Un “Proyecto Humanidad” sería, de repente, el más subversivo de los propósitos, tal vez el único camino para salvarnos
No se usted, pero en lo que a mí respecta, debo confesarle que toda esta agitación y esfuerzos desplegados en los últimos dieciséis años, a propósito del envilecimiento de la política, los abusos del poder, la violencia desaforada, la institucionalización de la corrupción, la trampa, la mentira, los excesos de la manipulación y la domesticación masiva, me tienen exhausto.
Es patético como se ha venido desfigurando este país y como va adquiriendo el perfil de una auténtica “republiqueta”: parroquial, inculta, ordinaria, miserable.
La lectura se convierte en un oasis y una alternativa para huir de esta dolorosa sensación. Hago parte de un club de amigos (www.lectores10.com) que se reúne religiosamente cada quince días desde 2009 y llevamos la nada despreciable cifra de 86 libros leídos, conversados, deliberados. El último, un hermoso texto de Afonso Cruz (Afonso, no Alfonso), un escritor portugués absolutamente disruptivo y talentoso. El pintor debajo del lavaplatos se llama.
Es una obra de arte en la que abundan afirmaciones conmovedoras, lúcidas, irreverentes, sabias. El libro exige ser leído muuuuy lentamente, para degustar cada palabra. Le doy un ejemplo: “Sors veía las armas como la prueba del Bien… una persona no podría ser buena si no tuviera el poder para disparar y renunciar a ello. Las armas nos permiten ser buenos, basta con que no las usemos”.
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Y entonces se me vino a la cabeza Sartre que estaba ya perdido en mi memoria: “El existencialismo es un humanismo”. Y explicaba que es humanista porque no existe más legislador que el propio hombre. ¡Cómo nos demoramos de jóvenes para discernir eso que ya entendemos hoy!: El ser humano no es “en si” sino “para sí”, lo que quiere decir que la vida del hombre es, por sobre todo, proyectarse, transformarse, construirse a sí mismo.
La diferencia existente entre la especie animal humana y todas las otras especies animales vivientes descansa en ese axioma: “para si”. La especie humana es la única que tiene la capacidad de sostener un diálogo interior, pensarse. Ello explica además por qué es la única especie con la capacidad de transformar su entorno y de construir sueños que proyecten su vida.
Pienso que es por este lado que hay que abordar el humanismo. No como se entendía en El Renacimiento, a la manera de una antítesis de la superstición religiosa imperante. Ni siquiera centrarlo - como se arguyó más tarde - en un retorno a la “paideia” y al espíritu del helenismo clásico, o como una reivindicación de valores tales como la generosidad y la compasión, que son desde luego muy importantes. No.
Me seduce más la visión de Hannah Arendt que plantea como “la necesidad natural de lo humano”, esa pulsión irrenunciable e instintiva de mantenerse vivo, la razón por la cual se alimenta o se aparea, es una pulsión que comparte con las demás especies animales y puede denominarse “la vida de la labor”. Esa vida es repetitiva y rutinaria.
El humanismo empieza a aparecer cuando el ser humano toma distancia, es decir, se sabe integrado a la naturaleza pero la interviene. Es lo que ella llama el “homo faber”, constructor de objetos, creador de “mundos”.
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Pero el estadio que lo eleva, la fase superior, es aquella que trasciende la vida de la labor y la vida de la construcción, y lo ubica como un ser substancialmente distinto a todas las demás especies: es la capacidad de “actuar”, poner la vida en movimiento. Ella habla de “tomar la iniciativa”. Y entonces aparece la palabra LIBERTAD que permite esa conexión con Sartre.
Porque el problema de la sociedad contemporánea, de todas las sociedades, es el descomunal esfuerzo que se hace a través de todos los medios y con todos los recursos para homogeneizarnos, convertirnos en manada, hacernos creer que debemos resignarnos para no desentonar y jamás escapar de la multitud. Nuestra propia caverna de Platón, una vida que no se construye porque es una vida mutilada. Una vida que no se piensa.
Un “Proyecto Humanidad” sería, de repente, el más subversivo de los propósitos, tal vez el único camino para salvarnos… entender el significado profundo de actuar en libertad… ser los dueños únicos de nosotros mismos.