Una universidad que no esté pensando en procesos de transformación cultural, digital y de recursos, no podrá grarantizar a futuro su propia sustentabilidad en el tiempo y el enfoque en el logro de sus objetivos.
La vida de una universidad se conceptualiza a partir de su talento humano quien garantiza su eficiencia. Quienes trabajan en la universidad, docentes, administrativos, terceros asociados dependen fundamentalmente de procesos gerenciales de transformación organizacional que parten fundamentalmente de ellos mismos. Una universidad que no esté pensando en procesos de transformación cultural, digital y de recursos, no podrá garantizar a futuro su propia sustentabilidad en el tiempo y el enfoque en el logro de sus objetivos. Los aspectos que atañen a la gestión humana según Barney J. y Wright P. M. (1998) son: el conocimiento como activo para generar valor en las compañías, la formulación de estrategias con base en los valores y habilidades de quienes conforman la organización, siendo este un capital intangible en dicho proceso y, por último, la concepción actual de estrategia que parte de las capacidades internas de la organización para estructurarse y desarrollarse. Desde este punto de vista se entiende la necesidad de volcar la universidad a la generación de prácticas innovadoras mediante la gestión del conocimiento y habilidades de su componente humano, mediante procesos de transformación organizacional (Newman, 2000). Esta realidad fue impulsada por el fenómeno de la globalización, entendida como “la perceptible pérdida de fronteras del quehacer cotidiano en las distintas dimensiones de la economía, la información, la ecología, la técnica, los conflictos transculturales y la sociedad civil” (Beck, 1997, pág. 33). Esta situación ha llevado a las universidades al hecho de que deben adaptarse, diferenciarse, volcarse a la creación de ventajas competitivas o, de lo contrario estarán destinadas a desaparecer (Trout, 2011), y este enfoque de llevar la universidad por el mar turbulento donde ella se desarrolla, fundamentalmente mediante la gestión del conocimiento, habilidades, cualidades y fortalezas del talento humano que la constituye. Se trata de pensar muy bien nuestras estructuras y de hacer de ellas cuerpos vitales para la vivencia de sus valores, su cultura, sus maneras de operar y su propia formación (Barret, 1999).
A partir de los cambios generados después de la segunda década siglo XX, período en el cual la humanidad comenzaba a recuperarse de dos guerras mundiales y se presentaban al mundo las nuevas instituciones de la globalización, los líderes mundiales daban respuesta la ingente crisis que debía afrontar la devastada Europa, endosando el descrito éxito a tres factores esenciales según Boughton (2009): liderazgo eficaz y legítimo, objetivos manifiestos y planeación flexible. Pareciera que nuestras universidades no se pusieron a tono con esos tres factores, ¿qué pasó? Seguramente que nos limitamos a enseñar a otros a pensar y las universidades nunca se pensaron. Las personas, según esta idea, deberían ser líderes con capacidad de autogestión, personas orientadas al cumplimiento de los objetivos y capaces de planear.
Las universidades también son entidades sociales que están dirigidas a las metas, están diseñadas como sistemas de actividades estructuradas y coordinadas en forma deliberada y, finalmente, vinculadas al entorno. En otras palabras, la universidad es una comunidad humana que interactúa entre sí y que, pese a los intereses heterogéneos y particulares de sus integrantes, están unidos y movidos por un objetivo común, en un marco institucional normativo y axiológico corporativo. Por esta razón Gibson (1996) afirma que el rendimiento personal es la base del rendimiento de la organización, razón por la que el conocimiento del comportamiento personal es la base de la gestión eficaz. Más líderes en nuestras universidades, más personas trabajando por los objetivos y más comunidades académicas adaptativas y con capacidad de transformación. ¡Esta es la gente que necesitan nuestras universidades!