Lleva más dos mil años cumpliendo su promesa de amarnos y perdonarnos; pero no ha sido posible que aprendamos de Él.
Todos ¡juntos!, guiados por la luz de un noble y urgente deseo y con la humildad y el arrepentimiento como presentes, vamos al encuentro de la conmemoración de este extraordinario acontecimiento, ocurrido en Belén hace más de dos mil años; celebremos jubilosamente el origen de la historia de nuestra salvación.
Este Dios-Niño, hijo de Dios-Padre, Príncipe de nuestros corazones, lleva siglos acompañando a la humanidad, e instándola a que aprenda amar, a que alcance la paz interior y la capacidad de convivencia, que son el único comienzo y el exclusivo camino de la verdadera paz en las familias, en la sociedad, en nuestro país, en los gobiernos, en el mundo entero.
Lleva más dos mil años cumpliendo su promesa de amarnos y perdonarnos; pero no ha sido posible que aprendamos de Él. Y lo más doloroso: gobernantes y gobernados vamos dejando atrás y en el olvido, la nobleza de vivir para redimir, lo que el gran Niño del pesebre, con su nacimiento, constituyó como historia y mandato.
La historia existencial ha cambiado; hoy se cimienta en incumplir y manchar la palabra, el juramento, el mandato, la obligación de cuidar la patria; nos anima el perverso sentimiento de ver en los ciudadanos a seres extraños, a desconfiar de todos ellos y, por ende, a convertirlos en enemigos.
Cada diciembre los colombianos, cargados con todo el daño que hemos hecho, con los engaños, la corrupción, recorriendo un camino cada vez más resbaladizo y tomando un rumbo sin luz ni guía...; con toda esa carga a cuestas, hacemos promesas, nos decimos palabritas tranquilizadoras, nos damos regalitos impulsados por el amor familiar, el amor de amigos, de vecinos, de jefes, de subalternos...
¿Qué hemos logrado? ¿Sí ha sido el Mandamiento del Amor el centro de nuestra vida, el semillero de una paz que consiste en ponerles limpieza al alma, seriedad a las palabras, respeto al compromiso, honestidad a la promesa, firmeza a la obligación?
Nos hemos anestesiado con todos los aconteceres porque el cerebro no procesa, ya, más noticias escandalosas, perversas y fabricadas, muchas veces, a costa de silencios sabios y de la rectitud de comportamientos que pueden ser salvadores; nos vigorizamos con aspavientos, algarabías, hechos irreverentes y asesinos del pudor, del honor, de las promesas para defender la majestad de la patria, lo sagrado de los hogares, el juramento profesional, el respeto a los bienes, el obligatorio cuidado y protección moral de los niños, que son nuestra prolongación en el tiempo.
Cada año, cada día, Colombia tiene para mostrar violaciones, corrupción, llanto, dolores, atropellos morales, familiares, económicos; y, luego, nos sentimos redimidos, simplemente negando nuestra responsabilidad y culpabilidad, o utilizando deportivamente la palabra “perdón”, ya tan manoseada y por ello, tan falta de significación.
Se mata, se engaña, se viola, se atropella y, luego… el fulano, el doctor, el funcionario, el dirigente, la empresa, la institución…, el que tenga el turno, sale a decir: “pido perdón”. Y, ¡ya está!
Cedo la palabra a un escritor-autoridad en sabiduría, espiritualidad y limpieza y dignidad: el sacerdote carmelita, Hernando Uribe Carvajal, quien, alguna vez, escribió estas reflexiones sobre “LA PAZ”.
Esa paz que nace en el pesebre, que los ángeles y los pastores ensalzan y glorifican, pero que, pasando los tiempos, el ser humano olvida, enloda, le cambia su sentido y la manipula como quiere. Dice el sacerdote:
“(…). La paz no es una cosa que puedo encontrar en algún lugar. La paz va conmigo a dondequiera que voy”.
“Me detengo a preguntarme quién soy, de dónde vengo y a dónde me encamino”.
“Me sorprendo de mí mismo, y mi sorpresa crece al constatar que yo soy la paz, lo que busco por todas partes con afán”.
“Mi interioridad se manifiesta en cada gesto mío”.
“Miro mi rostro, mis ademanes; estoy mirando la paz, lo que soy, esa maravilla de unidad, pasmosa en su complejidad, armonía de cuerpo y alma, de cerebro y corazón”.
“La paz, […] nace en mi interioridad. Cuanto más tiempo le dedico, más descubro la maravilla que es”.
“San Juan de la Cruz me enseña a llevarlo todo con igualdad tranquila y pacífica, y a alegrarme en todo por no perder la paz, y así, ponerle remedio conveniente a toda adversidad haciendo de la armonía el tesoro del corazón. […].
“Vivo haciendo la paz conmigo; vives haciendo la paz contigo; vivimos haciendo la paz con nosotros. Coincidimos”.
“La coincidencia es fruto de un juego lleno de inteligencia y corazón, regalo de la Divinidad”.
“La paz que somos llena la atmósfera que respiramos”.