Ignorar la amenaza que significa para la democracia una Alcaldía de Bogotá en manos de la subversión es culpable miopía
No es que Bogotá se haya ganado. La actual administración apenas se ha podido ocupar de la recuperación administrativa de la capital, después de tres alcaldías deplorables en todo sentido, pero el Dr. Peñalosa —competente urbanista pero mediocre político— no pasa de ser un funcionario “neutral” en un país empujado al abismo.
Desde luego, es mejor esa neutralidad que la militancia revolucionaria de sus tres pésimos antecesores, el inepto, el ladrón y el gran tergiversador.
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La importancia de Bogotá en la política nacional excede su tamaño económico y su enorme población, porque su peso electoral es decisivo, aun sin tener en cuenta maniobras comiciales masivas y fraudulentas, que pueden repetirse, si el Distrito retorna a la extrema izquierda en octubre.
La derrota de Óscar Iván Zuluaga en 2014 se debió a la combinación de: 1. La trapisonda del hacker. 2. Los dineros de Odebrecht, y 3. Las novecientas y pico de juntas de acción comunal puestas por la Alcaldía al servicio de la votación por Santos, abusiva intervención que Peñalosa no repitió a favor de Duque, a pesar de llevar sufriendo tres años de sistemática denigración y descalificación por parte de Petro, el bilioso.
Ignorar la amenaza que significa para la democracia una Alcaldía de Bogotá en manos de la subversión es culpable miopía. Por desgracia, ni el presidente ni el CD se ocuparon, desde agosto del año pasado —como algunos advertimos— de preparar para la elección de octubre de 2019 un programa adecuado y un candidato idóneo y capaz de ganar. Entretanto, las gentes se acostumbraban a considerar como inevitable la llegada al palacio Liévano de una candidata iracunda, desenfrenada y descobalada, para reanudar en Bogotá la peor guacherna populista, demagógica y desgreñada.
La más reciente medición demoscópica, de Guarumo, debe tenerse en cuenta. A 93 días de las elecciones para gobiernos locales, López ha descendido del 60% al 26.2% de favorabilidad, mientras Carlos Fernando Galán llega al 12.7% y Miguel Uribe, al 9.7%.
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Como los dos últimos señores, sumados representan 22.4%, si se unen a tiempo pueden dar la pelea. De lo contrario, ambos tendrán que responder por una tragedia aterradora para la capital y por el pronóstico reservado para la supervivencia de la democracia colombiana, porque no existe aún — estamos en mora— segunda vuelta en la elección de alcaldes.
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La ambigua lavada de manos por parte de la corte constitucional en el asunto de la aspersión con glifosato, solo puede entenderse como una nueva demostración de que el país está sometido a una autoridad clandestina, que se manifiesta a través de cuatro cortes de raposas jurídicas. En consecuencia, la aspersión sigue excluida. Solo podrá usarse, y con mil precauciones, cuando según los parámetros bien elásticos del AF, interpretados por sus secuaces en ese “alto” pretorio, fracase —hacia el año de Upa— la erradicación voluntaria.
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¡Qué envidia del Perú, donde la amenaza de convocar un referéndum recupera la autoridad presidencial y donde la justicia llama a juicio a cuatro expresidentes indignos!