El amor de Dios en nuestro corazón es el amor “consuelo” que nos hace capaz de consolar.
Gracias a la persecución de Esteban las comunidades se dispersaron desde Jerusalén por Judea y Samaría a dar razón del cambio, la trasformación que el Resucitado había hecho en sus vidas. La experiencia de la resurrección fue capaz de afrontar las persecuciones de afuera y Samaría. Eso fue como decían los campesinos “llama de una quema” para exaltar el sufrimiento con la paciencia cristiana. Pedro y Juan se unieron a Felipe para que los samaritanos recibieran el Espíritu Santo, que confirmaba el bautismo Siempre que sean sufrimientos por la evangelización llega un Espíritu consolador, como en este caso Gamaliel: “Pues ahora os aconsejo, que no os metáis con esos hombres, sino que los dejéis en paz. Pues si el proyecto o la ejecución fuera cosa de hombres, fracasará; si es cosa de Dios, no podréis destruirlo y estaréis luchando contra Dios… Y le hicieron caso” (Hecho 5,38-39)
Del sufrimiento por la evangelización han existido en la Iglesia uno o varios seguidores de Gamaliel quienes advierten como en los Hechos de los Apóstoles. Llama la atención esta última afirmación porque también significa que hay autoridades que no hacen caso. Así se convirtió Gamaliel en uno de los judíos más simpáticos del Nuevo Testamento. Con este espaldarazo Felipe se hace parte del kerigma, la muerte y resurrección de Jesús en el interior de las personas por la acción del Espíritu Santo, el bautismo, mantengan la paz interior cuyo signo es el gozo y la alegría (Primera lectura)
En la carta de Pedro se anima a los cristianos que sufren por el evangelio a no perder la humildad y la esperanza: “dispuestos siempre a dar, al que las pidiere, las razones de su esperanza, pero con sencillez y respeto y estando en paz de conciencia” (segunda lectura). Pablo enseña que la alegría es uno de los frutos del Espíritu Santo (Gal 5,22). Nada, ni nadie puede arrancar a un creyente la paz y la alegría pascual si cree que las incomprensiones y dificultades son signos de la cercanía de Jesús. ¿por qué será? Porque el sufrimiento o las persecuciones por el evangelio y los obstáculos a la evangelización hacen parte del seguimiento de Jesús, es decir de sus promesas que no quedarán sin recompensa. “Mas vale si es la voluntad de Dios sufrir por hacer el bien que por hacer el mal. El que era inocente murió por los culpables, para llevarlos a Dios” (segunda lectura)
El consuelo de Dios no es de palabras, es Dios quien nos consuela desde nuestro interior para que mantengamos la paz, es el Espíritu consolador en nuestro corazón; y en el corazón de otros hermanos, para que nos consuele a nosotros.
Paradójico que los creyentes a pesar de las dificultades de la evangelización no pierdan la paz interior cuyo signo es la alegría. Cuando el diácono Felipe llegó a Samaría, predicó, curó, quitó los miedos y liberó del mal para que la ciudad se llenara de gozo y alegría. (Primera lectura)
“Si me aman, cumplirán mis mandamientos, yo le rogaré al Padre y Él os enviará otro consolador que esté siempre con vosotros” (Evangelio). El amor de Dios en nuestro corazón es el amor “consuelo” que nos hace capaces de consolar. “Bendito sea el Dios Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre misericordioso y Dios de toda consolación, que nos consuela en toda tribulación nuestra para poder nosotros consolar a los que están en la tribulación, mediante el consuelo con que nosotros somos consolados por Dios” (2 Cor 1,3-4).
Hay una consolación irrespetuosa que consiste en repetir palabras ocasionales o de circunstancias para salir del paso con quien sufre. “Ánimo, no te desesperes, energía positiva, tu siempre has sido fuerte, calidad total, resignación que es la voluntad de Dios”. Es Dios quien nos consuela a través de quienes tienen la experiencia de su amor, el Espíritu consolador en su corazón. El Espíritu Santo tiene necesidad de creyentes para ser Consolador. Él no tiene ni ojos ni manos pero da cuerpo a su consuelo con las manos, ojos, oídos, manos y pies de los creyentes.
No faltaron razones a un hombre, San Francisco de Asís, quien tenía la paz del amor de Dios en su corazón para decir: “Que no busque tanto ser consolado sino consolar; que no busque ser comprendido sino comprender; que no busque ser amado sino amar…” El Espíritu recordaba a los profetas de Israel, y en ellos a todos los creyentes: “Consolad, consolad a mi pueblo” (Si 40,1).
La puerta estrecha
La primera carta de San Pedro podría ser la primera carta a todos los creyentes que, durante esta Pascua, cayeran en cuenta de lo que significa la victoria de Jesucristo sobre la muerte, llamada Resurrección y entrar a la vida cristiana por la puerta estrecha de la fe: “me amó y se entregó por mí”.
Este Kerigma es propio del corazón: “glorificad en vuestros corazones a Cristo Señor y estad siempre prontos para dar razón de nuestra esperanza a todo el que os la pidiere; pero con mansedumbre y respeto y en buena conciencia, para que en aquello mismo que sois calumniados queden confundidos los que denigran vuestra buena conducta en Cristo: que mejor es padecer haciendo el bien, si tal es la voluntad de Dios, que padecer haciendo el mal”. Porque también Cristo, murió una vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios. Murió en la carne, pero volvió a la vida por el Espíritu” (Segunda lectura)
Dar razón de la esperanza
Es tan importante para la evangelización que hoy en una sociedad pluralista sepamos dar cuenta de la fe y la esperanza con amor, sin agresividad incluso respetuosos con los que murmuran y denigran, pues no pocas veces la murmuración es signo de orgullo y de un problema mal planteado y la prudencia signo de conciencia limpia de prejuicios. Ser fiel en medio de las difamaciones o prejuicios es un homenaje en el seguimiento de Jesucristo (1 Pe. 2,20,21) “Regocijaos en la medida que participes en los sufrimientos de Cristo”.
El amor es un consuelo
Que otra relación más profunda podríamos tener en el seguimiento de la muerte y resurrección de Jesús que el amor: “Si me amáis, guardareis mis mandamientos”; recordemos que para Pablo el amor no es una experiencia moral sino una experiencia de Dios. “El Espíritu de Dios habita en vosotros” (Rm 8,8). Así entendemos que Pablo diga: “para mí la vida es Cristo y morir es una ganancia” (Flp 1,21).
“El consolador, el Espíritu de la verdad, que siempre estará con los creyentes no lo puede recibir el mundo porque no lo ve, ni lo conoce; vosotros, en cambio, lo conocéis porque vive en nosotros y está con nosotros”. (evangelio) El consolador permite a los creyentes “creer sin haber visto” (Jn 20,29).
Lecturas del domingo 6º de Pascua - ciclo a
Domingo, 17 de mayo de 2020
Primera lectura. Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (8,5-8.14-17)
Salmo. Sal 65,1-3a.4-5.6-7a.16.20
Segunda lectura. Lectura de la primera carta del apóstol san Pedro (3,1.15-18):
Lectura del santo evangelio según san Juan (14,15-21):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Si me amáis, guardaréis mis mandamientos. Y yo le pediré al Padre que os dé otro Paráclito, que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad. El mundo no puede recibirlo, porque no lo ve, ni lo conoce; vosotros, en cambio, lo conocéis, porque mora con vosotros y está en vosotros. No os dejaré huérfanos, volveré a vosotros. Dentro de poco el mundo no me verá, pero vosotros me veréis y viviréis, porque yo sigo viviendo. Entonces sabréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí y yo en vosotros. El que acepta mis mandamientos y los guarda, ese me ama; y el que me ama será amado por mi Padre, y yo también lo amaré y me manifestaré a él».
Palabra del Señor