Creo que entender la diferencia y aceptarla (comprender que todos no tenemos que pensar lo mismo, actuar de la misma manera, hacernos las mismas reflexiones, concluir exactamente lo mismo) es el más poderoso reflejo de lo que significa ser civilizados
Un amigo me envió una nota por WhatsApp en donde expresaba su deseo de ver alguna de estas columnas refiriéndose por ejemplo al discurso en Venezuela del parlamentario de las Farc que, a su juicio, traicionaba la mano tendida por el “acuerdo de paz”, y verlo escrito con mayúscula, de “esas que solo te reservas para criticar a Uribe y siempre con nombre propio”.
Perdóneme usted este intimismo, pero quiero compartirle apartes de la carta que le envié refiriéndome a su llamado:
“…Agradezco la oportunidad que tu mensaje me da para explicarte las razones de las temáticas de las columnas de opinión y artículos que he escrito y vengo escribiendo en el último período.
Me gusta el tono de tu reclamo. Una de las cosas más desgarradoras que han ocurrido en nuestro país es la manera como nos han enseñado a abordar las diferencias. La civilización no pareciera marchar por aquí al mismo ritmo de los avances que se viven en otras latitudes. Cada uno de nosotros se monta en su verdad y desde las alturas de su “tengo la razón” no solo tiende a despreciar al contrario sino a mirarlo como un ser inferior. Es por ello por lo que abunda la descalificación, la irracionalidad, el insulto.
Creo que entender la diferencia y aceptarla (comprender que todos no tenemos que pensar lo mismo, actuar de la misma manera, hacernos las mismas reflexiones, concluir exactamente lo mismo) es el más poderoso reflejo de lo que significa ser civilizados.
En nuestro país, desde los tiempos remotos de la patria boba, empezaron a educarnos de una manera irracional. La historia de la violencia, los excesos brutales en los que liberales y conservadores aupados por sus dirigentes partidistas y exacerbados por la iglesia católica se masacraron sin piedad, dejó una huella imborrable que hoy se repite.
No es que seamos malos o violentos por naturaleza, no. Somos instrumento de unos intereses económicos en los que, entre otros, está en juego el tema nodal de la tenencia de la tierra y, con el concurso del sectarismo mediático, nos ponen a tomar partido mediante la entronización de una idea milenaria: “si no estás conmigo, estás contra mí”.
Y eso no es cierto Juan. Los encargados de la propaganda sectaria se han especializado en convertir en un axioma ese concepto. Así, una persona inteligente como tú, con formación universitaria y estudios en el exterior, tiende a pensar que el tener una posición abiertamente contraria a los postulados del Centro Democrático, implica una adhesión incondicional a los postulados de las Farc de Gustavo Petro. Se trata desde luego de una falacia. La misma falacia que representa asumir que quienes estamos decididamente a favor del Acuerdo de Paz somos cómplices o partidarios de los desafueros de la guerrilla.
Me desgarra este país y creo con plena convicción que los males de la corrupción, la violencia paramilitar, la cohonestación con el narcotráfico, la cooptación de los poderes legislativo y judicial, el derrumbe institucional y la virtual desaparición de todo principio ético en el ejercicio de la política y la gestión gubernamental, se resumen en la historia política, económica, cultural y social de Álvaro Uribe Vélez. No creo que exista en la historia de este país un personaje más siniestro y dañino para nuestra institucionalidad. A sus instancias, muchos colombianos ciegos a realidades probada con cifras, se han concentrado en mirar a Venezuela como el ejemplo de la descomposición (que sí, que está descompuesta de igual manera) y son ciegos a nuestra propia realidad. Es como si alguien les pidiera a los rusos que su deber es concentrarse en EEUU, denunciar las tropelías de Trump porque lo que hace Putin es fuera de serie.
No hay guerras buenas Juan. Ninguna guerra es buena. La guerra todo lo corrompe. El cuento de los buenos y los malos en el abordaje de la guerra es una visión cinematográfica. Las cruzadas no fueron guerras santas.
Lo angustioso de los libros que han abordado las violencias de nuestro país (El de Orlando Fals Borda y Monseñor Guzmán, por ejemplo) o los más recientes, es el tema de las cifras de la barbarie. La brutalidad paramilitar es más horrorosa que la de la guerrilla que, desde luego, también fue brutal, pero no diferente a la desplegada por las fuerzas militares. Los excesos son de todos Juan. Nadie en esta guerra, ni en ninguna guerra puede arrogarse la condición de haber sido más “bueno” que el otro.
Así, los procesos de paz, este y todos los que se han vivido en el mundo, se hacen entre fuerzas enemigas, diferentes, contrarias. De allí la necesidad de concertar temas dramáticos: La verdad, la justicia de transición, excepciones, castigos. Pero esa verdad, esa justicia, esas excepciones, esos castigos deben cubrir a todas las fuerzas en conflicto. Asumir como cierta la consigna de la paz sin impunidad, pero solo en la perspectiva de uno de los bandos no es nada distinto a un grito de guerra Juan. ¿Crees de verdad que ni los paramilitares ni el ejército cometieron ningún exceso, que el narcotráfico jamás ha tenido nada que ver con los paramilitares o nuestras fuerzas militares, que los falsos positivos no existen, que nunca el ejercito o los paramilitares violaron a nadie, desplazaron a nadie, asesinaron a nadie?
Escribir columnas de opinión es un tema jodido Juan. Cada semana te preguntas: ¿De qué escribo?, ¿Qué responsabilidad tengo si se me ha dado esta oportunidad de opinar?
Y entonces aparecen temas múltiples. Cada semana hay que escoger. ¿Escribo sobre el festival de cine de Jardín, sobre el último libro que leí, sobre la violación y el asesinato infame de una niña, sobre Santrich, sobre la campaña a la Alcaldía? Y ocurre que se evidencian hechos como la “jugada” de Macías para impedir que la oposición sea escuchada, o la decisión del gobierno Duque en el sentido de que todos los colombianos paguemos la deuda de Odebrecht al grupo Aval y tomo esa decisión consciente. Creo que, de todos, es el tema que más aporta a la comprensión sobre el desgarre ético.
Claro, la selección de esos temas siempre se motiva en la manera que tengo de ver la realidad, en cómo entiendo las urgencias y eso, desde luego, no necesariamente coincide con las urgencias de los otros, pero es el riesgo que uno tiene que correr.
Aprecio mucho tu reflexión. Espero haberla respondido. Un abrazo inmenso”