El decálogo del “inmoralista” es de una simpleza absoluta: La moral no conoce el bien ni el mal. Pragmático el hombre, a lo María Fernanda Cabal.
Esta vaina del bien y del mal se ha convertido en una tragedia universal desde el principio de los tiempos. El árbol del bien por ejemplo terminó siendo un árbol relativo, como relativas son las bienaventuranzas que persiguen las guerras santas. “Los buenos somos más” degeneró en ser un simple eslogan y la célebre frase del ministro Botero según la cual en Colombia lo que hay es “gente mala matando gente buena”, frase construida dicho sea de paso con el fin de matizar la atrocidad paramilitar, solo sirvió para que lo erigieran a él en el altar de los insulsos.
¿No ha notado usted que esta clasificación funciona de una manera extraña? De hecho, siempre, los malos son los otros y el resto (nosotros) somos los buenos.
¿Qué es el bien? ¿quiénes son los buenos?
Se dice que son aquellos que defienden el bien común, que son solidarios, que tienen un comportamiento moral. La guachafita se arma cuando los estafadores y corruptos actúan en consorcio, se unen entre ellos, pues su accionar cumple la norma de que están trabajando en el beneficio de su propio grupo, que integraría eso que se llama el bien común, el de ellos en común.
No sin sentido del humor, cuando se acusa a la política tradicional colombiana (cuyas barbaridades delictivas son de todos conocidas) se dice que son “los mismos con las mismas”. Son manada. Trabajan por su propio “bien”.
Tiene Federico Nietzsche una genealogía de la moral: Más allá del bien y del mal (Editorial Porrúa. Méjico 1998) que encaja desde luego en su visión aristocrática del mundo, en donde la plebe con su “moral de esclavos” todo lo enrarece y lo pone patas arriba.
En el numeral 226 “Nosotros los inmoralistas” hace una reflexión sobre la probidad, (probos como se autodefinen los corruptos cuando son cogidos con las manos en la masa) y grita: “Es probable que a causa de esto se nos desconocerá, se nos calumniará. “¡Qué importa!” Se dirá: “Su probidad es su diabolismo, y nada más” … velemos para que no llegue a ser nuestra vanidad, nuestro adorno y nuestra vestidura de parada, nuestro límite infranqueable, nuestra estupidez. Toda virtud tiende a la estupidez; toda estupidez a la virtud. “Bestia hasta la santidad” dicen en Rusia. ¡Vigilemos para que nuestra probidad no termine por hacer de nosotros santos y aburridos!”.
El decálogo del “inmoralista” es de una simpleza absoluta: La moral no conoce el bien ni el mal. Pragmático el hombre, a lo María Fernanda Cabal, explica que bueno es todo lo que aprovecha y es malo todo lo que daña.
Observe esta perla que sintetiza Johan Fischi uno de sus prologuistas: “Se mentirá mientras se sea capaz de seguir mintiendo consecuentemente, hasta lograr el éxito. Para el tonto que se enreda rápidamente en contradicciones, más le vale que se quede en la verdad”.
Nietzsche declara que la moral es hipócrita. “No se robará mientras se corra el peligro de ir a parar a la cárcel. Pero el que es bastante inteligente y fuerte no se preocupa ya de las tablas de la moral” – concluye Fischi –
Mire usted cómo resultó de culta la organización criminal que se ha consolidado y cooptado este país de ingenuos. Descubro horrorizado que hay cierta solvencia intelectual cuando nos miran por encima del hombro y nos gritan con desprecio “¡estudien vagos!”.
De Nietzsche se ha dicho que fue un hombre contradictorio y trágico.