¿Si es tan horrible ser político, si se desmejora tanto la calidad de vida, si se pierden la familia y la libertad, por qué se persiguen votos y cargos con tanta furia o por qué no lo dejan antes de que las urnas o la calle hablen?
Albert Rivera es un intrépido abogado español que jugó a ser presidente, quien para ser reconocido protagonizó unas cuantas acciones llamativas, como aparecer desnudo en un afiche, por ejemplo, al comienzo de su carrera en Barcelona. Ese señor Rivera sufrió una estruendosa derrota en las elecciones del pasado 10 de noviembre, lo que obligó su renuncia a la dirección del partido que fundó y a retirarse de la política.
“Deja el escaño y la presidencia del partido para dedicarse a su vida personal”, subtituló el diario El País la noticia. Al anunciar su dimisión, Rivera dijo: “Quiero ser mejor padre, pareja, hijo y amigo”. Si se suman todos los factores, un ciudadano desprevenido pensaría que quien así habla quiere ser mejor persona.
¿Significa, entonces, por simple deducción, que los políticos son malas personas, padres de familia ausentes, malos maridos, hijos lejanos, peores amigos?
La frase habitual que dicen todos los políticos derrotados o retirados es: “quiero estar más tiempo con mi familia”, aunque suene como un estribillo poco creíble en todas las declaraciones.
Lea también: El modelo neoliberal fracasó
“La vida es mucho más que la política", "La vida sigue y yo quiero ser feliz", son frases del mismo emocionado discurso, que al escucharlas repiten en su interior la misma pregunta. ¿por qué son políticos, si la vida del político es tan horrible como la pintan sus palabras?
Y para confirmar las dudas, otro líder en retiro dijo: “valoro la libertad que me concede volver a ser ciudadano de a pie”.
¿Si es tan horrible ser político, si se desmejora tanto la calidad de vida, si se pierden la familia y la libertad, por qué se persiguen votos y cargos con tanta furia o por qué no lo dejan antes de que las urnas o la calle hablen?
Son palabras que no necesariamente reflejan lo que la realidad dicta o lo que aparenta ser. Es un discurso ambivalente, contradictorio, que siempre plantea dudas en quien escucha.
Más allá de lo que digan las redes sociales o las encuestas, que nunca se sabe si dicen la verdad, gobernar es elegir a quien decepcionar primero o más, porque al final no son tantos los ciudadanos que se declaren satisfechos de una obra de gobierno. Es en este momento cuando sus familiares cercanos se preguntan si valió la pena.
Reflexiones sobre el bien, las virtudes y la felicidad, los tipos de vida propios del Estado y del individuo y la estrecha solidaridad entre el ciudadano y el Estado, con miras a la búsqueda de la felicidad, se las planteó Aristóteles en La Política.
Llama la atención que personas que al parecer son tan infelices con lo que hacen, se dediquen a buscar o procurar la felicidad de los demás, que es en suma lo que promete la política. ¿O será al contrario? Es de tal envergadura la capacidad de sacrificio, que buscan la felicidad de los ciudadanos a costa de su propia vida feliz.
En fin, lo dejo como inquietud. Son reflexiones que surgen al escuchar con tanta frecuencia una justificación pública tan poco creíble en privado.