“Como amo la libertad tengo sentimientos nobles y liberales; y si suelo ser severo, es solamente con aquellos que pretenden destruirnos.” El libertador, Simón Bolívar.
Hoy, 27 de mayo, millones de colombianos votaremos para definir cómo será el país en los próximos años. Se equivocan quienes creen que ésta es una elección que no quita ni pone rey, que no están en juego asuntos de la mayor importancia, que solamente es un acto rutinario de nuestra imperfecta democracia. Veamos.
El 7 de agosto de 2002, Álvaro Uribe Vélez comenzó un primer mandato de cuatro años. ¿Cuál era el estado de la nación? Fortalecidas por las confusas negociaciones de San Vicente del Caguán, las Farc eran una amenaza real: estaban a las puertas de Bogotá. Y de las selvas del sur y el oriente del país, ni hablar: en ellas imponían su ley. ¿Qué se consiguió en ese primer gobierno de Uribe? Nada menos que derrotarlas, obligarlas a refugiarse en sus guaridas, en lo más profundo de las selvas, para defenderse ante la arremetida de las fuerzas del orden, Ejército y Policía.
Durante el cuatrienio siguiente (2006-2010), las fuerzas del orden ganaron terreno, ajustándose a la política trazada por Uribe durante su segundo mandato. Todo lleva a pensar que habría sido imposible para esa cuadrilla de asesinos resistir si la ofensiva del gobierno continuaba. No fue así. Por el contrario: Juan Manuel Santos se encargó de reanimar esa organización criminal que se extinguía. Es fácil describir cómo lo hizo.
Convenció, con sus zalamerías y genuflexiones, al presidente Uribe de que él seguiría sus pasos, ejercería una acción política y militar que había demostrado su eficacia, por sus resultados. Recuérdese que los hechos hablan, que son más elocuentes que las palabras. Lamentablemente, Uribe le creyó y lo impuso como presidente: por Santos, marrullero, mentiroso y traidor, votó la totalidad de los seguidores incondicionales de Uribe, que son la mitad de los colombianos que votan.
Elegido, Santos sacó de la manga, como cualquier tahúr de feria, sus cartas. Destapó una estrategia estúpida que se expresa en una pocas palabras: negociar con las Farc, como si hubieran derrotado las fuerzas del Estado. Esa claudicación implicó pactar con ellos la impunidad absoluta, perpetua, de todos sus crímenes, aun los de lesa humanidad; nada de indemnizar a las víctimas de sus delitos o a sus descendientes, pues la reparación de los perjuicios queda a cargo del propio Estado, es decir, de los que pagamos impuestos, categoría que comprende a toda la población; ingreso de los bandoleros al Congreso, sin votos y con sus manos aún manchadas por la sangre de sus víctimas inocentes, etc., etc. Y como si esto fuera poco, les abrió las puertas de la Casa de Nariño, para que alguno de estos criminales convictos y confesos se convirtiera en presidente de Colombia. Recuérdese que un tal Rodrigo Londoño, alias Timochenko, inició su campaña presidencial. ¿Por qué no siguió en ella? Sencillamente porque sintió el odio, la repugnancia y el desprecio de la gente. Armenia tiene el mérito de haber sido la primera ciudad que les dio una lección de su rechazo a estos malandrines. ¿La aprendieron?
Ahora los “farcianos” se gastan los millares de millones de pesos que Santos les dio para que “hicieran política”, vale decir para que se dedicaran a despreciables ejercicios de politiquería. Como si fueran la “pobre viejecita” de la fábula, cuando realmente eran una especie de “rico Epulón”. Y como nada queda oculto, ahora se ha conocido que esos millares de millones de pesos, están depositados en la cuenta de un tal Ramírez, y rápidamente pasan a los bolsillos de los cabecillas de la cuadrilla criminal. Como quien dice, se roban ellos mismos.
Y lo mismo ocurrirá con los desalmados delincuentes del Eln , que comienzan el camino de la paz mentirosa de Santos. Sólo nos salvará de esta otra negociación infame, la campana, como suele decirse en el boxeo. Pues, por fortuna, a Santos solamente le quedan dos meses y unos días como seudopresidente, pues nunca ha ejercido el poder como se debe, para los fines establecidos en la Constitución y las leyes.
Concluyo: como liberal, en el más alto sentido de la palabra, votaré hoy. Y tengo la independencia que me dan los años, y el compromiso con el Liberalismo en cuyas filas he militado siguiendo el dictado de mi conciencia de hombre libre; para votar por Iván Duque, que jamás ha renegado de sus ideas liberales, porque es liberal en el más alto sentido de la palabra, y que sabe que nuestro credo no es incompatible con el ejercicio de la autoridad racional, en beneficio de quienes la soportan. Y que nadie piense que me mueve interés diferente a la salud de Colombia: por mis años y por mi trayectoria, no soy nombrable, y a nada aspiro. Tampoco persigo puesto para nadie.
Nota: en mi columna del domingo 3 de junio, seguiré examinando el tema del atraco al Municipio de Armenia, que no quedará impune. En esa batalla por la recuperación de la dignidad de esta ciudad que no vacilo en llamar mía porque en ella nací, y me dio todo lo que soy, no descansaré. Será una causa noble para gastar las fuerzas que me quedan. Como dijera el poeta inglés, “una bella muerte honra toda una vida.”