Aunque lo traten de disimular, la actual campaña contra el coronavirus parece dirigida a aniquilar física, mental o emocionalmente a los llamados adultos mayores.
Bien sea que se recurra al lenguaje de Oscar Wilde: “Se mata siempre lo que se ama” o al lenguaje popular: “Porque te quiero, te aporrio”, lo cierto es que ambas frases reflejan la situación a la que son sometidas las personas mayores en el mundo.
Si nos atenemos a los mensajes institucionales que circulan por doquier, ya no hay que cuidar a los mayores sino aislarlos; ya no hay necesidad de aprovechar los conocimientos y la sabiduría de los mayores, sino mantenerlos lejos.
Aunque lo traten de disimular, la actual campaña contra el coronavirus parece dirigida a aniquilar física, mental o emocionalmente a los llamados adultos mayores (otra vez el lenguaje que quiere esconder). Si no mueren de Covid-19, que mueran de abandono, tedio, soledad o de la ingratitud de una sociedad que vivió a sus expensas y hoy los quiere desechar porque les resultan muy caros al sistema.
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Se les sale por las fisuras el mensaje que preocupa desde hace años al Fondo Monetario Internacional. En el Informe sobre la Estabilidad Financiera Mundial, publicado por el FMI en abril de 2012 hay un capítulo sobre el “Impacto financiero del riesgo de longevidad”, en el cual se hace la siguiente afirmación: “Las implicaciones financieras de que la gente viva más de lo esperado (el llamado riesgo de longevidad) son muy grandes. Si el promedio de vida aumentara para el año 2050 tres años más de lo previsto hoy, los costos del envejecimiento —que ya son enormes— aumentarían 50%”. (disponible en: https://www.imf.org/external/spanish/pubs/ft/gfsr/2012/01/pdf/presss.pdf).
Es la política de obsolescencia programada también para las personas. Ya “los desechables” no solo son los habitantes de la calle sino también los adultos mayores enfermos, los que constituyen el mayor peso económico para el criminal sistema de seguridad social.
Como no va a ser criminal un sistema que se lucra del trabajo de una generación, los obliga a ahorrar para que se sostengan en la vejez y pese a tener dinero ahorrado, el sistema lo deja morir porque no hay suficientes respiradores y hay que preferir a los más jóvenes, como sucedió en Italia y España. ¿Entonces para qué ese ahorro?
Como lo señalaron los diversos informes económicos, España e Italia ya hicieron el mes pasado un “ahorro sustancial” en pensiones dejadas de cobrar, porque sus titulares fallecieron.
El drama no termina con la muerte de los abuelos. Ahí empieza otro. Desde la anterior crisis económica, en muchos países fueron los abuelos los que asumieron el costo económico de la supervivencia de hijos y nietos víctimas del desempleo. ¿Cuántas familias viven en el mundo de la pensión de sus abuelos? Esas familias han quedado doblemente desamparadas. No solo lamentan la muerte de un ser querido en semejantes condiciones de abandono, sin poderse despedir y sin una ceremonia exequial, sino que ahora enfrentan el tramo de la “nueva realidad” sin un soporte económico.
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¿Quiénes han criado a las nuevas generaciones? Los abuelos, bien sea porque sus padres trabajan tiempo completo, como en el primer mundo, o porque son hijos de padres ausentes y madres solteras, ya sea por abandono o porque sus padres fueron muertos o desaparecidos, como sucede en tantos países del tercer mundo. ¿Ya olvidamos a las Madres y Abuelas de la Plaza de Mayo y de La Candelaria?
¿Cuántos abuelos y abuelas están cuidando a sus nietos porque los padres tuvieron que recurrir al “exilio económico” e irse del país a buscar mejores oportunidades al primer mundo? Desde México hasta Argentina, los primeros niveles de ingreso de divisas son las remesas que envían esas personas, que trabajan en dos y tres turnos lejos de su tierra y de su hogar, para conseguir los recursos de subsistencia que su propio país no es capaz de garantizarles.
Hasta este nivel hemos descendido. ¿Será posible esperar cambios en la nueva realidad? Es imposible ser optimista.