Afrontamos nuevos estilos de vida que conllevan un crecimiento interior, mayor conocimiento de nuestras capacidades y potenciales, mayor valoración de la familia y del entorno social, pero al mismo tiempo un recorte de posibilidades de expresión en el ámbito social.
La existencia es una lucha constante por los derechos que nos corresponden como seres humanos. No ha sido tarea fácil ni corta. Y ahora, cuando creíamos haber superado las peores etapas, viene una pandemia que no solo encierra a la humanidad para impedir contactos físicos y cercanía social (negando los derecho al libre desarrollo de la personalidad, a la libre movilización y de reunión), sino que nos hace retroceder hasta devolvernos a momentos críticos de la historia: menos democracia, menos libertad personal y, en cambio, más control estatal de la información y de los movimientos de las personas, so pretexto de mayor seguridad sanitaria.
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Fue un cambio muy brusco, para el cual no estábamos preparados. Nunca nos pasó por la mente una situación como esta, así hubiéramos leído y repasado novelas llamadas distópicas como “1984” y “Rebelión en la granja”, de George Orwell, o “Fahrenheit 451”, de Rey Bradbury, ni hubiéramos visto tantas películas sobre las dictaduras nazi, fascista, franquista y soviética. Afrontamos nuevos estilos de vida que conllevan un crecimiento interior, mayor conocimiento de nuestras capacidades y potenciales, mayor valoración de la familia y del entorno social, pero al mismo tiempo un recorte de posibilidades de expresión en el ámbito social. El cambio de las relaciones en el espacio físico por relaciones a través de medios tecnológicos conlleva mayores riesgos de intervención de terceros no bienvenidos, sobre todo en un entorno donde las “chuzadas” hacen parte del menú diario.
Las relaciones sociales mediadas por la tecnología permiten un mayor control por parte de las autoridades. La libertad y el derecho a la intimidad también ceden espacio ante la aplicación de tecnologías que buscan hacer seguimiento a personas contagiadas o a enfermos ya recuperados. Las aplicaciones tecnológicas para controlar la enfermedad nos arrebatan la condición de ciudadanos libres. El derecho a la intimidad personal y familiar y la libertad de expresión, se salen de nuestro control. Con las aplicaciones tecnológicas y los registros obligatorios generamos una gran cantidad de información que se sale de nuestro control.
La tecnología no se quedará anclada en esta buena causa. Ya puestos en esta tarea, los gobiernos no dudarán en utilizarla como instrumento de control social o ideológico, como ya se viene haciendo en China, Corea, Singapur y Taiwán. Los siguientes pasos en el uso de estos instrumentos siembran muchas dudas. Ya sabemos que la tecnología se utilizó para afectar procesos electorales, como sucedió en las pasadas elecciones norteamericanas con influencia rusa (Caso Cambridge Analytica, compañía contratada por la campaña de Donald Trump en 2016).
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La monitorización de la sociedad se impone como una práctica gubernamental, justificada en la lucha contra brotes episódicos que afectan la salud pública, pero con una ventana oculta hacia el control ideológico de la población. Así como hace unos años se impuso la lógica de la seguridad contra el derecho a la libertad, a raíz de los atentados del 11-S en Estados Unidos y las acciones guerrilleras en América del Sur, hoy los nuevos controles a la libertad se escudan en la defensa de la salud y la seguridad.