Ficciones-reales de una ciudad en la que la crítica parece ser un enemigo, todos la piden, pocos la soportan.
Había una vez una ciudad, en la imaginación, donde quienes hacían arte, arte en todas sus manifestaciones, decían: “no hay críticos”, “hace falta crítica”, muy de dientes para afuera. Quizás, en esa ciudad, un “Macondo” como el de don Gabriel García Márquez, pero con escapularios y carrieles, sentían nostalgia por una crítica que, desde los años sesenta, tomó fuerza por una señora argentina que salía en televisión nacional, quien iba por todo el reino diciendo “qué sirve y qué no sirve”, siendo una especie de “última palabra”.
Era una nostalgia fugaz, que duraba hasta que la señora crítica, ya en pleno siglo XXI y con otras maneras, ejercida por otros, les tocaba los talones y los hacía sonrojarse. Vaya que les molestaba su visita.
En esa ciudad, hacer crítica era muy difícil porque, cuando la crítica beneficiaba a un museo, una galería, un artista, un grupo de artes escénicas, un músico o un escritor, había abrazos y besos. Las palmadas en la espalda y la sonrisa prolongada se repetían. “Me encantó tu artículo”, “esta nota estuvo maravillosa”, “que bien escrito”, “estas haciendo un trabajo increíble”, eran los comentarios que recibían los dos o tres “osados” que se atrevían a escribir, si los comentarios eran buenos.
Ah, pero si hacían lo contrario, si la exposición no les parecía, si a la obra le faltaba coreografía, si el músico tenía letras pobres, en esa ciudad había una indignación colectiva, una orden de linchamiento, un deseo de acallar sus reflexiones, que llegaba a las reuniones sociales con otras frases: “es que ella es muy difícil”, “que texto tan desafortunado”, “que falta de generosidad”, “no nos quiere”, “no quiere al museo”, “no sirve sino para criticar”, y, entonces, se juntaban dos y tres señoras amigas a señalar a quien había tenido la “osadía” de desobedecer. El nombre de aquel autor o autora lo sacaban de las bases de datos y ya no le llegaban invitaciones para los eventos que ellas manejaban, e iban diciendo a quien pudiesen, que había que “evitarlo”. Diría el maestro Fernando González, el pensador de Otraparte, que en esa ciudad era imposible “vivir a la enemiga”.
En la mitad, porque siempre hay agua tibia, también hacían parte de esa ciudad quienes “tiraban la piedra y escondían la mano”. Personas que no salían a defender al crítico, que afirmaban con la cabeza a quienes eran sus detractores, mientras a ella o él le decían, en privado, para que nadie se enterara, que “muy bien”, que siguiera así, “eso es lo que hace falta aquí, a ver si dejamos de ser tan montañeros”. Una especie de mercenarios de papel, con ganas de quedar bien con todo el mundo, incendiarios a través del otro.
La crítica es un ejercicio que, en el periodismo, se ubica en el género de opinión, siendo una de las grandes medidoras de lo que llaman algunos la “libertad de expresión”, y sirviendo, en el caso del periodismo cultural, para la profesionalización del sector, porque la crítica permite que los creadores puedan detenerse a pensar, usaremos la palabra de moda, puedan “reinventarse” y entregar al público mejores obras.
Detengámonos un poco en la inmersión a la ciudad aquella, para decir que el público siempre será “el patrón”, el que tiene la última palabra, quizás por encima del crítico, quien, a su vez, no puede tener patrones, ni amigos, ni “gente que lo quiera”, porque su posición es la de la objetividad, desde su subjetividad. El crítico es autónomo en precisar que una obra carece de elementos o desborda los esquemas. Puede decir, bajo su responsabilidad, por eso firma y casi siempre da la cara a la hora de juzgar, lo que piensa que debe decir, sin importar a qué señor o señora le pueda molestar.
Su rol en ese “ecosistema” del arte y la cultura es el de generar reflexiones, el de abrir debates, así algunos asuman sus posturas como algo “personal”, casi siempre porque los afecta. Señoras y señores de esa ciudad imaginaria, están equivocados cuando creen que les están ofendiendo, que les están atacando, la crítica es un ejercicio profesional, que no está pensando si la señora que dirige la entidad cultural es “linda”, “querida”, “importante”, sino que está revisando su trabajo, poco le interesa si es “regia” o “amiga de todo el mundo”.
Entonces, es una lástima que la figura de la crítica o el crítico sea de “odios” y “amores”, porque esas reacciones parecen demostrar que, en el imaginario colectivo del terruño aquel, quedó marcada la idea de “conmigo o contra mí”, sí, la misma de “plata o plomo”, porque la vanidad y el ego de algunos son el verdadero problema del ejercicio crítico en esa latitud desconocida a la que viajamos.
Decía recientemente la gestora cultural Margarita Garrido, cuando hablábamos de la ética en la cultura, que la dificultad de los roles en este sector, en gran parte, tiene que ver con que algunos creen que existe una “élite” de la cultura, un grupo de gente “importante” que “lidera” un sector. Algo así como los “Char” de la cultura, quienes se atreven a tomar una posición de “intocables”, lo cual, enfatizaba una gestora de la trayectoria y el respeto que tiene Margarita, solo termina por hacerle daño al sector.
Por eso vale la pena preguntarse, ¿están seguros de que en esa ciudad imaginaria les hace falta la crítica?, porque, si la idea es jugar a un “sector cultural” del siglo XVIII, en el que reinan los “mandacallar”; la idea de democracia que defiende la libertad de expresión no puede existir.
Esa frase histórica de Voltaire: "Podré no estar de acuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo", es apenas el antídoto que los críticos deberían recibir del público, de sus colegas, de sus amigos y de sus opositores, en una sociedad que ha superado la idea de tener una libreta para apuntar enemigos, de carros bomba y corrupción. Si esa ciudad imaginaria no quiere “pasar la página”, como decía el señor crespo que fue su alcalde alguna vez, entonces que no exista la crítica, no la pidan, no la lamenten, y así este cuento siempre tendrá su final feliz. Un abrazo a David Valdés, de la Revista Rolling Stone. Hasta la próxima semana, amigos.