Todo lo que pedimos y exigimos los colombianos tiene que volverse agenda parlamentaria, de lo contrario la marcha no será fructífera. Unir al país.
El 21 de noviembre, vimos en las calles de nuestra Colombia a un grupo significativo de ciudadanos marchar en contra de la desigualdad, la pobreza, las decisiones inequitativas y la corrupción. Muchos tildan de mamertos a quienes apoyan estas causas y marchan, otros creen que la mamertería está en quienes decidieron no marchar. Sin embargo, unos y otros, saben que en el fondo la causa y las razones para protestar son justas. Ustedes me perdonarán el título de esta columna, pero, resulta que el indicador de violencia verbal es tan alto que, si no empezamos a hacer de la mamertería un estado de opinión, una clave de respeto, diferencia y convivencia nos va a resultar imposible abordar conversaciones y diálogos con madurez y contundencia. No se trata de tomar partido por los mamertos de derecha o izquierda, esto es muy difícil en un país históricamente saqueado, con una clase política desprestigiada, con instituciones que no generan confianza; con una ciudadanía poco informada, altamente manipulable, una ciudadanía que participa más con la cacerola que en las urnas; con unos medios de comunicación sesgados por quienes les garantizan la pauta; unos líderes políticos cargados de miedo por expresar lo que piensan, ya que saben que lo que digan tendrá el dedo indicador de la memoria de la gente siempre ahí, frente a ellos. Con los eventos sucedidos en Bogotá y Cali, resulta que el miedo en algunos se convirtió en estupidez; el vandalismo y la destrucción en el rostro de la ignorancia y el más cruel signo de una sociedad inmersa en la cultura de importarle un carajo las ciudades, lo público, lo que nos pertenece a todos porque con nuestros impuestos lo hemos pagado. Una sociedad lesiva, agresora con ella misma, pobres agrediendo a pobres y lo que es peor, la indiferencia de unos cuantos que con su silencio creen aun que “acá nada pasa”, lo único interesante es gritar en las redes sociales que los que alzan su voz y marchan pacíficamente o quienes públicamente se oponen a las marchas, unos y otros, no somos más que unos mamertos. Pues como sea, bien vale la pena ser mamerto y no ser un cruel indiferente frente al dolor y la destrucción de nuestro país.
El miedo nos paraliza, la estupidez nos esconde detrás de los frágiles armarios de las redes sociales y, la indiferencia se encarga de seguir generando y perpetuando la sistemática violencia que desde nuestro hecho fundacional hemos vivido. Independientemente del presidente de turno, estos problemas y reclamos no son nuevos. No se trata de señalar al presidente como persona, es la institución presidencial la que debe dar respuestas. Una presidenta europea señalaba en uno de sus famosos discursos que quien asuma la Presidencia de un país debe ser una persona que no solo conozca sus problemas, sino que esté dispuesto a solucionarlos. Acá está el meollo del asunto. Hemos venido con un número de presidentes sin capacidades para resolver los problemas, poco creativos que, ni siquiera los problemas del país son nuevos. Imagínense ustedes si este país les garantiza a sus estudiantes las mejores condiciones de calidad en sus universidades y si se equilibra la brecha laboral del país. No soy ingenuo, sé que no es fácil resolver estos dos problemas, pero ¿qué tal si se resolvieran de fondo? ¿No creen ustedes que eso le garantizaría a la nación una estructura diferente? Seguramente, tendríamos otro tipo de problemas, lo cierto es, que estos serían muy diferentes a los que tenemos hoy. Este país merece tener problemas nuevos.
Por lo pronto hay que atender lo urgente. El país debe saber bien qué es lo que está pasando en las calles y quiénes son los que están destrozando las ciudades. No puede ser que cuando se trataba de hacer inteligencia en grupos guerrilleros se tenían datos de identidad contundentemente y, ahora que están a la vista de todos, los delincuentes sigan siendo anónimos. No se nos puede ir el país en escenas de violencia, alimentando la xenofobia con los venezolanos, no podemos seguir con un sistema judicial tan débil que, cuando estos delincuentes son capturados tan solo el sistema los excluye o no los puede judicializar. A todo esto se suma el liderazgo del país y sus instituciones. No podemos seguir viendo más ministros improvisar en sus carteras de estado y tristemente seguir viendo a otros que se alejan del deseo institucional de representar dignamente un estado. Lo cierto es que a un problema como estos no se le puede tapar con cualquier cosa o con cualquier persona. Gústenos o no, el parlamento que tenemos es el que nos representa y si la protesta no se escala para que los reclamos lleguen allá, muy difícilmente las cosas van a cambiar. Todo lo que pedimos y exigimos los colombianos tiene que volverse agenda parlamentaria, de lo contrario la marcha no será fructífera. Unir al país. Si, unirlo, sin mermelada, sin intenciones oscuras, sí, como quieran llamarle, con mamerterías o lo que sea, pero unirlo.