A Hammás le conviene la marginalidad y la miseria en Gaza a fin de promover sus intenciones bélicas contra Jerusalén y el sionismo
En la literatura geo-sociológica se acuñó el término exclave. Se opone al enclave, superficie formalmente aceptada y bien comunicada con instancias nacionales y/o económicas que la circundan. Un visible ejemplo de esta configuración es el Vaticano, territorio autónomo y próspero que goza de todos los beneficios que Italia y su capital le proporcionan, además de las multitudes de creyentes y turistas que le visitan.
En contraste, Gaza es un exclave estrictamente aislado del apoyo efectivo de países vecinos (Israel y Egipto) que le conceden convenientes y convenidos servicios- agua, electricidad, telecomunicaciones, servicios de salud en mínima dosis– con el fin de reducir selectivamente la marginalidad y la ausencia de opciones en la Franja.
Conveniente y mesurada ayuda que no tiene el efecto esperado. Al contrario: los moradores de Gaza y el Hammás que los gobierna no cesan de multiplicar agresiones –a Israel en franjas del suroeste, a Egipto en el Sinaí– alentados por extremas privaciones de los habitantes y por impulsos ideológicos.
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Gaza presenta una superficie de 365 kilómetros cuadrados y una población de dos millones. Resulta de aquí la densidad más alta del mundo que se acompaña con un ingreso por habitante que sólo cabe encontrar en los rincones más oscuros y marginales de África y de América Latina. Dos tercios de sus habitantes sobreviven merced a la ayuda de organismos internacionales.
Claramente, el dominio de un gobierno arbitrario como el Hammás acentúa convenientemente la marginalidad y la miseria. Estudios hechos por la Universidad John Hopkins revelan el estado de malnutrición de la mitad de mujeres y niños en la Franja, situación causada por la ausencia de alimentos y por las actitudes machistas inherentes a las tradiciones musulmanas.
Los estudios que se publican sobre Gaza indican que su implosión interna es cercana e inevitable a menos que Israel y Egipto- en coordinación con organismos internacionales- se inclinen a auspiciar ambiciosos proyectos de infraestructura, desde la agricultura al libre acceso al mar. De momento ningún factor dominante parece interesado.
Claramente, a Hammás le conviene la marginalidad y la miseria en Gaza a fin de promover sus intenciones bélicas contra Jerusalén y el sionismo; la miseria colectiva en la Franja justificaría la conveniente y convenida hostilidad contra los vecinos.
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El resultado: es hoy Gaza una bomba colectiva que estallará más temprano que tarde, especialmente si otros países – Irán, Turquía- acentuarán deliberadamente la ausencia de perspectivas y opciones a fin de alimentar el odio a los próximos.
En estas circunstancias, las repetidas agresiones de Gaza contra Israel en estos días – con artefactos primitivos pero eficientes – se antojan imparables; pueden conducir a una masiva intervención militar que multiplicará las muertes en ambos costados de la frontera.
De aquí que la indiferencia hostil de Israel y Egipto respecto a Gaza es hoy contraproducente, y si no se remedia sustancialmente cabe anticipar que tanto el Hammás como el ensoberbecido presidente turco acentuarán la desesperación colectiva de los moradores de este exclave a fin de orientarla contra los cercanos.