenía 69 años, pero no tenía edad. Estaba siempre en la edad del amor al mundo, a los hombres, a la creación y, sobre todo, su gran pasión era Dios. En enero, la víspera de irme, me dijo que este año se iba a morir porque ya había encontrado las fuerzas del silencio que lo llevarían hasta donde Dios estaba). También dejé dicho en Adangelios que “la paz no hay que negociarla: hay que hacerla. Como el amor”; “si cada hombre pusiera en su epitafio cómo vivió, sabríamos por qué habría muerto”.

  • La gente conoce la correspondencia que le publicó el poeta Eduardo Escobar, el hijo de don Germán en doña Elisa. Otros libros suyos pueden considerarse de texto para entenderlos a usted y a la cofradía. Pero la gente apenas conoce el más bello de sus libros ( Oleajes de la sangre) que editaron Andrés Nanclares y su esposa María Clara Echeverri, con las cartas íntimas que le dirigió a su familia. Ahí usted le estaba poniendo conejo al movimiento, profeta…

Mejor le suelto los trastos de responder al poeta Jotamarío el hijo de don Chucho, nuestro cómplice sastre caleño. En el prólogo de ese libro editado por “La Pisca Tabaca”, Jotamario, quien también atendió el llamado del otro Jesús, el hijo del carpintero, pone los puntos sobre las jotas así: “Las cartas que contiene este libro, preciosas en todo sentido, nos esclarecen las motivaciones, las estrategias de lucha, los logros y los fracasos de Gonzalo, al relatar a sus padres y a sus hermanos, con autenticidad y sinceridad increíbles, los avatares de su vida y de su obra. Mientras insuflaba a sus discípulos que había que acabar con la familia, él reportaba a los suyos el avance avasallante de sus ideas, con múltiples abrazos para sus sobrinos… Y mientras se proclamaba profeta de la nueva oscuridad, dejaba sentado su amor por Jesucristo y su respeto por su doctrina de justicia y condescendencia. Consciente, desde los albores de su alboroto, de que allí estaba dejando sentada la huella de su paso por el desierto, le pedía a su madre que no destruyera sus cartas”. Más claro no canta el gallo de la Pasión. Después de una temporada en el cementerio de Medellín, mi pandilla llevaría de regreso estos huesos a mi Andes natal en un acto en el que Jotamario pidió mi “canonización”. Pero primero hay que salir del padre Marianito. En Colombia hay que hacer cola hasta para ser santos. Se nos adelantó la madre Laura. Son cosas de Dios y no lo pienso rectificar.

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  • ¿Y ya p’irnos, un epifatio a manera de despedida?

“Creo haber cumplido la vibración para la cual fui destinado en una determinada instancia de mi vida, mi destino, personal mi generación. Bien o mal, he cumplido”. No le quite más tiempo a mi eternidad.

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