La celebración del Día Internacional del Trabajo pone de presente otra vez lo que mal que estamos en cuando a cantidad y calidad del empleo en Colombia y en especial en Medellín.
Los disturbios del final de la marcha del Día Internacional del Trabajo en Medellín, no lograron opacar la nutrida participación en ella, aunque tampoco permitieron una mirada más serena sobre lo que reclaman las centrales obreras y las organizaciones sociales. En cierto modo, uno de los pesares con que tienen que cargar esas organizaciones es el desgaste que implica que buena parte de la opinión pública las asocie más con las protestas, los desmanes y los paros, que con la reivindicación de los derechos objetivos de los trabajadores.
De hecho, según las cuentas de la Escuela Nacional Sindical, solo el 4,6% de los trabajadores activos en el país están sindicalizados. Las razones serán variadas sin duda, pero el resultado es el mismo: la poca representatividad. Una realidad que además deriva en otras como la poca renovación de los cuadros directivos, la falta de fuerza para alcanzar algunas metas e incluso la escasez de nuevas iniciativas de renovación o innovación en la búsqueda de los objetivos. Una situación que se complica más todavía cuando se conoce que algunas de esas organizaciones sindicales, paradójicamente, no resultan ser buenos empleadores.
Tampoco es buena la realidad del empleo en el país y menos aún en Medellín. Según los datos del Dane, la tasa nacional de desempleo en el primer trimestre del año es de 10,8%, lo que indica que va en crecimiento en comparación con el año pasado, mientras que en Medellín la desocupación ronda el 13%. Una situación más compleja cuando se calcula el autoempleo, las prestaciones de servicio, y todas las modalidades de rebusque que representan cualquier cosa, menos la idea del trabajo decente.
Hasta las provisionalidades en los puestos de carrera administrativa que algunos se empeñan en mantener, atentan contra ese concepto, en tanto representan por años y hasta décadas una vinculación temporal, pendiente de un concurso que incomoda a muchos porque pueden perder votantes en octubre próximo. No en vano, los políticos que han tenido ocasión de normalizar esa vinculación o presionar para que se suplan las plazas en el modo que indica la norma, han contribuido a dilatar el asunto con la esperanza de que siempre haya quién les deba el puesto y quién vote por ellos para que les mantenga el empleo.
Y amenaza también el empleo, la manera en la que asumimos los avances tecnológicos y la innovación. Si bien el propio Banco Mundial ha alertado sobre la necesidad de que los países se preparen para asumir de la mejor manera los cambios tecnológicos y la era del conocimiento, lo cierto es que más que la robotización lo que ha afectado al empleo es el uso de la tecnología como herramienta para perpetuar la explotación. Es decir, plataformas digitales como Uber o Rappy, no han reemplazado al ser humano por robots para atender la demanda de sus clientes, se han aprovechado de la necesidad de gente sin empleo para abaratar costos y ofrecer servicios a costa de la precarización laboral. El negocio enfocado a lo que sea pulpito para ellos, mientras venden la idea de un mundo nuevo y mejor, y no se sonrojan al decir que se trata de una época de servicios.
Triste realidad que no es exclusiva de Colombia, pero que se siente con mucho rigor aquí tanto más ahora que a la oferta de mano de obra se suma con fuerza un alto número de colombianos repatriados y venezolanos que huyen de la tragedia económica en que se convirtió la revolución bolivariana. Mientras que todavía no vemos las ventajas de la llamada integración económica de la sociedad comercial con economías como la gringa.
Como si fuera poco, todos los estudios indican que quienes más desventajas tienen en materia de empleo son las mujeres y los jóvenes. Dos segmentos de población que sufren todo tipo de marginalidad, abuso y discriminación. Como dice el adagio, al caído caerle. Y seguro les caerán los políticos en masa, cargados de promesas, en busca de sus votos y de su impulso para una campaña que ha comenzado nivelada por lo bajo, llena de lugares comunes y de humo. Ojalá todos, pero sobre todo ellos, sepan leer el momento y sopesar sus capacidades para que ayuden a corregir el rumbo, porque definitivamente ni en empleo ni en otras materias vamos por buen camino.