Ahora los chicos malos se reúnen sin necesidad de antifaces. La desfachatez, desvergüenza y desparpajo en esa impúdica exhibición es alarmante.
Ante la reunión, en el confortable apartamento del senador Iván Cepeda, entre el máximo jefe de las Farc y Juan Manuel Santos, no puedo dejar de recordar las sesiones de los Chicos Malos S.A., de las inolvidables historietas de Walt Disney. En ellas, estos personajes, llevando todos ellos negros antifaces, siempre se reunían en oscuros ambientes para planear sus fechorías. Ahora, ya los chicos malos salen de las sombras y no tienen empacho en exhibirse a plena luz del sol.
Varios de los asistentes a ese ágape han sido amnistiados y elevados a la proficua dignidad de congresistas. Pero esto no impide a la generalidad de los colombianos recordar el nutrido prontuario y los centenares de años de penas privativas de la libertad que pesaban sobre estos culpables de incontables delitos de lesa humanidad. Por tal razón, casi nadie es capaz de estrecharles la mano, repugnancia que debería ser mayor en quienes han representado la majestad de la república.
Dejemos de lado, entonces, el deber ser, para situarnos en la realidad del momento: Ahora los chicos malos se reúnen sin necesidad de antifaces. La desfachatez, desvergüenza y desparpajo en esa impúdica exhibición es alarmante.
Probablemente Timo y Santos se han reunido con frecuencia, porque de lo contrario no se entiende la perfecta sincronización de movimientos de las fuerzas del desorden. Pero hasta ahora estos encuentros han debido estar rodeados del mayor sigilo, para poder seguir haciendo creer al país que lo convenido en La Habana fue un acuerdo entre el gobierno y una guerrilla, para hacer la “paz”; y no el encuentro entre dos alas del mismo movimiento, la subversiva y criminal del campo, y la solapada, perversa y traidora de la capital, infiltrada y dominante en un gobierno que entregó el Estado a sus enemigos.
Si fue lo segundo, el público maridaje entre Timo y Santos se explica; en cambio, si insisten en presentarse como fuerzas políticas diferentes, ese notorio ayuntamiento es inadmisible.
Se ha dicho que ese encuentro tenía dos propósitos: El primero, permitir a ambos grupos conocerse y —supongo— tejer amistades personales… El segundo, deliberar acerca de la manera de preservar “la paz”, después del segundo Caguán anunciado por comunes amigos.
Ambos fines son plausibles únicamente si todos los asistentes están identificados en el mismo plan político del Foro de Sao Paulo, para convertir a Colombia en otro régimen marxista-leninista.
Timochenko y su grupo nunca han desmentido ese propósito y, por desgracia para Colombia, el comportamiento de Santos a partir del 7 de agosto de 2010 indica su compromiso indisoluble con las Farc. Su participación en este amistoso five o´clock tea con chicos malos, malísimos y peores, equivale al destape más desvergonzado, a actuar “a calzón quitao”, como decimos en Antioquia, en favor de la agenda revolucionaria que su gobierno favoreció, impulsó y consagró por encima de la Constitución y la ley.
No puedo terminar sin preguntarme si ese eufórico convite no se relaciona con los preparativos finales para el golpe de octubre, cuando se debe producir la decapitación judicial del expresidente Uribe, verdadero regicidio llamado a catalizar la revolución, notificando claramente al país quiénes son verdaderamente sus amos.
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Ominosa la amenaza de aquel senador desestigmatizado, cuando le dice a su contradictor: “Ya estamos cansados con usted”.
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Interesante la reunión en La Habana del gobierno de ese país con Adán Chávez, embajador de Maduro en la isla, Iván Márquez y Santrich.
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Después de 37 años de represión, inflación galopante y miseria, muere Robert Mugabe, el Maduro africano. ¡Ojalá el Mugabe suramericano no dure otro tanto!