Reflexiones sobre la ausencia de apuestas para formar públicos en artes visuales en “la ciudad de las Bienales”, en la cuna de Fernando Botero y Débora Arango, en una Medellín que parece olvidar los Horizontes que trazó Francisco Antonio Cano.
35.000 visitantes, 600 invitados internacionales entre coleccionistas, curadores, y expertos; 14 años, galerías con negocios por más de USD 40.000. La Feria Internacional de Arte de Bogotá ArtBo 2018 cerró una edición que su directora, María Paz Gaviria, calificó como “la mejor en su historia”, explicando que “este es un espacio para dinamizar la industria de las artes plásticas en Colombia, está pensado para convocar al público en general y para cautivarlo a que se acerque, conozca y se interese en las propuestas de los artistas y las galerías que nos acompañan”.
Nataly Diaz, coordinadora de la Galería León Tovar (Estados Unidos), participante en Artbo, dijo que vale la pena que un evento así se desarrolle en una ciudad colombiana: “Completamos más de 10 años viniendo a la feria y en esta edición las ventas superaron las de las ediciones pasadas. En esta ocasión hicimos contactos con museos y coleccionistas con los que no habíamos tenido acercamientos, y creemos que vamos a concretar algunos negocios con ellos más adelante. Esta es una Feria muy importante para generar esa dinámica y creo que ha logrado un liderazgo importante en Latinoamérica, principalmente porque han logrado incentivar mucho a la gente y han hecho crecer su nombre más allá de Colombia”.
Obra de Gium Camps en el espacio que la Alcaldía de Medellín tuvo en ArtBo para exponer obras de los artistas de la ciudad.
Al mismo tiempo, Odeón transformó su feria en un evento de encuentro, Barcú dinamizó la búsqueda con programación que trajo música, danza, más artes y una manera de mirar desde la arquitectura, siguiendo su muestra en las casas de La Candelaria, en el Centro de Bogotá. A su vez, la Feria del Millón dio un debate continuo sobre comprar a bajos costos, sobre coleccionar, sobre comenzar una colección.
Además de los artistas de la Medellín que participaron en Artbo, en un espacio que pagó la Alcaldía de Medellín y se llamó “Medellín ciudad de artistas”, seis exactamente, la pregunta casual entre curadores, gestores, investigadores, los pocos críticos que existen en el país y los creadores mismos fue ¿qué pasa con Medellín?, que, mientras avanza una búsqueda cultural amplia en la capital, “allá no volvió a pasar nada en el arte”, como dijo la investigadora Alba Villota, de Argentina, quien dijo haber asistido “a las Bienales completas, creyendo en que esa sería la ciudad del arte en Colombia, y plop, ahora me entero que allá ya no pasa nada”.
Si bien la crítica es enfática en que esto es “una gran pérdida”, no es la única que se pregunta en los intentos ocasionales, en las no exitosas versiones de ArtMed, cuyos balances parecían alentadores en años recientes, pero que este 2018 fue evidente que no, porque no volvió la feria que había creado el artista Juan Fernando Foronda, que tuvo como curador al mexicano Othón Castañeda, luego pasó a manos de una pareja de dueños de restaurantes y se guio por Clara Mónica Zapata.
No se trata de compararse como ejercicio absurdo de ciudades. Significa, más bien, que no puede una ciudad negarse a lo que pasa en su país, como eso del mercado del arte que demuestra la “Semana del Arte de Bogotá”. Por otra parte, es una pregunta por qué puede aportar la contemporaneidad en el arte a los ciudadanos, no solo a los artistas.
Dice Néstor García Canclini que lo que se observa en el arte contemporáneo son “capacidades peculiares” en los que se llaman artistas para “actuar en intersecciones donde las imágenes cruzan sus sentidos de muchas maneras”. Le parece que la idea de genio ya no se la cree casi nadie, que lo que sí permanece de la modernidad es “el énfasis en la originalidad”. Apunta que “todos saben que actúan en un mundo de imágenes muy interconectadas, más aún desde Internet”, lo que potencia la idea de pase algo relacionado con la visualidad en una ciudad, cualquiera que sea.
Abriendo el debate, la pregunta más acertada sería ¿qué es lo que necesita Medellín?, porque algunos ya han dicho que no es una feria, que debería ser una fiesta, como lo planteó el maestro Félix Ángel, diciendo que debería ser una fiesta, como la del libro, que amplíe la mirada a formar públicos y no a vender obras per se.
Obra de Javier Sierra expuesta en el espacio de Medellín en ArtBo
“Los artistas de Medellín –y hablo frecuentemente con muchos de ellos—parecen resignados en su falta de iniciativa a ser víctimas de una situación que a pocas personas parece preocupar. ‘Para qué exponer’, es una expresión común, y son varias las razones. Una es que los museos no hacen su labor a cabalidad y se limitan a cumplir con una programación donde la calidad, el interés o la curiosidad no cuentan (…) Otra es que el público, desconectado incrementalmente de las instituciones a menos que lo entretengan, ha retrocedido en su interés hacia las artes, en vista de que cuando no se hace énfasis en algo debe ser que no es importante. Una tercera atañe las galerías comerciales: son una especie de bazar que no cultiva coleccionistas porque la premisa básica es vender cualquier cosa que le guste al público (…)”, precisa Ángel.
Necesario–innecesario
Diez personas que coinciden en decir que Medellín necesita un evento para las artes visuales podrían ser: Nelly Peñaranda, crítica de arte y directora de Arteria; Clara Mónica Zapata, gestora cultural; Mario Vélez, artista; Liliana Hernández, curadora; Natalia Martínez, relacionista pública y directora de la Orquesta Sinfónica de Antioquia, Óscar Jairo González, profesor universitario experto en cultura; Úrsula Ochoa, crítica; Melissa Aguilar, curadora, docente e investigadora; Othón Castañeda, curador internacional; y la galerista Manuela Velásquez. Ah, se suma Luis Grisales, de la música, exdirector de Altavoz.
Podrían ser más quienes coincidan en que vale la pena recuperar la relación de la ciudad con lo visual. Decía María Wills, curadora e investigadora, presentando su libro Los cuatro evangelistas en ArtBo, que la ciudad vivió durante las Bienales una suerte de “apertura a lo que estaba pasando en el mundo” que ganó también con el contracorriente Coloquio de Arte No Objetual, pensado por algunos como una “contra-bienal”. Hay una nostalgia en el discurso de haber perdido ambos eventos, una tristeza que no se soluciona con lamentarse.
La administración pública, la Alcaldía de Medellín, no tiene pensado un plan para la cultura visual de la ciudad. Todavía está pendiente que ella entienda qué es lo que la gente necesita de las artes, porque no plantea más que un encuentro para mostrar a artistas de todas las disciplinas, llamado “Expo Cultura”.
En esa perspectiva, entendiendo que el presupuesto no suma más en cultura, sino que se estanca o baja en la administración Gutiérrez, la que “cuenta con vos”; se puede ver que en el año que queda no será la Secretaría de Cultura la que cree algo nuevo para la ciudad.
No se trata de tener una feria más, se trata, como lo planteó Jorge Melguizo, cuando decidió que la ciudad “necesitaba una fiesta y no una feria del libro”, de tomar decisiones pensando en los ciudadanos y no en los empresarios. Se trata de conocer las relaciones de los ciudadanos con las prácticas artísticas, de llevar a niños y jóvenes a encontrarse con artistas, con obras, de generar debates, de sentarse a conversar qué es eso que Medellín tiene para decir en este campo.
Dice la profesora Melissa Aguilar que “todos los esfuerzos de este tipo son muy valiosos para la ciudad, para el sector, para los estudiantes mismos”, enfatizando que habría que “buscar las prácticas correctas a resaltar, definiendo claramente si es una actividad para formar, para exhibir, o para vender”. Se suma Clara Mónica Zapata apuntando que “se tendría que buscar el modelo de gestión indicado”. Siente Nelly Peñaranda que sí es necesario, que podrían unirse grandes esfuerzos. Dice Natalia Martínez estar preparada, lista, esperando la locura que se invente.
Obra de Catalina Toro expuesta por la Alcaldía de Medellín en ArtBo.
Ha llegado la hora de tomarse de las manos, necesario o innecesario, eso lo dirá el tiempo.
Medellín, vale le pena intentarlo, es hora de dejar de lado las diferencias, para construir desde el deseo común de que la ciudad tenga representatividad en el calendario de las artes del mundo.