Estamos en medio de una batalla cultural donde debemos sostener la posición del actual director del CNMH y exigir el desmantelamiento de la fementida Comisión de la Verdad.
La continua e implacable arremetida contra el doctor Darío Acevedo Carmona no cesará hasta que ese ecuánime profesional no salga del Centro Nacional de la Memoria Histórica, porque la batalla que daban en tres frentes los extremistas promotores de la revolución —Comisión de la Verdad, CNMH y Cátedra de la Paz—, se les debilita si pierden uno de esos tres fortines.
El control de la historia es fundamental en la creación de un “hombre nuevo”, carente de memoria y despojado de las creencias que han formado la nación, y tabula rasa sobre la cual se puede armar un nuevo entramado ideológico, una nueva cultura donde la verdad responda a un Diktat del partido: “Todo dentro de la revolución; nada por fuera de ella”.
No es mi propósito discutir sobre esa concepción que, desde luego, elimina la civilización como fruto de una larguísima sucesión de pensamientos, creencias, artes, ciencias, actitudes y sensibilidades, porque estamos en medio de una batalla cultural donde debemos sostener la posición del actual director del CNMH y exigir el desmantelamiento de la fementida Comisión de la Verdad, antes de que recuperen el Centro, y entre este, De Roux y sus compinches nos dicten una nueva historia oficial y mamerta, para adoctrinar, vía “cátedra de la paz” a las nuevas generaciones.
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La estrategia está clara, pero nadie se preocupa realmente por detener los golpes tácticos. El más reciente, bien poco denunciado, es el de la decisión presidencial de dejar listo, antes de 2022, un museo nacional de la memoria colombiana.
He ahí un proyecto amable, otra atracción turística para Bogotá…, pero nadie se detiene a considerar el presupuesto, ni si es prioritario, ni el uso que se le va a dar como herramienta, o como arma, en la batalla de la historia.
La persona designada para levantar ese museo, el señor Fabio Bernal, es idóneo. Tiene amplia experiencia, adquirida en el Museo del Ejército, pero sus declaraciones iniciales son inquietantes en grado sumo:
Estoy convencido de la importancia para el país de la construcción plural de la memoria histórica y la defensa del patrimonio cultural para forjar una nación incluyente y en paz. El Museo de la Memoria en Colombia es un compromiso del país con las víctimas.
No tiene uno que ser muy suspicaz para leer en este lenguaje mamertoide el justificado temor del señor Bernal, que así trata de evitar ser otra víctima de la furia persecutoria del senador Cepeda y su combo.
Estamos notificados: la memoria histórica de Colombia se reduce al “conflicto”, a las “víctimas”, a “la paz incluyente” y demás monsergas.
Los quinientos años anteriores no cuentan, ni se contarán. La historia maravillosa de un gran país que al iniciar el siglo xx era más pobre que Haití, con menos de 500 universitarios y apenas 1264 líneas telefónicas, y que cien años más tarde ya era la economía n° 26 del mundo no interesa, ni vale la pena ocuparse de su desarrollo industrial, urbanístico, sanitario, agrario, energético, vial, educativo, deportivo y cultural…, porque Colombia solo ha sido violencia, conflicto, y ahora “paz”.
Ese será el museo donde llevar cohortes de niños con el fin de adoctrinarlos, y de allí saldrá la iconografía de las masacres causadas por el Estado y las imágenes aureoladas de los valerosos defensores de un pueblo martirizado por las oligarquías y el imperialismo…, es decir, el museo como cuartel en la batalla ideológica. Remember el Museo del Ateísmo, de Lenin, en Moscú, primer antecedente de galerías como herramientas de transformación cultural.
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Desde luego, este museo nacional tendrá sucursales en provincia, absorbiendo en primer lugar una “Casa de la Memoria” que hace tiempo funciona en Medellín y sobre la cual se acaba de pronunciar, en su calidad de concejal, el candidato derrotado a la Alcaldía, cuando propuso (El Colombiano, febrero 13/ 2020) “quitar del Museo Casa de la Memoria todo lo que tuviera relación con el conflicto armado, porque causa división”.
Tiene parte de razón, aunque sobre él han caído rayos y centellas. La función de los museos no puede ser la de servir como arsenal ideológico en la lucha político-revolucionaria. El modelo económico-social debe proceder del flujo de la historia, en lugar de ser el resultado de una “construcción” deliberadamente impuesta por un grupúsculo intransigente, feroz y sectario, que no encuentra resistencia en gobiernos timoratos y buenazos.
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Me llama la atención una lectora que pregunta si es Comisión de la Verdad u Omisión de la Verdad.
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El asesinato de Juan Sebastián todavía horroriza a la mayoría de los colombianos, mientras la secretaria de la mujer, de Claudia (perdón, de Bogotá), reclama la expedición de la “más avanzada” despenalización del aborto, no solamente en los tres casos de la solapada tronera, sino para que pueda practicarse sin limitación en el tiempo; y que se elimine la objeción de conciencia del personal y de los establecimientos sanitarios, obligados a practicarlo bajo sanción penal…
Eso era de esperarse, pero nadie piensa en lo que será del país en unos pocos años, con la sustitución de la doctrina cristiana, en la educación primaria, por la ideología de género, que junto con enseñanzas aberrantes, convence a niños y niñas de que abortar es un acto banal, desprovisto de cualquier significación ética, ocultándoles que el ADN del feto es diferente del de la madre, porque se trata de un ser humano distinto, único e irrepetible.