Hay el deber de rechazar la violencia como “forma de vida”.
Nada nuevo es este tema: la violencia contra las admiradas y amadas mujeres, en esta patria del Sagrado Corazón. Maltrato de laya varia, han sufrido ellas, en los varios frentes del suceder nacional: bofetadas, pellizcos, hasta castigos con ramas o rejos, han padecido, pacientemente. Las autoridades competentes, potenciales receptoras de las quejas respectivas, poco sabedoras son de los padecimientos domésticos de las damas. Algunas han sido hasta “echadas” de sus respectivos hogares por los jefes de familia, desconsideradamente.
Y lo grave es que no confían en la eficacia de las autoridades policivas o judiciales, cuando tienen en sus cerebros la responsabilidad de tomar decisiones que “las dejen vivir en paz” ante sus descendientes o, simplemente, la sociedad donde se hayan ubicadas. Tal vez no creen en la cárcel o se acostumbraron a los maltratos... Hay el deber de rechazar la violencia como “forma de vida”. Reina el compromiso de seguir conculcando el deber de implantar la llamada “igualdad de género”. Si es de aprender de otras sociedades sobre “derechos de las damas”, hagámoslo, aunque parezca un poco tardía tal decisión. No demerita adoptar de otras civilizaciones, lo útil, lo bueno, lo humano, lo civilizado, para una óptima convivencia y un patriótico pasar lo meses y los años, haciendo buena sociedad y convivencia, en esta Colombia de riquezas humanas y materiales invaluables.
Esta definición de la Academia de la Lengua, emociona y conmueve: “Persona que tiene disposición para los quehaceres domésticos y cuida de su hacienda y familia con diligencia y la que, sin mayores reparos, admite relaciones sexuales con el hombre. Y “tiene disposición para los quehaceres domésticos, con diligencia”, y obvio, mantiene su hogar atractivo, acogedor para sus tareas cotidianas, amén de las extras, por concepto de visitas de vecinos o conocedores de sus capacidades para cristalizar o elaborar un trabajo requerido.
Al margen. - Reza Ley 1257 de 2008: “También hacen parte del “acoso sexual”, las frases, actitudes, acciones y comportamientos realizados sin consentimiento ni permiso de la otra parte. Ese acoso callejero, comprende las miradas lascivas, piropos suaves y agresivos, silbidos, besos, bocinazos, jadeos, gestos obscenos, comentarios sexuales, directos o indirectos al cuerpo, fotografías y grabaciones no consentidas a partes íntimas, tocamientos, persecución, masturbación y exhibicionismo”.
Desgraciadamente “el acoso sexual” es fenómeno que no sólo crece en Antioquia y el resto de Colombia: también en otras demografías.
Ojalá esta desvirtud desaparezca pronto de las voluntades que, desdichadamente, la ejercen.