¿Qué se hizo la sensatez?

Autor: Diana Sofía Giraldo
25 noviembre de 2019 - 12:03 AM

Esta mezcla de marcha, disturbio y asonada empeora la violencia, divide la sociedad y siembra semillas azarosas

Bogotá

Son días de confusas confusiones.

Si hoy un ciudadano pacífico quiere seguir marchando para protestar de manera legítima, puede poner en riesgo su integridad física. Si otro sobre informado superficialmente y violento, usa la marcha como desahogo de sus emociones, puede terminar incendiando los ánimos y enredando las motivaciones de las mayorías. Algunos pueden ser presa fácil de políticos oportunistas que, escudados en el empoderamiento de los estudiantes, sueñan con ideologizar la protesta y transformarla en un prolongado “paro cívico nacional”. Si alguien decide no marchar porque rechaza los postulados falsos, puede ser violentado por el que eligió creer en esos mismos postulados.

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Vimos en las tensas vísperas del paro a las “fuerzas sociales” convocar a cada ciudadano, por redes, para pedirle que, si tenía inconformidades de cualquier tipo, las usara como estímulo para desahogarse en las calles. Así motivado, se confundirá con las más enardecidas protestas, que lloverán en forma de piedra y papas explosivas. Quiera o no quiera quedará inmerso en el tumulto. Estará hipercomunicado, solo y vulnerable.

Las amargas experiencias demuestran lo peligroso de esos desahogos, que algunos llegaron a llamar “retozos democráticos” y ahora quieren bautizar “protesta social”, retorciéndole el cuello al significado de este respetable término.

Por supuesto, nadie está en contra de esa protesta. Pero es algo muy distinto de lo que se está volviendo final recurrente de las marchas que están de moda. Al desfile tranquilo de los que protestan, así no tengan claro por qué razón, se le agrega una fase violenta para terminar en las pedreas, incendios, agresiones y reclamos de los comerciantes que cierran sus vitrinas, de los transportadores que ven como rompen sus carros, de los particulares heridos y de los policías a quienes les han impuesto, como regla ineludible, dejarse apedrear, porque si reaccionan se convierten en violadores de los derechos humanos.

Y a todo esto se agregan ahora los asaltos y saqueos a los hogares de ciudadanos pacíficos. Sus casas ya no son un refugio seguro para ellos y sus familias.

Lanzados por ese camino, solo habrá disturbios para llegar a ninguna parte. El foco de atención mediática será la violencia y no las reivindicaciones.

Al día siguiente, solo quedan los restos de piedras, vidrios, almacenes, sillas, automóviles, buses y camiones, y una legión de ciudadanos golpeados, frustrados y cansados, que recorren a pie kilómetros para regresar a sus hogares preguntándose ¿qué obtuvieron con la “protesta”?

Claro que hay problemas e injusticias que claman al cielo, pero esta mezcla de marcha, disturbio y asonada empeora la violencia, divide la sociedad y siembra semillas azarosas, que después germinan en todo género de desafueros y abusos individuales. En un país donde a diario aumentan las tasas de homicidios, feminicidios, abuso de niños y niñas y lesiones personales es una insensatez presentar la violencia como vía de redención social. Tanto más si apenas estamos superando una época de brutalidad extrema, que al fin encuentra una rendija por donde filtrar la paz.

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Gandhi liberó la India predicando y aplicando la no violencia. ¿Creen nuestros “líderes”, sedientos de burocracia, que el cambio se consigue incitando las reacciones primarias de la población?

Roguémosle a Dios que no nos deje perder la sensatez.

 

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